El 28 de abril la ciudadanía de nuestro país está convocada a las urnas, una cita electoral múltiple en la que el voto será fundamental para la configuración del escenario político europeo, nacional y autonómico en aquellos lugares con triple convocatoria. Una vez más, el voto de los hombres y mujeres en igualdad decidirá los proyectos políticos para Europa, España y para una multitud de comunidades autónomas en las que el escenario se muestra más abierto que nunca a la política de pactos y alianzas en un volátil tablero de juego que puede traernos sorpresas en la noche del 28A. Pero con todo, en esta ocasión, la sensación de vértigo por un lado y de responsabilidad por otro, parecen haberse instalado en una ciudadanía que asiste en unos casos con perplejidad y en otros con hooliganismo a los discursos de los diferentes líderes políticos, jalonados en su oratoria por proclamas de frentismo, sonidos patrióticos o esencias de medio rupturista en un marco general en el que parecen que los derechos y libertades en nuestro país pueden estar por primera vez en un riesgo claro de involución en caso de victoria de los populismos.
Y es que, si algo está claro hoy en el panorama político , es la aparición peligrosa de nuevo de esas dos Españas, esa de buenos y malos, de izquierdas y derechas enfrentadas lejos del consenso por el interés general, de patriotas y antipatriotas en discursos que con simpleza fascista han erupcionado con fuerza desde la epidermis de una joven democracia que herida profundamente a golpe de nacionalismos irresponsables y desgaste de su sociedad de bienestar hoy sufre los rigores , elementos estos que aderezados con los titulares de la corrupción y el empobrecimiento de la clase media a golpe del cambio de la cuarta revolución industrial, vienen a generar un caldo de cultivo perfecto para la victoria del trumpismo y del discurso vacío pero necesario de los nuevos mesías de la esperanza artificial , esa que viene a calmar la incertidumbre de una ciudadanía que con miedo y desesperanza mira al futuro.
En definitiva, España como país debe mirar al futuro, a un escenario de progreso y construcción de un bienestar necesario a partir del acuerdo nacido de un nuevo pacto de clases, ese que debe de buscar el equilibro entre el beneficio de lo privado y la construcción del bienestar y la dignidad de una clase trabajadora mermada en derechos en los últimos años. Y lo debe de hacer, con un proyecto de futuro basado en la certidumbre y no en el miedo, en la evolución y no en la involución, en una política de impuestos progresivos y no en una bajada de los mismos que sólo serviría para resquebrajar más si cabe los sistemas públicos educativos y sanitarios, esos que son los últimos parapetos para la estabilidad social. Un país, el nuestro en donde la recuperación del talento emigrado como hoy ha puesto en marcha el gobierno actual de la nación deberá de ir aparejado de una estrategia de retención del que está hoy está en nuestros municipios y ciudades. Un modelo de país así en el que los derechos sociales deberán de ser encuadrados en un modelo económico progresista en donde el apoyo al empresario y al emprendedor sirva como pilar fundamental para a partir de su éxito generar esa economía y empleo cimente nuestra democracia. No por menos la igualdad, la libertad y el progreso deben ser sin lugar a dudas los motores que impulsen a partir del 28 de Abril a una España del siglo XXI con profundos desafíos y grandes oportunidades.
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