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¿Cuánto pesa la historia?

Ahora se habla de la España vaciada de equívoca concepción, su contenido es valioso, sus habitantes personas como las demás; aunque la orientación social dirige sus actividades hacia los emporios
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 23 de agosto de 2019, 10:20 h (CET)

Depende, es multifactorial.

Para estas medidas tampoco tenemos básculas adecuadas. Aunque, lejos de ser una ocurrencia, pesa la historia. Enseguida pensamos en las realidades imposibles de medir, el amor, la pasión, el miedo o similares; en todo caso calibramos alguno de sus efectos secundarios. La RELATIVIDAD también alcanza a este asunto, lo arrastra más allá de los gramos estipulados. La liviandad o la pesadez demuestran derivaciones que a veces se perciben con toda nitidez y otras no. ¿Pesa el aire? ¿Pesan las percepciones espirituales? ¿Cuál es la presión originada desde las cualidades o los defectos? Lo más fácil es continuar con la existencia sin miramientos sobre tales consideraciones. Si quedamos aplastados o no, es asunto diferente.

En la actualidad tendemos a la presentación de la historia como la memoria selectiva; y son bien diferentes. La selección de lo que se quiere recordar es sectaria, mientras la historia busca la comporbación de los hechos. Pero entre ambas nos encontramos con abundantes FALSEAMIENTOS, facilitados por los silencios interesados y propiciados por las mentalidades intolerantes. El discurso científico en incesante progresión, con investigación y contrastación; queda dinamitado por las arremetidas emotivas con escasa intención comprensiva. Tendría su lógica si se tratara de impulsos particulares aislados. El falseamiento es menos asumible si lo encauzan las instituciones públicas.

Descubrimos pronto dos bandos principales. Los presuntuosos alentados como dueños de la historia; avasalladores cuando se asocian al poder. Los ironistas al estilo socrático, sólo saben que no saben nada definitivo, dispuestos a la tolerancia, pero se encuentran con los intolerantes. Como comprobamos a diario, entre ambos hay de todo, intercambios de experiencias, recepción pasiva, superación, necedad, maldades. Mientras la comprensión total es utópica, en letras mayúsculas; el verdadero peso del conjunto se concreta sobre las PERSONAS. En letras minúsculas, la intrahistoria, la psicohistoria, es una realidad radical; muy desdeñada por las parafernalias puestas en práctica.

Alguien llegó a a interpretar la suma de avatares, violencias, guerras, acontecimientos, vidas, muertes, como una gran HUMORADA, una grandiosa burbuja histórica adaptada a cada época. Dentro pululan las partículas humanas de difícil definición, cambiantes, presuntuosas en el decir, pero sin saber lo que quieren decir, ni lo que dicen, ni decirlo en el momento oportuno. El fragor de la presencia humana escapa de las percepciones habituales empecinadas en el trasiego cotidiano. La trifulcas accesorias, alejadas del verdadero fondo del asunto. De ahí la impresión surrealista de los pronunciamientos obsesionados con el peso de las circunstancias alejadas de lo que somos.

Bromas o veras, practicamos unos lenguajes, y sobre todo actitudes, dedicadas a las diferentes burbujas. ¡Menudos líos montamos! Ocultamientos a la par de claridades, en una confusión inextricable; son evidentes los abusos generados, las miserias y también los prodigios. En semejante bullicio, las vivencias personales permanecen recluidas, aprisionadas por la turbulencia ambiental. Parece lógica la idea de prescindir de las nimiedades para buscar lo esencial; sin embargo subsiste la desorientación. Pasemos a las cosas fundamentales, sí; ahora bien, ¿Cuáles son? La DISPERSIÓN pesa como una roca gigantesca, refleja la manifiesta incapacidad colaboradora hacia el anhelado bien común.

Aunque parezca contradictorio, la actuación de las personas disgregadas viene acentuada por el peso de las ENTIDADES con sus intrincadas tramas agobiantes. Bajo rótulos de supuestas ayudas, gravitan contra las iniciativas particulares hasta extremos inconcebibles debido a sus excesos. Pocas se libran, crean una tensión progresiva con malos augurios. Lo percibimos en la Unión Europea, partidos políticos, empresas, instituciones religiosas, centros educativos u otras organizaciones; pronto detectamos el denominador común de las imposiciones desdeñosas de la presencia ciudadana. Cobra prestancia el dictado de los gestores, mientras los olvidos absurdos se ejecutan.

Cuando ya creíamos superados los ampulosos códigos conceptuales adheridos a los relatos históricos por sus simplificaciones ajenas a la comprensión de lo sucedido; nos encontramos con pesadas artimañas vestidas de ligerezas. Los títulos enfáticos no ocultan los penosos sesgos sectarios. El más llamativo es el de los ALGORITMOS de ejecución simple, pero de contenidos escamoteados. La radicalidad de los opuestos nos devuelve a la postergación de los razonamientos en aras de una agilidad de rumbos inciertos por recorridos impersonales; impide el ejercicio mental, su vitalidad, en un servilismo necio de las personas colocadas ante unas estructuras de funcionamiento rígidas.

Ahora se habla de la España vaciada de equívoca concepción, su contenido es valioso, sus habitantes personas como las demás; aunque la orientación social dirige sus actividades hacia los emporios. En los esquemas históricos es todavía peor, en sus planteamientos desaparecen progresivamente las personas. Abocamos a configuraciones abstractas, en ellas los seres humanos como tales son lo de menos. Es el ABSURDO trasladado a los escritos históricos; sin la microhistoria de los individuos, ya me dirán donde circula lo demás. El sectarismo acentúa esta alienación ante la imposibilidad de la valoración de conjunto integradora de sus elementos constituyentes.


El peso de las decisiones, los comportamientos subsiguientes enlazan con las informaciones difundidas. Cuando se habla de la oclocracia, el gobierno de las muchedumbres, planea el como se les informó a esas gentes, se estimularon sus emociones y quienes lo hicieron. Entrevemos el peso de la OCLOHISTORIA referida a las multitudes. La certeza de unos datos, la mención de las incógnitas, la consideración de las personas, quedan engullidas por las actitudes multitudinarias. La enajenación es manifiesta, pesan las elucubraciones tendenciosas foráneas. El razonamiento y el respeto mutuo no pueden ser suplantados, aunque detectamos que pueden ser aplastados.

Las anotaciones facilitan los recuerdos, ilustran sobre los comportamientos e influencian la posteridad. La evolución cultural induce la liberación de criterios facilitada por las tecnologías; ahondamos en una subjetividad envolvente, espontánea e incontrolada. Propiciamos una VULGARIDAD centrada en las interpretaciones personales, como si esto fuera suficiente para la comprensión de los eventos. Va mucha diferencia de la liberación al buen uso que de esas potencialidades se deriven. El ensimismamiento en lo subjetivo sólo puede abocarnos a la barbarie, mientras no sea capaz de percibir sus enlaces con el resto comunitario. Muchas son las facetas escindidas, requieren de la “razón vital” orteguiana integradora como vía de superación.

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