Cada segundo mueren en el mundo aproximadamente 2.000 animales, 345 millones al día aproximadamente, a lo que hay que añadir unos 140 millones de toneladas de peces. Estos datos según fuentes de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura). Con lo que es de suponer que la cantidad es aún más elevada.
Estamos ante el crimen contra la vida más elevado de la historia de la humanidad en esta tierra. Un biocidio que afecta no sólo a los habitantes de los ecosistemas sino, por supuesto, a los ecosistemas mismos, en forma de agresión a estos mediante la desertización (tala de árboles), envenenamientos de mares y cielos mediante vertidos legales e ilegales (hasta barcos hundidos deliberadamente llenos de basura nuclear).
El término biodiversidad no es más que aludir a un término amplísimo de un Nosotras/os completo e inexcluyente de nada, acapara desde animales que andan con dos pies, cuatro, ocho, hasta flores, líquenes, aguas, árboles, gusanos, rocas, aires... La ONU alerta de que se extinguen 150 especies animales al día, lo que se considera la mayor ola de pérdida biológica desde que desaparecieron los dinosaurios. Al mismo tiempo, como se ha indicado, millones de animales mueren al día en el mundo para una dieta humana que es antinatural y enfermante, además de cruenta y ausente de la mínima empatía.
El paso del humano por esta tierra culminando con su masificación en las metrópolis, nos ha dejado a todos en un callejón sin salida. Somos como un animal salvaje que huyendo de su (él cree) horrible reflejo en el río se interna en una enorme casa oscura que descubre -en ciertos puntos de ella- en llamas y para escapar, buscar la salida, enciende antorchas, y antorchas, y cada vez se interna más en las oscuridades y los fuegos de la enorme casa, olvidando ya el exterior, en una huida hacia adentro en un infierno que él mismo amplía y en el que al final no hallará espacios de aire y todo será fuego rojo, olvido.
Guerras, expolios, siempre, como denunciaba el poeta anarquista Jesús Lizano, "dominantes y dominados". Frente a todo ello, el animalismo, la liberación animal (que contempla la liberación humana -pues también somos animales, aunque deliberadamente se omita en los libros escolares, para establecer la diferencia de nivel y no escapar jamás del injusto, ridículo, antropocentrismo-). Frente a ello los alzamientos actuales de determinadas personas o grupos por todo el mundo que exigen un cambio, pero se lo piden a los políticos. Es como si los presos pidieran arreglos en la cárcel a los jefes de prisión. Siempre el mismo paso, un tocado por la luz nueva de la hierba se alza, muchos otros lo hacen y, con suerte, estalla una revolución que lo cambia todo, pero en las ciudades, la revolución del feminismo, la revolución contra la esclavitud y el racismo. Exigencias que han generado profundos cambios aunque, insisto, dentro de la penitenciaría.
Mi tesis es que vivimos en las ciudades, con una ordenación, unos credos, unos nacionalismos, una cultura en suma, que a todas luces conforma un engrudo sectario de primer orden. Considero al animal humano un monigote con más o menos luces, pero que vive un onirismo del nacer hasta la muerte. Según en qué país nazca, época, familia... tendrá distinto onirismo pero onirismo al fin. El sentido de realidad se nos niega para anestesiarnos y paralizarnos, otorgándonos como con un tamtam desde los medios de comunicación una realidad única, la de que dentro de lo que hay, hay que lograr lo mejor.
El problema es que LO QUE HAY no tiene algo mejor.
LO QUE HAY ya en sí mismo es la muerte de todo.
Una cueva en la montaña pintada por dentro de blanco, sigue siendo una cueva.
Y nada permite pensar allí dentro porque un blablablá deliberado de banalidades sumadas unas con otras, no cesa de ensordecernos e impedirnos la mínima reflexión.
Los más afectados por este estado de cosas, de delirantes despiertos soñando la realidad dictada, son los animales no humanos. En cantidad y en espanto de sus torturas, son sin duda quienes más sufren la locura del humano moderno, y cuanto más moderno, más espanto sufren los inocentes animales. En laboratorios de investigación, en Treblinkas de ganadería industrial, en fiestas populares donde son burlados, violados, torturados, seres de los mares y del cielo, tras rejas, tras jaulas, tras muros, pisoteando sus propias heces sufriendo una luz artificial y muriendo sin haber visto el sol ni el cielo. Frente a ello, el veganismo. Que avanza, hoy mucho más rápido que ayer, pero no lo suficiente. La industria de la trata de humanos y no humanos es la que aporta más ganancias a la Banca mundial después de la de la droga. Nunca soltarán esos "aparatos de producción" de billetes los 50 Tio Tom del mundo.
Greenpeace, siendo generosa, alerta de que estamos al filo de no poder solucionar el problema de la capa de ozono. De la contaminación de los mares. Del daño ya demasiado letal a la biosfera y a sus habitantes.
Lo cierto es que entre los reos animales encontramos individuos, seres con identidad propia, que piensan, se conduelen, sueñan, mueren en vida, sufren infartos al corazón del estrés que en el infierno al que los aboca el que paga con la tarjeta bancaria la compra en la cola del supermercado, llevándoselos troceados en bandejas, y no quiere saber de ti, hermana, hermano animal antiguos. Sólo buscan el sabor de tu cuerpo asesinado.
Basta. Ya no hay debates. La palabra no vale, porque no hay tiempo.
No tienen tiempo de esperar a que la gente se ilumine, como dijo la activista Mary Pérez, no pueden esperar a que evolucionen los suficientes. Ya no. Hay demasiada información, pasaron lustros, décadas, siglos. Y todo sigue igual en tanto a lo medular: el humano vive en ciudad, la cultura de ciudad es "domina o te dominarán".
Estúpidos.
Inconscientes.
Locos.
Escrito estaba en las primeras hojas: Surgirán millones de manos que encerrarán tras rejas a millones de animales. El enclaustramiento es el peor de los inventos del humano. Introducen a las aves del cielo en pequeñas jaulas, a seres del mar que recorren largos tramos de mar al día en diminutas peceras, y los miran desde fuera y no sienten nada. Y encima sonríen, a veces a carcajadas. Están idiotas. Peor. La crueldad es su cultura.
Escrito está en las hojas de los árboles que aún quedan, resistiendo: Muchas manos a lo largo de todo el mundo, convocadas por una misma voz natural, abrirán el día señalado todas las jaulas.
Será la única posibilidad. Para los reos y para el mundo.
Minutos, horas de libertad serán en términos de dignidad, el amor frente al odio, la vida frente a la muerte. El claustro de por vida es la peor de las muertes.
Un pájaro en jaula es como un hombre despierto en un ataúd a cinco metros bajo tierra.
Hay que excavar y sacar a ese pobre.
Incluso entre sectores animalistas ven esta Visión poética -que concibo como real, que no es que yo desee esto sino que así lo contemplo en el futuro, que ocurrirá, como por fin el único acto posible de Justicia- como una barbaridad. Nacieron ya cautivos, arguyen. Mejor que vivan que que mueran, olvidando que jaula es muerte, e indignidad cósmica.
Por las calles por los pueblos metrópolis puentes mares ríos entrarán en casas en plazas en el mismo parlamento a la iglesia autopistas corren corren habrá sangre La sangre de la tierra, la tinta de un poema. Un poema trágico La libertad canta su canto más triste y al mismo tiempo más alto.
Tal será la debacle y destrucción mundial que todo cambiará, porque en paralelo a la liberación masiva de caballos, toros y gallinas, habrán boicots por jackers antiarmamentistas a asentamientos militares, lugares de ordenación, se cortará el agua, se cortará la luz, se cortará... un tiempo con respecto al tiempo que se supondría le seguiría... es decir... el mismo. Y nacerá, con dolor, una niña...
Porque el verdugo no conoce el lenguaje del piadoso, sólo el dolor de la espada.
Ese bebé, ese santo, ese aire nuevo lleno de espantos y maravillas, donde las jaulas, establos y Dachaus animales queden vacíos volando entre nubes sucias que se van, su nombre es...
El del nacido, de la niña... Se llama... (esa nueva etapa)
No lo sabemos.
Deberá decirlo ella y él, ellas y ellos, con sus bocas.
¿O esperabais que cerrásemos en un círculo ordenado esta tesis? Jamás. Lo que ha hundido al humano es la obsesión por el orden y el control.
Id y escuchad lo que dicen las olas de mar con su espuma, los versos escritos en su alta ola paralizada sólo un segundo, por ti. Para hablarte.
El segundo libre de lo natural donde todo está dicho.
La naturaleza sólo dice lo justo. Sólo el humano habla de más. Y actúa de menos.
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