Me surgen muchísimas dudas respecto al hecho de que parte del patrimonio histórico y cultural de cada país, sea objeto de posesión y comercio entre particulares y entidades privadas.
Por un lado, está el argumento de la defensa del derecho a la propiedad privada que se recoge en el artículo 33.1 de la Constitución Española.
Pero, por otro lado, nos encontramos con la precisión que a este derecho se hace en el artículo 33.2 cuando se establece que su contenido está delimitado en base a su función social.
Es decir, el derecho a la propiedad existe y es legítimo en tanto en cuanto, no colisione con la aportación con la que dicha propiedad pueda contribuir a la mejor del bienestar social.
La Constitución termina diciendo que, nadie puede ser privado de su propiedad salvo que exista una utilidad pública y siempre, tras la preceptiva indemnización a los propietarios en la forma y en las cuantías que determinen las leyes.
Hasta aquí llega la explicación jurídica en la que se apoyan mis dudas sobre la mercantilización del arte. A partir de este punto, lo que puedo ofrecerles es un debate moral y ético que me tiene bastante confusa y desposicionada a la hora de elegir mi posición este tema.
Mi incapacidad para tomar una postura concreta y definida en este asunto, viene dada por los múltiples puntos de vista que el mismo admite.
Por un lado, está la necesidad de los creadores de poder vivir de su trabajo. El arte, por más que lo queramos idealizar, es un oficio que requiere dedicación y esfuerzo y que por ello debe conllevar la posibilidad de los artistas de ganarse la vida con él.
¿Quién es nadie para decirle a un pintor que no puede vender un cuadro?
Es evidente que cualquier creador debe ser libre de poder vender su obra o los derechos de la misma.
Pero si somos realistas, por más que nos gustaría, no todas las personas que escribimos somos Cervantes y no todas nuestras obras se convierten en parte del patrimonio cultural de la humanidad como lo ha hecho El Quijote.
En el caso de la escritura es sencillo. Un libro se puede reproducir y con ello pasa a ser patrimonio de todo el que quiera leerlo. La literatura se convierte entonces, junto con la fotografía, en unas de las artes más democráticas y horizontales que existen.
No ocurre así con otras disciplinas. La reproducción de una obra maestra de la pintura, no alcanza, ni por asomo, el mismo grado de conexión con la persona que lo observa que disfruta la misma persona cuando se encuentra admirando de frente al original en un museo.
La reproducción de una escultura puede traspasar con una gran facilidad el estatus de arte para adquirir el de suvenir barato.
Es muy difícil delimitar este problema y quizás por ello me suscita tantas dudas.
¿Es aceptable que un castillo o una iglesia que forman parte de la Historia de nuestro país, o de cualquier otro, se transformen en la residencia de una familia adinerada?
Si una entidad bancaria fue en su día colaboradora de un régimen fascista, ¿tiene derecho a disfrutar de sus colecciones artísticas aludiendo a su derecho a la propiedad privada cuando este se sustentó en la ilegitimidad de quien les permitió hacerse con ella?
No quiero hablar de la familia Franco en este artículo. Como gallega no voy a dejar de sentir nunca que su patrimonio les pertenece simplemente porque le fue sustraído a mis antepasados coaccionados por el miedo y la violencia que establecía el régimen que dominaban los suyos, y que, por ello, una parte de sus posesiones es por derecho mía.
No puedo evitar preguntarme si no tendríamos que asumir la idea de que existe un estatus artístico en el que los trabajos dejan de ser simples creaciones para pasar a ser obras maestras. Obras que por su propia trascendencia no pueden ser poseídas por nadie y deben pasar a ser patrimonio de todos.
Sé que este debate es complicado porque, igual que ocurre con muchos otros asuntos, los posicionamientos respecto a este tema implican debates ideológicos mucho más amplios.
Eso y la triste realidad de que, en un mundo liderado por el neoliberalismo economicista, los planteamientos sobre arte ni están ni se les esperan en la agenda de los debates sociales y políticos que deberíamos hacer para decidir entre todos, cómo creemos que debería ser nuestra realidad.
|