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Corrupción literaria

Como no podía ser de otro modo, también el mundo literario está corrompido
Ángel Ruiz Cediel
viernes, 8 de marzo de 2013, 10:11 h (CET)
En esta nuestra Sociedad del Roquefort en el que todo está azul y agusanado por la corrupción, de la que no escapan ni la banca, ni la política, ni los empresarios, ni el deporte, ni siquiera los ayuntamientos, como no podía ser de otro modo también afecta al orden literario y a toda esa parodia de los premios —casi siempre amañados—, chiringuitos de escritores de cuño —falso— y pretendida difusión cultural —debe ser la del rebuzno—.

Como escritor y como miembro ocasional de jurados literarios, sé muy bien de lo que hablo. Esto apesta, hiede como si por resucitar estuviera Lázaro, que diría Quevedo. Y como creo que conviene tocar este palillo no solamente por los lectores, sino también por toda esa caterva de nuevos escritores que mira a este orbe cargado de ilusiones y esperanza, voy a darle un tientito.

Para comenzar, bueno es poner algunas cifras sobre la mesa, tales como que en España se publican anualmente alrededor de setenta mil títulos. Como lo leen. Bueno, como lo leen, no, porque pocos leen —el libro es un artículo barato de regalo—, cosa que es buena porque la mayoría de esas ediciones son paja encuadernada, rebuznos como la santa catedral de Toledo. Naturalmente, uno se pregunta qué talento de la editorial puede seleccionar esta clase de bazofia, insana incluso hasta para la enfermedad, y no acierta a adivinarlo, más allá de las presiones de esas agencias literarias de las que muy bien podríamos prescindir y saldríamos ganando. Son los grupos de presión, los lobbies de la edición, gentes expertas en colar repugnancias, modelar frikis, manipular editores y hasta hay quien dice que incluso de comprar voluntades de editores y jurados.

En cuanto a los premios literarios llamados importantes —por la pasta y la difusión—, no hay duda que se tratan de lanzamientos editoriales enmascarados, haciendo que unos cientos de bindundis hagan gratis —pagándose el peaje de las copias, los envíos por correo y tal— de corifeos de la estrella prevista; es decir, que estando dado el premio de antemano, y bien negociado en todos sus extremos con el autor que ganará "sorpresivamente", todo lo del jurado, las votaciones y todo eso, son un circo para entretenimiento de esos medios que haciéndose eco no se atreven a desenmascarar estas farsas. No sólo no se invita a los finalistas a los actos de entrega de premios —doy fe— cuando supuestamente no se sabe quién ganará, sino que siempre, indefectiblemente, es un personaje del chiringuito farandulero de la literatura, o, rascando un poquito, una esposa de tal, un hermano de cual o cosa por el estilo. Vamos, que es el timo del tocomocho. Naturalmente, esto son asertos políticamente incorrectos, esas verdades que, por dolorosas, suelen decir los payasos del circo de la literatura que están movidas por la envidia. Bueno, pues hagamos una prueba del nueve, ¿qué Planeta, Alfaguara, Azorín, Fernando Lara, Torrevieja o cualesquiera otros de mucha pasta y difusión ha merecido siquiera un aprobado, se conserva en la memoria de los lectores o merece pasar a página distinta del papel higiénico?... Bueno, si le preguntan a excelentes lectores, seguro que se acuerda de uno o dos, aunque, eso sí, únicamente de los nombres de los ganadores, porque, como digo, son famosos o parientes de.

Si el premio es menor, lo normal es que ni siquiera se considere a la literatura, sino la ideología —doy fe—, incluso la conveniencia de premiar a este sobre aquel, aunque el autor en cuestión no sepa hacer la O con el culo de un vaso. En algunos casos es por promocionar a la ciudad y necesitan a alguien con nombre; en otros, nada más que distinguir a un amiguete o colega; y en los más, sencillamente la visceralidad de un jurado que de literatura… más bien poco como mucho. Así está la cosa. Hay una regla no escrita pero vigente en todos los jurados en los que participan escritores: “Nunca se debe elegir a un autor con más talento que el jurado”. De cajón, vaya, porque nadie tira piedras contra su tejado. Y, francamente, con el panorama de “eruditos” que tenemos, no está el listón precisamente muy alto. Por eso gana lo que gana.

España es, probablemente, el país del mundo que más premios literarios tiene y el que menos calidad literaria, incluidos quienes son considerados como vacas sagradas, chotos, bueyes y asnos. Es más, por favores políticos y por opiniones compradas, incluso cualquiera de esta fauna puede adquirir un programa televisivo de su cuerda para que haga el ridículo con su excentricidad artificial de risible divo, o incluso llegar a ocupar el sillón kk de la Real Academia, centro de compensación de favores y servicios prestados donde los haya.

La literatura, lo digo por los jóvenes que comienzan a hacer sus primeros palotes y aun para los ya han hecho algunas páginas y están un tanto esperanzados todavía, es sencillamente mentira. No tiene nada que ver el éxito con la calidad, ni siquiera con la literariedad, la trama o la riqueza lingüística. Nada literario tiene importancia en el ámbito literario, aunque parezca un contrasentido. Los libros se venden como latas de tomate, pero para alinear pensamientos y ordenar las psiquis ciudadanas dándoles de comer paja que modificará su estructura genética hacia la estupidez profunda. No es por pinchar globos, pero si esperan ganar un premio por talento, están listos, casi tanto como si esperan que les represente un agente literario de peso sin ser famosos, o como si creen que enviando originales a las editoriales van a conseguir otra cosa que una carta estándar que, en un lenguaje políticamente correcto, les dirá: “¡Amos anda!”.

Sorprende, en ocasiones, cuando uno lee en un periódico que tal o cual persona ha publicado “su primera novela”, y aun su segunda. Vamos, como para partirse de risa. Cada español, exagerando, ha escrito media docena y no sale en los diarios. Pero lo peor del caso es que, cuando uno lee algo de eso que se ha premiado o que tiene tan “buena prensa” en los periódicos, se lleva un chasco que para qué. Podría hablar del "exitazo" literario de uno de los autores de moda que recientemente sacó a la venta su tercera novela, y la cual compré porque no soy listo y quería no aburrirme en vuelo trasatlántico: si le hubiera tenido en el avión, palabra le doy una bofetada por timarme. Ni siquiera un puñetazo. ¡Y había torres de ejemplares en la librería del aeropuerto! ¡Jesús, Jesús, qué mundo!.

Ya se sabe que buena parte de la literatura es ficción, pero nunca tan descabellada como la del mundo real de la literatura. Es un orden tan estúpidamente desatinado, que cuando alguien me habla de cultura en España, pienso en el tipo de rebuzno que habrá emitido el borrico autor. Me decía ayer mismo una correctora de estilo de uno de nuestros más afamados escritores —ni siquiera su estilo es suyo—, que hay que seguir ciertos pasos para poderse meter de lleno en el mundo de la literatura, y, después de casi cuatro horas de charla, me quedo con mi criterio, el cual hago extensivo a los noveles y autores de poco o ningún renombre: Si queréis llegar a ser famosos, lo único que os lo puede impedir son las hemorroides, porque el éxito literario requiere como condición sine qua non un culo a prueba de bombas. De modo que ya sabéis, visitad Soria, haceos con una buena dosis de mantequilla de primera, y a poner el culo. O se entra con padrino, o no se entra, y mucho menos se llega a ninguna parte. Pero no os preocupéis, no ganar o no ser reconocido en esta infecta sentina, es lo mejor que os puede pasar. Lo más positivo que se podría hacer por la literatura, es arrancar todas las páginas del tema de los libros de texto, desde las tres últimas décadas para acá y fingir que nadie escribió nada.

Por cierto, no es que en esta ocasión esté delicado y haya omitido nombres propios por finura o por no herir sensibilidades. Es solamente que no me cabían tantísimos en el artículo. De cuantos asertos he escuchado que puedan ser aplicables al mundo literario en su conjunto, me quedo con aquél de Fernando Fernán Gómez en la presentación de uno de sus novelas: “¡A la mierda!” Sabrán mis escasos lectores que mi página web desapareció hace ya algún tiempo, precediendo mi desaparición también de las columnas de los diarios con los que colaboro, siendo esta la que cierra la etapa. Debido a que ya no puedo soportar por más tiempo las náuseas, a ese mismo lugar que Fernando envío a la literatura, a los literatos, a los editores, a los agentes y a los premios literarios. Seguro que ni ustedes ni yo nos perdemos nada. Corto y cierro.

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