El otro día recibo en mi correo la invitación para asistir a la tercera edición de la exposición de fotoperiodismo “Fragments 2012” que organiza la Unió de Periodistes Valencians. Rápidamente llamo a algunos compañeros porque es el pretexto ideal para charlar sobre la profesión periodística, los recientes despidos, los sueldos de becarios que algunos siguen cobrando tras años en un medio de comunicación, o como otros ejercen de periodistas ocasionales mientras dan clases de repaso, venden móviles o trabajan como dependientes en centros comerciales.
La muestra que puede visitarse en la Sala Oberta del edificio de La Nau, recoge los hechos más destacados de los últimos meses de la vida social y política valenciana, que nos llegan gracias al hábil disparo fotográfico de 17 profesionales del periodismo gráfico.
Debo confesar, que estas exposiciones casi con carácter altruista siempre me suscitan una cierta confianza, y las veo como iniciativas en pro y defensa de un periodismo más participativo, pedagógico, didáctico y democrático, que intenta alejarse de una información sujeta a las rutinas de producción, a los intereses económicos y políticos que circundan a la información masiva; imágenes que hablan por si solas y son fiel reflejo de una realidad que nos es cercana y a la vez ajena.
El lugar es acogedor, remanso de cultura, sabiduría, espacio para la reflexión y el debate pausado en el claustro de la Universidad de Valencia o en la silenciosa cafetería.
Observamos con paso tranquilo y sosegado cada una de las fotografías y leemos detenidamente cada uno de los textos que las acompañan. La imagen de unos niños montados en un autobús como denuncia ante los recortes y la mala situación que padecen algunos escolares de zonas rurales, me toca la fibra sensible por cercanía profesional y porque vivo situaciones similares.
Por otro lado, llegamos a las imágenes más peliagudas, esas en donde encuentras sectores en lucha o conflicto, estudiantes frente a policía, manifestantes frente a fuerzas de seguridad y políticos, sindicatos frente a las grandes y explotadoras superficies comerciales. Pero hay una en particular, que queda en un cuerpo a cuerpo, simplemente en una falta de respeto y consideración que el periodista refleja con su cámara y las palabras malinterpretan intencionadamente.
La imagen de un pirotécnico intentado sacar a un indignado del 15 M del recinto acotado para la “mascletà”, me produce cierta controversia, así que leo el texto para aclarar: “Un miembro de la pirotecnia Reis-Martí arremete contra uno de los concentrados del 15 M”. Y pienso, siempre la palabra puede ser como un disparo a bocajarro y por la espalda. Puedo entender que el periodista sienta cierta simpatía por los manifestantes y que le produzca desazón y rabia la decisión municipal de trasladar la “mascletà” a la plaza del Ayuntamiento con el fin de obligar a levantar el asentamiento de los allí concentrados. Pero el manifestante se extralimitó en su defensa, y con ella no sólo saltó el cinturón de seguridad, sino que puso en peligro su vida y la de los trabajadores.
En mi opinión, el periodista ha optado por el camino fácil, se posiciona al lado de los débiles y consigue el aplauso cómodo y la ovación cómplice.
Creo que hubiese sido mejor dejar la imagen o simplemente describir la escena de forma neutra, y no situarla desde un plano de lucha, ya que entre ambos protagonistas no existía relación conflictiva inicial, sino que el manifestante impide que el empleado ejerza su trabajo con plena libertad y garantía de seguridad.
No debemos olvidar la dificultad que entraña en ciertos casos, hechos o informaciones abordarlas sin caer en la simpatía o la compresión por una parte del suceso, pero para los que hemos estado más de una vez en manifestaciones, huelgas, concentraciones, etc, ni todos los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado son demonios, ni todos los manifestantes, estudiantes, sindicalistas son santos. Todos recordamos hechos como quema de contenedores, rotura de cristales, tirar el café a aquellos que no se manifiestan, etc; al final, todo queda en unas simples palabras como: hechos aislados o grupos de exaltados, y si no, tranquilo, que en España nos salva tener una memoria muy corta.
Corría el mes de abril de 1994 cuando un grupo de malagueños celebramos la Semana Santa en el lejano cantón Valais de Suiza. Por aquellos tiempos dedicaba buena parte de mi tiempo a transmitir, en la medida de mis posibilidades, el Evangelio. Estaba totalmente involucrado en las tareas de evangelización del Cursillo de Cristiandad. Una tarea gestionada por seglares.
Al referirnos a las expresiones del habla cotidiana, las quejas son las principales protagonistas. Independientemente de cómo se exprese cada cual, somos muy perspicaces en la crítica dirigida a los demás y poco propensos al examen del escaparate propio. Sin embargo, no es tan sencillo pronunciarse al respecto, debido a las imprecisiones propias, las tretas ajenas y los muchos factores implicados.
Los que desde muy pronto y ya sin interrupción hemos tenido un contacto frecuente con los libros sentimos cierta incomodidad al oír consejos y expresiones como “leer es bueno”, “un libro es un amigo” o “lee lo que quieras, pero lee”. Es como si alguien dijera: “¡viva la comida!, da igual qué comas, lo importante es que comas”, o “beber es vivir, sea lo que sea que bebas, bebe”.