Hermanos: seguramente sois usuarios de WhatsApp y estaréis en varios grupos de chat. El de los amigos de cuadrilla, el de la familia, el de antiguos alumnos de tu colegio…
Ocurre muchas veces que un mismo chiste o gracia, más o menos acertada y casi siempre subida de tono, te llega por varios grupos de chat. Porque en cada grupo hay un gracioso (suele ser gracioso y no graciosa) que lo hincha a base reenvíos.
El otro día un amigo, de esos que reenvían todo lo que cae en su móvil, nos reenvió un chiste que no estaba mal. No se pasaba. Pero no estaba mal. Con las dosis de micromachismo y humor del heteropatriarcado que ahora circulan por las redes como algo clandestino y que yo no me atrevería a contar en una cena de amigos y amigas por las consecuencias de que la cosa acabara como el Rosario de la Aurora.
Pues bien, ese mismo día por la noche estaba yo cogiendo un taxi en Málaga. Y el taxista llevaba su móvil junto al taxímetro. Yo, que suelo ir mirando como sube el coste de la carrera, me di cuenta que al móvil del Sr. taxista le había entrado un mensaje, con el “piticlin” característico. Y Rafa, que le llaman al hombre, no pudo evitar mirarlo. “Es que es de un amigo mío que es fiscal”- dijo- como para darle importancia a la necesidad de mirar el mensaje.
¡Oh, sorpresa! El mismo chiste que había recibido yo horas antes, lo estaba mirando el taxista. Y no creo que mi amigo de Castellón y el amigo fiscal del taxista tengan nada que ver.
Si así corren los chistes, imaginaos como correrán los rumores y los mensajes malintencionados estas próximas elecciones.
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