Durante los siglos XVI y XVII, las piezas de teatro se representaban en los corrales o corralas de las casas de vecinos. Se trataba de los patios interiores de ciertas viviendas en los que se colocaba un tablado para la interpretación de comedias. Aunque se tratase de tragedias o dramas, todas las piezas recibían el mismo nombre: comedias.
En los referidos patios se emplazaba un escenario en el que actuaban los actores, unos gradas para los caballeros y el corredor del mismo para las damas. Los menos afortunados tenían que llevar unos bancos portátiles.
Aunque hubo varios en Madrid, el más famoso fue el conocido como corral de la Pacheca, por Isabel Pacheco que era quien lo regentaba. De él nos dice D. Claudio Pellicer, en su “Tratado histórico sobre el origen y progresos de la comedia y del histrionismo en España”, (1804) que se encontraba en la calle del Príncipe.
A final de las representaciones y a veces durante ellas, los partidarios del autor de la pieza o de los actores, aplaudían estruendosamente y con gran entusiasmo, no le iban en zaga los detractores de la obra y enemigos del creador de la misma que silbaban, pateaban y promovían todo el escándalo posible. Parece ser que que uno de los más famosos por los tumultos, algarabías y bataholas que en él se formaban fue el mencionado de la Pacheca. Por ello la frase: Esto parece el corral de la Pacheca, ha quedado como sinónimo de confusión, desorden y baraúnda.
Por desgracia para los españoles, en estos días hemos podido presenciar, como un corral de la Pacheca redivivo, el desorden que se produjo en el Congreso de los diputados, cuando procedieron a la votación de su cargo algunos de ellos.
La Presidenta del Congreso Meritxell Batet se vio desbordada y perdió su autoridad para embridar la situación. ¿Perdió los papeles? ¿No tuvo autoridad?, o ¿estaba previsto y consentido por su Jefe, Pedro Sánchez, para no “molestar” a sus socios que lo han aupado y posiblemente contará con ellos nuevamente para que lo aupen a la Presidencia del Gobierno?
Para acceder al Acta de Diputado, los elegidos han de cumplir con un ritual bastante simple. Basta jurar o prometer que se respetará la Constitución.
Por cierto, que algunos de los seleccionados por el pueblo, desde hace tiempo, han eliminado de su vocabulario el verbo jurar, pues, en su completa ignorancia, creen que utilizarlo es manifestarse como creyente, aunque no lo sean. Desconocen, de ahí su incultura, que jurar no implica acatar ninguna doctrina religiosa. Se puede decir: “juro por mi honor”, y no se pone por testigo a ninguna divinidad.
En fin, estos son los mimbres con los que hemos de hacer el cesto para nuestra desventura.
Desde el año 1990 el Tribunal Constitucional, presidido por Francisco Tomás y Valiente, admitió que se pudiese añadir coletilla a la fórmula establecida para recibir el Acta de Diputado.
Conforme con que se hayan empleado algunas fórmulas pintorescas como la del Diputado ecologista Juan López de Uralde, que lo ha hecho invocando a Todo el Planeta. Si no se tratase de una cosa tan seria sería para echarse a reír.
Pero lo que no debería de haber tolerado la Presidenta fue que el diputado nacionalista catalán, que se encuentra en prisión provisional, prometiese “por compromiso republicano” y “como preso político”. Meritxell, al admitir esa expresión, dio por sentado que en España hay presos políticos y que no estamos en un Estado de Derecho, sino en un régimen en el que no se admiten la disparidad de ideas. Flaco favor para nuestro País, cuando la Presidenta del Senado, admite que tenemos presos políticos.
Ya la Mesa del Congreso ha suspendido a los cuatro diputados, pero la Presidenta debió, en su momento, no admitir juramentos en los que se admitiese, poco más o menos, que estamos en una Dictadura.
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