Se habla poco, casi no se pone mientes en ella y parece que, desde hace unos meses, esta institución en la que milita el Jefe del Estado español estuviera arrinconada, alejada del foco de la política y apartada del centro de atención de los españoles. Y, sin embargo, el Rey sigue siendo, constitucionalmente, la máxima autoridad de la nación española y, el término Monarquía Española el que designa la organización política del Gobierno y del Estado en España. Pero no podemos ignorar que ya casi llevamos un año que, en España, viene gobernando un partido, el PSOE, que en nada se parece a aquel que estuvo presido por el señor Felipe González, que nada tenía que ver ni en sus formas, sus objetivos, su respeto por la Constitución y su defensa de la unidad del pueblo español y de España, con lo que han venido siendo los gobernantes socialistas que le sucedieron después de él del PP, del señor Aznar; ya fuera el del señor rodríguez Zapatero, donde se inició el declive de la nación española que la llevó a las puertas de la quiebra soberana si no hubiera sido por el PP de Rajoy que consiguió el milagro de evitar que el país tuviera que ser rescatado o, este que se está a punto de inaugurar por el señor Pedro Sánchez, después de los casi diez meses que haya estado gobernando, en clara minoría, después de la moción de censura que ganó contra Rajoy.
Dejando aparte los nubarrones negros que muchos pensamos que no van a tardar en aparecer en el horizonte de nuestro país, hay un punto que no se ha mencionado, que no parece que se le dé importancia y que, no obstante, está en la mente de muchos ciudadanos españoles de uno u otro color. La monarquía española no se ha librado de su papel determinante en lo que han sido los graves acontecimientos que, durante los últimos años, se han producido en Cataluña. El Rey hubo un momento en el que tuvo que salir a la palestra para dejar claro que Cataluña era un parte de España y que los intentos de un segmento de los ciudadanos catalanes, que abogaban por la independencia de Cataluña de España, carecían de toda cobertura legal y, en consecuencia, de toda posibilidad de conseguirlo. Desde entonces la figura del Rey, ante los soberanistas, tanto vascos como catalanes, se ha constituido en el centro de los ataques, los insultos, el desprecio y la animadversión de políticos, ciudadanos, representantes de la cultura, clérigos y de todos aquellos fanáticos que fueron absorbidos por el catalanismo radical, el mismo que ha convertido a España y los españoles en la bestia negra a la que, según ellos, hay que enfrentarse y derrotarla para conseguir sus objetivos.
Todo aquel que haya seguido los acontecimientos de los últimos meses en nuestra nación, habrá podido comprobar el escaso protagonismo que, el gobierno del señor Sánchez, le ha concedido a Felipe VI, en lo que debiera de haber sido su agenda acostumbrada de viajes a naciones amigas en representación de la nación española. Pedro Sánchez, sin duda alguna, se ha reservado para sí todo esta tarea que habitualmente se les encargaba a los reyes como parte de sus funciones como tarea propia de los monarcas. Naturalmente, este cambio en la estrategia del vigente Presidente del gobierno en funciones, puede tener dos interpretaciones: la primera, que quisiera aprovechar sus posibilidades de darse a conocer por los gobernantes del resto de países, con los que siempre hemos mantenido buenas relaciones, con la intención de dar la apariencia de estar plenamente capacitado para gobernar España ante las susceptibilidades que, su entrada en el gobierno por la puerta falsa, pudieran haberse suscitado en el resto de occidente y, en segundo lugar o puede que, por ambas a la vez, para ir restándole protagonismo a la institución monárquica, como una primera fase para aislarla, vaciarla de contenido y, finalmente dejarla convertida en algo obsoleto que no tenga ninguna razón de existir, con el fin de preparar a los ciudadanos españoles para una próxima república.
Esta misma solemnidad con la que pretende adornar las consultas con los líderes del resto de partidos, de derechas e izquierdas, recibiéndolos en el palacio de la Moncloa, aparte de resultar una muestra de un infantilismo bastante hortera, no deja de ser una falta de cortesía hacia la casa real que, en definitiva, es a quien le corresponde, en la figura de Felipe VI, el llevar a cabo las consultas con los distintos aspirantes, si los hubiere, a ocupar la presidencia del gobierno en España. Es lógico que haya consultas entre los distintos partidos y que se celebren reuniones para intentar llegar a acuerdos o constatar la existencia de diferencias insalvables, pero estos encuentros se celebran en despachos particulares, en reservados de hoteles, en edificios neutros en los que, los distintos protagonistas, no se sientan como huéspedes o personajes de segundo orden ante el que pretende imponer un protagonismo y el papel de personaje principal en tales encuentros informales.
Las mayorías en ambas cámaras han cambiado. Ya el PP no domina, como hasta ahora, el Senado y el freno que suponía el tener necesidad de pasar por la Cámara Alta, de las leyes promulgadas en el Parlamento, impedía muchas aventuras legislativas del partido en el Gobierno que sabía que en, el Senado, podrían ser depuradas y devueltas al legislativo. La irrupción masiva de las izquierdas en ambas cámaras y el hecho innegable de lo que se pudiera considerar como un vuelco a la izquierda del país, especialmente en lugares como Cataluña, Valencia, Baleares, Andalucía, Extremadura y un largo etcétera, da lugar a que, dentro de un lapso de tiempo, un periodo que nadie en estos momentos sería capaz de prever, no se vuelvan a reproducir lo que, en algunos parlamento autonómicos, ya ha salido a relucir, incluso con acuerdos alcanzados por mayorías: nuevos intentos de sustituir el actual régimen de monarquía parlamentaria por una nueva república que la sustituyera. Claro que ello representaría una reforma de la Constitución y para ello haría falta el complicado procedimiento fijado en los artículos 167,168 y 169 de la Constitución, con sus correspondientes mayorías; lo que no impide que, tal y como han quedado las cosas y la fragmentación de los votos, no se pudiera llegar con más facilidad que hace un año, a conseguir poner en un brete a la monarquía española. En todo caso, como ya dijimos cuando se produjo la confirmación de la Princesa de Asturias en la persona de Leonor la hija de los reyes; mucho nos tememos que a esta jovencita se le está preparando para un cargo que, sin duda alguna, significa asumir muchos sacrificios, obligaciones, preparación y limitación de las libertades propias de una joven de su edad, sin que sus padres puedan estar seguros de que, cuando llegase el momento en el que debiera sustituir a su padre en el puesto de Jefe del Estado, las circunstancias políticas de la nación le permitieran acceder al mismo, o bien, tuviera que conformarse con una vida normal para la cual, evidentemente, no se la prepara.
Puede que Pedro Sánchez haya tenido un buen resultado, incluso superior al que, con toda seguridad, él y sus correligionarios hubieran esperado, pero no han conseguido la mayoría absoluta que les permitiera gobernar con mayoría absoluta que, con toda seguridad, sería lo que le hubiera gustado; pero el bipartidismo está en horas bajas y si quiere, deberá gobernar en minoría, mejor que la anterior, por supuesto, pero insuficiente para poder dictar leyes si no cuenta con el apoyo de los escaños suficientes en el Parlamento y, en el Senado, en su caso.
Un hecho que pone de manifiesto que va a tener que hacer cesiones, admitir condiciones, pagar favores y, en estas circunstancias, nadie puede obviar la posibilidad de que Podemos, los separatistas catalanes, los mismos vascos y, en general, todas las izquierdas, no pudiera llegar un momento (ya lo han intentado, sin éxito, en varias ocasiones) en el que intentaran, como hicieron el 14 de abril de 1931, proclamar la república derrocando la monarquía borbónica.
O así es como, desde la óptica de un ciudadano de a pie, no se puede descartar que, dentro de este desconcierto general al que nos han llevado las pasadas elecciones del 28 de abril, y ya puestos a dar al traste con todo lo que se consiguió consolidar durante los años en los que España tuvo gobiernos de derechas, en lo referente a la buena marcha de la economía, la superación de la crisis, la consolidación de la democracia, la obtención de ayudas de la UE, la mejora del empleo y la creación de puestos de trabajo; no pueda añadirse el intento de acabar con la monarquía como colofón a la caída de la derecha, reducida a lo que se podría denominar como una caricatura de lo que llegó a ser después de las elecciones del 20 de noviembre del 2011. Nolens volens nos queda un largo Vía Crucis que recorrer, durante el cual vamos a tener ocasión de comprobar que nuestra capacidad de asombro, que ya dábamos por agotada, va a ser puesta a prueba por los nuevos inquilinos del palacio de la Moncloa. ¡Paciencia!
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