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El Orgullo e ideologías

Una semana después, el Orgullo 2019 ha dejado un importante debate: ¿será porque ha estado politizado?
Marcos Carrascal Castillo
viernes, 12 de julio de 2019, 13:54 h (CET)

Claro que éste ha sido un “Orgullo” politizado, como lo son cada una de las decisiones. La ideología política impregna nuestras vidas y empapa nuestras entrañas: desde la decisión de madrugar para agolparse en un vagón atestado de más transeúntes o madrugar para anegar las carreteras con coches y respirar aire negro y nocivo. Tampoco el “Orgullo” se escapa de esta liza ideológica que nos tensiona a diario.

Este “Orgullo”, mal adjetivado “politizado”, obedece a una ideología concreta: la lucha de clases marxista, la ideología de los oprimidos contra los opresores, la ideología que siempre dibuja dos bandos para legitimar las acciones de uno. Marx creía que ése era el motor de la Historia: los plebeyos frente a los patricios, los campesinos frente a los nobles y los obreros frente a los burgueses. Ahora, en la posmodernidad, en una época en la que se emborronan los límites del proletariado y la burguesía y las clases sociales han perdido su acento decimonónico, el marxismo cultural, el de la lucha de clases, sigue buscando dos bandos. Y el “Orgullo” era la ocasión propicia para enfrentarse a Ciudadanos, en este caso, desde la izquierda fiel a los principios marxistas, que no eran ni de lejos la mayoría de todos los que se dieron cita la semana pasada en el centro de Madrid. Y, para esta empresa, todo está permitido: calvos peludos, alcohol, orines, insultos e informes policiales falsos comandados por el ministro de Interior, que pasó de ser la musa judicial de la derecha a advertir cual camorrista que pactar con VOX —aunque no los mencionara como tal— tendría consecuencias.

Asimismo, también es ideología la decisión del PP de no acudir al “Orgullo”. Las palabras de Díaz Ayuso de no cambiar de destino el evento porque “hay niños y familias” están embadurnadas de conservadurismo light; es decir, de una sobria comprensión del conservadurismo de VOX. Los conservadores de VOX redactan sus programas electorales desde los púlpitos, como moralinas, descubriéndose como sepulcros blanqueados, porque éstos empiezan y terminan en la zona inguinal. Ideología reaccionaria es invisibilizar la fiesta de la visibilización LGTBIQ+ exiliándola en la Casa de Campo y asumir esta propuesta como estrella, así como imputar a una presunta conspiración que los tiempos avancen.

Todo es política e ideología, aunque Marlaska dijera que esas palabras eran una declaración política, como si las declaraciones de un ministro no fueran políticas. Pues bien: todo es política e ideología, y la ideología liberal y socioliberal, e incluso socialdemócrata, es esa que no quiere límites sociales sin motivo alguno y que lucha para que cada uno viva su vida como guste —recordemos esa frase volteriana: “no estoy de acuerdo con lo que dices pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo”—; y se pone de manifiesto al hacer propias las reivindicaciones feministas, anti-LGTBIQ+fobas, antirracistas, antixenófobas… A tenor de cómo enfocar esta idea en el complejo plano económico, estaremos ante tendencias liberales, socioliberales y socialdemócratas; pero esto da para otro artículo.

Finalmente, frente a la lucha de clases que trata de buscar enemigos entre las piedras y aquellos que quieren imponer su sexualidad y antropología a golpe de prohibición, estamos la mayoría. La mayoría que creemos en la libertad, en que nadie tiene que mandar sobre el cuerpo de uno más que uno mismo; y que solo queremos eso, libertad. Y ésta no se puede alcanzar sin políticas que lo propicien y, sobre todo, sin respeto.

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Censura. No la juzgo como una práctica muy denostada en estos días. Por el contrario, se me antoja que tiene más adeptos de los que, a priori, pudiéramos presumir. Como muestra de ello, hay un sector de usuarios que están abandonando cierta red social para migrar a otra más homogénea, y no con el fin de huir de la censura, sino por la ausencia o supresión de la misma en la primera de ellas.

Vivimos agazapados sobre los detalles mínimos a nuestro alcance y llegamos a convencernos de que esa es la auténtica realidad. Convencidos o resignados, estamos instalados en esta polémica de manera permanente; no aparece el tono resolutivo por ninguna parte. Aunque miremos las mismas cosas, cada quien ve cosas con matices diferentes y la disyuntiva permanece abierta.

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