El adjetivo “conspiranoico” alude de forma poco académica a la persona inclinada a interpretar ciertos hechos de la realidad circundante; en especial aquellos en los que interviene directamente la mano del hombre, en clave esotérica, como fruto de un misterioso plan del que no atisbamos más de lo que nos dejan entrever. Suele ser aplicado de manera algo despectiva por los que niegan taxativamente la intervención de fuerzas ocultas –ocultas, aunque muy humanas- en acontecimientos dramáticos que hacen variar los hábitos de los ciudadanos en virtud de las normas coercitivas que los que nos gobiernan se ven impelidos a aplicar “por nuestro bien”. Uno de los ejemplos más socorridos sería la retahíla de medidas de seguridad, unas pertinentes y otras francamente absurdas, que los que frecuentamos los aeropuertos tenemos que soportar cada vez que vamos a tomar un avión desde que se produjo el atentado de las Torres Gemelas.
La explicación exotérica, la que en apariencia es más clara y evidente, es que existen unos grupos clandestinos empeñados en destruir la cultura occidental por medio de hechos violentos, y que es preciso, imprescindible, protegerse contra ellos. La explicación esotérica, a la que se adscriben los “conspiranoicos”, es que detrás de ese “velo de Maia” existe una realidad que no vemos: algo que sistemáticamente se nos oculta.
Confieso que, en ocasiones, me entra la tentación de unirme a ese grupo anónimo, probablemente enorme y heterogéneo, que forman los seguidores de la “teoría de la conspiración”. Pero no me dura más que el tiempo en que vuelvo a caer en la cuenta de que esa teoría también está manipulada por alguien en alguna parte. Si detrás de todo está el sionismo, el integrismo musulmán, Bilderberg o los extraterrestres, en el fondo me da igual porque nunca lo sabré. Lo que no se me escapa es que manipular la opinión en este u otro sentido interesa a los que tienen el poder o aspiran a él. Desde que hace ya bastantes años llegué a la conclusión de que la “información exotérica” -es decir, la que se aporta directamente porque a nada compromete- es insuficiente para que nos formemos una opinión fundada, porque solapa una “realidad esotérica” (oculta) que no se nos cuenta, trato de recurrir al sentido común, que, como bien se sabe, suele ser el menos común de los sentidos.
Y, para mí, cada vez es más cierto no que la realidad supere a la ficción (otro tonto lugar común) sino que “cierta realidad” ante la que me debo escandalizar o conmover o ambas cosas, tiene trazas de ser un machacón “déja vu”. Y ello se debe a que muchos de esos hechos los hemos visto ya en guiones cinematográficos y series de televisión.
Desde hace casi veinte años, cuando Osama Bin Laden empezaba a hacer de las suyas, pensé que era un trasunto de un villano de mi infancia: el malvado doctor Fu Manchú, empeñado en doblegar al mundo desde su remoto escondite de Manchuria. La espectacular captura y ejecución sumaria del terrorista saudí durante un asalto a su fortaleza, seguido en directo por el Presidente de los EEUU y su cúpula militar, recordaba demasiado a la serie de acción “24H”. Hasta el mismo terrible atentado del 11-S inspiró una película… pero el problema es que no pudo ser, puesto que el film a que me refiero fue rodado casi una década antes del hecho.
Por su parte, el atentado de la pasada semana durante la maratón de Boston, la muerte de de uno de los presuntos autores y la rocambolesca detención de otro, también tiene un regusto a guión cinematográfico. Incluso la manera de ser identificados por una de las víctimas. Acaso sea todo producto de la casualidad. Puede ser.
Pero lo cierto es que hay muchas piezas inconexas en ese y otros rompecabezas. La cautela recomienda apartarlas hasta que aparezcan otras, si es que alguna vez lo hacen, y en el entretanto conviene mantenerse alerta aplicando el sentido común, no dando por bueno lo que sale en los medios sin aplicar antes una cartesiana duda.
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