Imagínese usted que está en una tierra en la que han vivido generaciones de antepasados suyos durante más de mil años, y de repente los poderosos del mundo deciden, sin consultarle, ni a usted ni a los demás que allí viven, que otra gente se establecerá de modo masivo en la misma. Pero el problema en sí no es ese (todo el mundo debe tener derecho a ir donde quiera). El problema es que enseguida esa nueva gente dice que en realidad esta es “su” tierra, y que los que sobran en ella son ustedes. Su establecimiento en la misma, lo hará por tanto, a costa de los derechos más elementales de quienes ya estaban allí. Incluyendo, como veremos, el derecho a la vida.
A instancias de Gran Bretaña y de Estados Unidos, la Resolución 181 de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, conocida como Plan de Partición, acordó en 1947 la división de Palestina en dos Estados. A finales de los años 40 del siglo XX había unos 590.000 judíos, con sólo el 7% de las tierras, y 1.400.000 árabes, con el 93% restante. Bueno, pues aun así el Plan acordó conceder a los judíos el 56% del territorio, y a los árabes el 43,35% (el 0,65% restante, correspondiente a Jerusalén, se suponía zona internacional).
En el último cuarto del siglo XIX, sólo había en Palestina unos 24.000 judíos (muchos menos que en otros países, especialmente algunos europeos). Hasta los años inmediatamente posteriores a la constitución del Estado de Israel se producen desde entonces tres oleadas de población:
1/ Entre 1880 y la Primera Guerra Mundial, llegan a Palestina cerca de 60.000 inmigrantes judíos, provenientes principalmente de Europa oriental. Muchos de ellos, sin embargo, no permanecen, debido a los fracasos en la colonización de las tierras, su inadaptación, etc. En 1919 seguía habiendo sólo unos 57.000 judíos en Palestina.
2/ Entre final de la Primera Guerra Mundial y final de la Segunda (hasta 1948), algo más de 450.000 judíos (sobre todo de los países azotados por las persecuciones nazis).
3/ Entre la constitución del Estado de Israel (1948) y 1951, un total de 700.000 entradas hicieron duplicar la población judía del nuevo Estado. [Judíos de todo Oriente Medio y del norte de África (especialmente de Etiopía –los falasha-), se suman a los procedentes de Europa oriental].
Esa gente nueva que llega a la tierra donde usted y los suyos viven, se queda, pues, desde el inicio, con buena parte de la misma. Y no solamente eso, también desde el principio, como hemos dicho, la reivindica como propia pues en ella había adquirido su identidad y se había formado como pueblo. Esto último puede ser verdad, y por lo tanto podría ser negociable el establecimiento de la población judía que allí quisiera ir. Pero por si acaso, los precursores de la colonización judía de Palestina esgrimen un argumento más “contundente”: que son el pueblo elegido, y esa la tierra que le es otorgada por Yahvé (¿va comprendiendo la coartada demente del asunto, que como tantas otras se disfraza de religión –en este caso, judaísmo- y se ampara en la construcción de una ideología política ad hoc –el sionismo, por lo que aquí nos concierne-?). Por eso, lejos de intentar establecer negociación alguna, o bases de convivencia mutuamente aceptables con quienes habitaban esa tierra, los sionistas se convierten inmediatamente en una fuerza militar que comienza a arrinconar y a sojuzgar a la población.
Previamente, a través de organizaciones armadas creadas también ex profeso, como Irgun y Stern, habían utilizado toda clase de acciones para obligar a los poderosos del mundo (quienes por cierto dudaban y no se ponían muy de acuerdo sobre el futuro de esa tierra ni de la región en su conjunto) a hacer caso de sus demandas. La misma clase de acciones que hoy ellos llaman “terroristas”. Una de las más sangrientas fue la del 22 de julio de 1946, con la explosión del hotel King David, sede del estado mayor británico: produjo un centenar de víctimas. Pero minados, ataques en caminos, atentados a las tropas británicas de ocupación (que no terminaban de aceptar los planes judíos) y a las defensas palestinas, así como a la población civil en general, están al cabo del día y se suceden sin cesar. Entre las más terribles, la que tiene lugar en abril de 1948, cuando el Irgún cercó e incendió una aldea palestina (Deir Yessin), asesinando después a sangre fría a los que huían de las llamas (de los 300 habitantes con que contaba la aldea, 254 perecieron en esa matanza, según la Cruz Roja Internacional). Gran parte de esas “operaciones” son dirigidas por quien más tarde sería presidente del Estado de Israel: Ben Guirón (¿se trata de un ejemplo que podría hacer válida la máxima “por el terrorismo al poder”?).
Fíjese entonces, que en este caso en el que le hacemos convertirse hipotéticamente en un habitante de la tierra palestina, usted ve que en pocos años la población recién llegada se ha hecho dueña política, económica y militar de la tierra donde usted vive y vivieron sus antepasados durante infinidad de generaciones, quedando la mayor parte de ustedes en una situación de marginación.
Sin lugar a dudas que esto provocaría su repudio y su rebelión.
Cuando en 1947 los británicos deciden desentenderse de lo que allí estaba pasando, y dejar vía libre por tanto a la creación del Estado de Israel, se desata una auténtica “guerra civil” entre judíos y palestinos, hasta la constitución en mayo de1948 del Estado hebreo. Casi inmediatamente se produce un ataque coaligado contra el mismo de los ejércitos egipcio, iraquí, sirio, libanés y jordano . Las tropas judías, para entonces bien pertrechadas y entrenadas militarmente, consiguen expulsar a los enemigos en todos los frentes, y con ellos a más de medio millón de palestinos a los países limítrofes, a los cuales desde entonces no se les ha permitido regresar , constituyendo hoy uno de los más serios problemas para cualquier negociación de paz. Mientras tanto, en Palestina quedaron otros 180.000 árabes desprovistos de cualquier medio de subsistencia. Israel aprovechó también para ampliar sus fronteras con algunos territorios de los atacantes.
El hecho de que se cree un Estado hebreo, militarista y expansionista (y antiárabe) desde el comienzo, no parecía agradar mucho al resto de países (árabes) de la zona. Tanto es así que coaligados algunos de ellos, y siempre apoyados por los propios combatientes palestinos, todavía tuvieron dos encuentros bélicos con Israel (ya incomparablemente armado por EE.UU. y otras potencias “occidentales”). En 1967 (“Guerra de los 6 días”), Israel ataca y derrota casi a la vez, entre el 5 y el 10 de junio, a Egipto, Jordania y Siria. En 1973, de nuevo Egipto, Jordania y Siria, esta vez respaldados por tropas iraquíes, atacan a Israel y son derrotados por este país (“Guerra de Yom Kipur”). Previamente Israel y el Egipto de Nasser habían combatido también en 1956. Después de estas guerras el Estado de Israel amplió sustancialmente su territorio a costa del de unos y otros. Haciéndose dueño, además, de Jerusalén y de la mayor parte de Palestina.
Más tarde, en 1982, Israel invadiría el Líbano, permaneciendo en la zona sur del mismo hasta el final del siglo XX. [El 15 de septiembre de 1982, tras la evacuación pactada de las milicias palestinas que allí estaban, se producen las masacres de los campos de refugiados palestinos de Sabra y Shatila, por tropas libanesas maronitas aliadas de Israel, con la aquiescencia de este Estado, y con el resultado de miles de muertos y heridos, especialmente niños, adolescentes, mujeres y ancianos que malvivían en esos campos. (El luego tan encumbrado prócer Sharon fue el responsable israelí directo de esa matanza)].
Después de la desaparición del bloque soviético (que mantuvo el apoyo a algunos países árabes), Israel ya no tiene freno en la zona. Su proyecto imperialista regional (como potencia delegada del imperialismo norteamericano global) comienza a ver vía libre.
Proyecto que si bien siempre estuvo latente desde su misma constitución como Estado, cobra cada vez más dimensión estratégica para EE.UU. después del derrocamiento del Sha de Persia, con la revolución iraní (hasta entonces Irán cumplía bien el papel de guardián y a la vez base de operaciones imperialista de la región), allá por 1979. Aunque enseguida, a principios de los 80, Irak pretendería llamar la atención de EE.UU. sobre sus posibilidades para reemplazar a Irán como “portaaviones” norteamericano en la zona, atacando a aquella revolución (para lo que EE.UU. le utiliza a conveniencia). Pero comete el grave error de agredir también a aliados económicos muy estrechos de Washington, como los kuwaitíes. Kuwait en realidad estaba poniendo a Irak contra las cuerdas, al aumentar la producción de crudo para bajar los precios internacionales del petróleo. Irak era uno de los principales deudores de Kuwait, a raíz del financiamiento de su guerra contra Irán. Si el ingreso de los petrodólares bajaba, Irak se vería en serias dificultades para pagar sus deudas. Por eso si Irak le había hecho un guiño a EE.UU. para ser él su guardián de la zona, esperaba que EE.UU., por su parte, debía comprender que necesitara garantizar su financiamiento militar (tal fue la tremenda apuesta de Irak, atacando a Kuwait). Pero EE.UU. no quiso entenderlo (aunque parece ser que le había dado muestras a Irak de lo contrario –vieja trampa por la que el más poderoso se deshace de sus antiguos servidores: ya se sabe, “Roma no paga traidores”- ¿podrán aprender esto alguna vez los tiranos existentes y venideros que tan bien sirven a USA.?). Para entonces a los amos del mundo la apuesta por el Gran Israel les parecía mucho más plausible y ventajosa. Así que a partir de entonces EE.UU. se va a dedicar a “limpiarle” de enemigos la zona. Los dos más peligrosos, por su tamaño y dinamismo socioeconómico, son Irán e Irak. En segundo lugar, sobre todo por su capacidad de incordiar políticamente, Siria. Así que, ya sabemos porqué pueden ser los próximos países a eliminar en las guerras “contra el Mal” que ha emprendido en el siglo XXI el Imperio más poderoso de la historia de la Humanidad, como fruto de su desquiciamiento económico y el imparable desmoronamiento de su hegemonía.
Pero volviendo a Palestina, la en adelante creciente impunidad de Israel se va a manifestar en su renovado expansionismo colonizador (con la multiplicación de asentamientos y la penetración militar en tierra palestina). Crece también su “permiso” por parte de la Casa Blanca para asesinar y sojuzgar de todas las maneras posibles al pueblo palestino.
Con cada tropelía de los venidos de fuera, el sometimiento y la humillación de los de casa se acrecienta.
Palestina: un campo de concentración permanente
Los últimos 59 años los palestinos están viviendo en el campo de concentración en que han convertido a su tierra, en condiciones de insospechada barbarie. Superando en tiempo con creces, al holocausto que junto a muchas otras poblaciones, padecieron los judíos durante el nazismo europeo.
Decenas de miles de palestinos llevan toda su vida en “campos de refugiados”. Imagínense usted condenado de por vida a vivir en esos campos, hechos con chabolas prefabricadas de hormigón, o poblados con tiendas semicaídas y sucias, sin agua potable, ni luz. Con un hacinamiento que en algunos casos sobrepasa lo físicamente aceptable: hasta dos familias de 10 personas en 60 metros cuadrados.
Gaza en conjunto tiene probablemente la densidad de población más alta del mundo, y si para el total de los Territorios Ocupados se estima que se necesitan entre 250.000 y 350.000 nuevas viviendas, basándose en una ratio de una unidad por cada cinco personas, la necesidad proporcional mayor se encuentra en Gaza.
Los campos de refugiados, cada vez más parecidos a “campos de concentración”, se convierten también frecuentemente en campos de exterminio. Cada “incursión” del Ejército israelí deja en condiciones aún más inhumanas a éstos, como también a las propias ciudades, aldeas o pueblos de los Territorios Ocupados, cuando son asaltadas. Es proverbial en este sentido, el ejemplo de la matanza de Jenin, perpetrada por el Ejército israelí en 2002: cadáveres abandonados para pudrirse en las calles, heridos dejados morir en las esquinas, imposibilidad de salir de las casas ni para enterrar a los muertos aun si estaban en la propia vivienda (por lo que muchas personas, ya sean adultos o niños, tuvieron que ver cómo sus más directos familiares se descomponían delante de ellos). Tampoco para procurarse alimentos, ni ninguna atención sanitaria. La matanza indiscriminada de civiles que se produjo tanto en las calles como en los propios domicilios, está todavía pendiente de ser juzgada por la Humanidad.
Pero los asesinatos, las muertes por palizas a detenidos, las torturas en prisión o en campos de detención son el pan nuestro de cada día para los palestinos (fuentes externas estiman que más del 45% de los detenidos son torturados).
Llevar un manifiesto apoyando la independencia o la creación de un Estado palestino, puede costar 10 años de cárcel. Los palestinos de Gaza y Cisjordania no tienen derechos sociales de ningún tipo. Apenas existen como seres humanos para el Estado de Israel, que les mantiene en un auténtico apartheid de hecho.
Examinemos algunos otros aspectos de la vida allí.
A buena parte de la población trabajadora de los Territorios Ocupados, para ir a trabajar a la zona israelí, le hacen pasar por pasillos de alambradas, es recogida cada madrugada en camiones o autobuses del Ejército y trasladada al lugar de trabajo, hasta la noche, que es devuelta a sus pueblos o ciudades, o a su “campo de refugiados”.
El salario miserable que reciben apenas sirve para cubrir sus necesidades más básicas, por eso Israel devuelve todos los anocheceres los trabajadores a sus Territorios, para que sea toda la “familia palestina” la que tenga que mirar por su supervivencia (ahorrándose así el empresariado israelí gran parte de los costos de la reproducción de la fuerza de trabajo).
También cientos de niños palestinos menores de 15 años trabajan en Israel, especialmente en el sector agrícola, largas jornadas con salarios muy bajos y sin ningún derecho, puesto que son “ilegales”.
Claro que eso se está acabando porque Israel ha decidido suplantar la mano de obra palestina (extra-barata), por otra también muy baratita venida de fuera (judíos soviéticos, africanos y de otros países, considerados como judíos de segunda o tercera fila). Así por ejemplo, la prostitución ha sido el destino final de una buena parte de las judías de las ex-repúblicas soviéticas.
Pero eso poco importa a los neonazis que están al frente de la política israelí, dado que su objetivo es la judeización de toda Palestina (con la consecuente substitución de la mano de obra árabe). De ahí que se reiteren las llamadas a emigrar a la población judía de todo el mundo, a continuar la colonización (como si de un territorio “virgen” se tratara, sin gentes que lo hubieran habitado por siglos). En 1978, Mattityahu Drobles, Director del Departamento de Implantaciones de la Organización Sionista Mundial (el nombre lo dice todo), elabora el Plan para el Desarrollo de la Colonización de Judea y Samaria, por el que se considera que los asentamientos cívico-militares judíos debían extenderse por todos lados, con la intención de sitiar a las poblaciones árabes, destrozar la continuidad territorial palestina e impedir sus posibilidades de autogobierno.
Y es que esos asentamientos, entre otras muchas funciones, han servido históricamente de avanzadas militares. Fuertemente armados, muchos de ellos han protagonizado continuas ofensivas contra la población palestina. Los colonos hebreos tienen competencias policiales y militares, no solamente al interior de sus asentamientos, sino también en las poblaciones árabes vecinas. La vigilancia de la vida palestina será una de sus “sagradas” misiones.
Durante los años 80, comienzan a formarse entre esos colonos grupos clandestinos que están detrás de todo tipo de acciones terroristas contra la casi siempre indefensa población palestina. Entre ellas se encuentran los asesinatos, selectivos o indiscriminados, atentados, asaltos físicos por la calle o a los domicilios, amenazas continuas, humillaciones arbitrarias a hombres, mujeres, niñas y niños palestinos. Todo ello con la práctica impunidad, o lo que es lo mismo, el respaldo de las autoridades civiles y militares israelíes. Mientras, tirar una piedra puede costar a un adolescente palestino años de cárcel.
Especial atención merece el caso de Jerusalén. Jerusalén Este es anexada oficialmente, contra las numerosas resoluciones de la ONU al respecto, en 1980. Posteriormente, el Estado de Israel trata de separarla físicamente de Cisjordania, mediante todo un cordón de asentamientos judíos ilegales, que la rodean completamente. El deterioro de las condiciones de vida de los habitantes palestinos forma parte también de su estrategia de judeización de la “ciudad santa”.
La colonización efectiva de esta ciudad ha sido una prioridad de todos lo gobiernos israelíes. En la práctica ya se han realizado tres círculos de asentamientos hebreos en torno a ella: uno interior que se enclava dentro de sus murallas, otro con más de 10 colonias rodeando la ciudad, y un tercero que cubre lo que los israelíes llaman el “Gran Jerusalén”, y que llega a ciudades palestinas tan importantes como Ramallah (la actual capital administrativa palestina) y Belén. En el año 2000 el Gran Jerusalén ya cubría el 15% de Cisjordania, con unos 108 km2.
Pero la expropiación, así como la confiscación de tierras para destinarlas a nuevos asentamientos, es común a todos los territorios palestinos.
Por si esto fuera poco, el agua está bajo jurisdicción militar. Los palestinos no pueden extraer agua sin permiso, no se les permite la construcción de pozos o embalses. Sólo pueden recoger agua de lluvia en pequeños aljibes. Los Territorios Ocupados están excluidos de las ayudas para el desarrollo agrícola que conceden los diferentes organismos internacionales. No se les permite utilizar técnicas modernas de explotación del agua (por lo que se condena al atraso y a las técnicas rudimentarias a todo el agro palestino). Lo que constituye una brutal medida de dominación y humillación. Mientras muchos asentamientos judíos disponen de césped regado permanentemente (y hasta de campos de golf), los poblados palestinos circundantes deben esperar camiones cisterna israelíes para poder beber, en medio de las altas temperaturas de la región. Los israelíes les cobran el agua a un precio mucho mayor que a su población. Lo que constituye un grave problema dado el creciente empobrecimiento del pueblo palestino. ¿Se imagina, además, dadas estas circunstancias, en qué condiciones se halla un pueblo que vive todavía hoy fundamentalmente de su agricultura?.
Israel se quedó con las mejores tierras, las más productivas, empujando hacia las zonas más desérticas a los palestinos. Pero no contento con eso, consigue que un tercio del agua que consume la población israelí provenga de los acuíferos subterráneos de Cisjordania. [Uno de los motivos de la guerra de Israel, en 1967, fue la búsqueda de nuevas reservas de agua y el reforzamiento del control de otras (lago Tiberiades, ocupación de los Altos del Golán, río Jordán…); y será en el futuro inmediato una de las fuentes de conflicto principales de la región, como de tantos otros lugares].
Una de las medidas más despiadadas protagonizada por Israel, que atenta contra la más mínima sensibilidad humana, es la de la salinización de las tierras palestinas, a menudo utilizada como “castigo”, al igual que la demolición de casas, con lo que se deja a la gente sin posibilidades de supervivencia, ni de vivienda. Es una condena directa a la miserabilización. Lo que en el fondo forma parte de la misma estrategia de colonización judía o de expulsión de la población palestina.
A todo esto se unen los asesinatos (en Palestina y fuera de ella) de los principales dirigentes palestinos, por medio del que quizás sea el servicio de inteligencia más eficaz del mundo: el terrible Mossad. Temido también en el mundo entero por su permanente colaboración con dictaduras de corte fascista (¡qué ironía tan triste de la Historia!), y su implicación en buena parte de las “guerras sucias” que se cuecen en el mundo (asesoramiento en torturas, represión y contra-levantamientos insurgentes en general: todo un historial).
Los toques de queda o los cierres de accesos a y de los Territorios Ocupados, o incluso al interior de ellos, se repiten cada vez con más frecuencia. A libre albedrío del Ejército ocupante, cuando se le antoje, sin previo aviso. Un palestino puede intentar ir a ver a su familia al pueblo de al lado, a 4 kilómetros, y tardar ¡tres meses! en llegar. El tiempo que la autoridad militar israelí mantuvo cerrado el territorio. Para cuando llegues, tus padres pueden haber muerto. Son muchas las personas que mueren también en una ambulancia, frente a un puesto de control israelí, sin que se la deje pasar, mientras los soldados hacen bromas o insultan incluso a las personas que van dentro.
Un compañero palestino, ingeniero, que forma parte de una organización local que intenta paliar los efectos de la política hídrica israelí, me decía hace unos años:
“Sólo puedes moverte cuando ellos quieren. Si ellos no quieren, tú no puedes hacer nada. Te reducen a la impotencia. Tienen el control sobre toda tu vida. Es difícil acostumbrarse a eso, vivir con esa humillación y con esa rabia”.
El empleo y el desempleo también están a merced de la potencia ocupante, según sus necesidades económicas o sus decisiones militares. Así, dependiendo de las circunstancias políticas o militares, el paro puede oscilar entre el 20 y 50% en Cisjordania, y entre el 40 ¡a cerca del 80%! en Gaza.
El deterioro general de las condiciones de vida en los Territorios Ocupados se agranda por momentos. Según un informe del propio Banco Mundial, del año 2000, la pobreza severa a mediados de la década de los años 90, afectaba a un 20% de la población de Cisjordania, y a algo más del 36% de la de Gaza, en tiempos “normales”. Las cifras se disparan a más del 40% y el 50% respectivamente, cuando las autoridades israelíes cierran esos Territorios.
Sea como fuere, casi un tercio de la población palestina vive con unos dos euros al día, mientras que su agricultura pierde casi 4 millones de euros diarios, gracias al estrangulamiento económico-militar israelí. Tampoco la escasa industria palestina se salva, pues según un informe del Centro Palestino de Derechos Humanos “sobre las consecuencias del cierre impuesto por Israel”, la actividad industrial (textil, químicas o plásticas) decreció un 80%.
Racismo sionista y resoluciones de la ONU.
Para llegar a los límites de brutalidad perpetrada contra el pueblo palestino, difíciles de imaginar, de los que aquí sólo hemos esbozado una aproximación, quienes los ejecutan tienen que conseguir realizar un extraordinario adormecimiento de conciencia, al tiempo que efectuar una acrobática pirueta ideológica consistente en negar prácticamente la condición humana de “los otros” (en este caso, los palestinos).
Esto es justamente lo que hace el Estado de Israel, sus instituciones (especialmente algunas de las religiosas) y parte de su ciudadanía. Algunas primorosas declaraciones sobre los palestinos, y por extensión sobre los árabes, nos permitirán hacernos una mejor idea de su postura:
“Los palestinos (de Gaza y Cisjordania) no son sino bandas de delincuentes que destruyen y matan” (Moshe Arens)
“Las posiciones extremistas se encuentran en la naturaleza misma de los árabes y del islamismo (…). Los árabes son, en un alto porcentaje, personas fanáticas y brutales” (Moshe Arens. Palabras pronunciadas cuando era Ministro de Defensa israelí).
“Los palestinos no son seres humanos, son animales, son bestias. Lo único que se puede hacer con ellos es exterminarlos, a todos” (Inmigrante rusa judía, en declaraciones a la BBC, en Tel Aviv, tras un atentado de una organización islámica).
“Los árabes son un cáncer (…) Os digo lo que cada uno de vosotros siente en lo más profundo de su corazón: sólo hay una solución y ninguna otra, ninguna solución parcial: árabes fuera, fuera… No me preguntéis cómo… ¡Dejadme ser vuestro Ministro de Defensa durante dos meses y no veréis ninguna cucaracha a vuestro alrededor!. ¡Os prometo limpiar la Tierra de Israel!”.
Son palabras del rabino Meir Kahane. Semejante engendro humano dice hablar en nombre de un Dios (la Historia a veces es cansinamente repetitiva). Pero en realidad su intención no es otra que la de reproducir las antiguas disposiciones nazis (sobre la protección de la sangre y el honor): ley para prevenir la asimilación entre judíos y no-judíos, y para preservar “la santidad del pueblo de Israel”. Para ello nuestro “ejemplar” rabino se proponía separar a judíos y árabes en escuelas, dormitorios, playas, edificios y ciudades .
Hasta tal punto llegaban las atrocidades y el fanatismo sionista, y la reacción y desestabilización general que causaban, que a la ONU no le quedó más remedio que tomar cartas en el asunto desde un primer momento. Sucesivas resoluciones a lo largo de los últimos 50 años han intentado sin éxito poner coto a estos desmanes. Citaremos algunas de las más importantes:
1948: Resolución 194 de la Asamblea General, por la que se reconoce el derecho al retorno de los refugiados y desplazados árabes.
1967: Resolución 242 del Consejo de Seguridad. Reclama la retirada israelí de los territorios ocupados.
1967: Resolución 2.253 de la Asamblea General, en la que exige a Israel que desista de “adoptar cualquier acción que pueda alterar el estatuto de Jerusalén”.
1974: Resolución 3.236 de la Asamblea General, por la que reconoce los derechos inalienables del pueblo palestino y reclama el retorno de los refugiados a sus hogares.
1975: Resolución 3.379 de la Asamblea General de la ONU, que describe al sionismo como una forma de racismo.
1978: la ONU declara el 29 de octubre día internacional de solidaridad con el pueblo palestino.
1979: Resolución 446 del Consejo de Seguridad de la ONU, que exige a Israel el desmantelamiento de sus asentamientos sobre los Territorios Ocupados.
1980: Resolución 478 del Consejo de Seguridad, en la que se declara que cualquier intento de modificar el estatuto de Jerusalén por parte de Israel, sería considerado “nulo e inválido”.
1992: Resolución 726 del Consejo de Seguridad, por la que se condena a Israel por deportar a 12 palestinos de los territorios ocupados. (Al tiempo que esta medida viola también la Convención de Ginebra).
El derecho al retorno de los refugiados y desplazados (70% de la población palestina) es reconocido, asimismo, por las resoluciones 2.252, 2.452, 2.535, 2.672, 2.792, 2.963, 3089, 3.331 y 3.419 de la Asamblea General. Mientras que las resoluciones 242, 338, y 425 del Consejo de Seguridad reclaman la retirada israelí de los Territorios Ocupados.
Por otra parte, la IVª Convención de Ginebra, de 1949, firmada por Israel en 1951, señala que “la potencia ocupante no podrá transferir parte de su propia población civil a los territorios que ocupa”. La resolución 452 del Consejo de Seguridad de la ONU, de 1979, incide en el mismo sentido. También la 465 de 1980, con un claro llamamiento a Israel para que no modifique el carácter físico, la composición demográfica, la estructura institucional o el estatuto de los territorios palestinos. Los artículos 47 y 49 de la IVª Convención de Ginebra advierten contra la represión de la población civil ocupada por parte del Ejército ocupante.
Pero ni caso. Israel se ríe impunemente de todas estas cosas. Algo que se puede permitir porque en todo momento tiene el apoyo interesado del más poderoso de todos los poderosos: EE.UU.
La insurrección del pueblo palestino
Frente a este estado de indefensión permanente, no es de extrañar que la desesperación se vaya adueñando de la población palestina, parte de la cual, ante la falta de alternativas viables, experimenta una vuelta al pasado islamista, en el que busca la “salvación” de la situación presente (ya que las fuerzas naturales nada pueden, volvamos a las sobrenaturales). Claro que este no es un proceso tan espontáneo como parece. Desde un principio está alimentado por el propio Estado de Israel (y por EE.UU.).
Ya en los años 20 del siglo pasado, la Organización Sionista Mundial había financiado a las Sociedades Musulmanas Nacionales de Palestina, así como a la jerarquía agrícola, con el fin de fomentar las rivalidades entre la burguesía urbana y los notables o cabecillas rurales tradicionales. De hecho, hasta los años 80, la ”tolerancia” del Estado israelí con las organizaciones islámicas iba más allá de la mera permisividad política. En las primeras dos décadas de ocupación el número de mezquitas pasa de 77 a 600, y las autoridades israelíes permiten y apoyan la creación de una red de centros culturales, médicos, educativos y sociales, para la “reislamización” de la sociedad palestina . De ella saldría más tarde el poder (y el respaldo social) de las organizaciones islámicas, en los años 80 y 90.
Detrás de ese apoyo israelí está el intento de socavar la autoridad civil de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP, fundada en 1964), y contrarrestar el peso de organizaciones políticas de izquierda que la componen o que forman parte del entramado político palestino. Entre otras, algunas marxistas . Dificultando, por un lado, el gobierno de los Territorios Ocupados, y haciendo ver, por otro, la “distancia” religiosa, pretendidamente insalvable, entre los dos pueblos.
Pero como sucede tantas veces en la vida, lo que empieza siendo un instrumento propio, se termina yendo de las manos. Así ocurriría a partir de los años 80, en que las organizaciones islamistas tradicionales, como los Hermanos Musulmanes, salen de su ensimismamiento y dejan de contemplar la cuestión palestina como meramente religiosa, para comenzar a hacerse cargo también de la liberación terrenal (algo que recibió bríos con la experiencia de Irán y el ascenso de Arabia Saudita como potencia económica árabe, amén de la internacionalización dentro del mundo musulmán del conflicto afgano contra la URSS, o la pérdida de referentes seculares que sobrevino con la propia extinción de este país). Por primera vez, la moderada y contemporizadora organización de los Hermanos Musulmanes, contempla la resistencia armada como aceptable, ante la crueldad de la ocupación israelí.
Surge así en la década de los 80, vinculada directamente a la revolución iraní, la Yihad Islámica (1983). Más tarde nace Hamas (1987), organización que cobraría un especial protagonismo a partir de un hecho insólito que se produciría en la tierra palestina.
Ese hecho de dimensiones globales fue el hartazgo de todo un pueblo que comienza una intifada o lucha general contra el invasor. Estamos en diciembre de 1987.
La intifada (“sublevación”) puede considerarse como una generalizada expresión de desobediencia civil ante un Estado colonizador, que va acompañada de los intentos de construcción de instituciones protoestatales propias. Levantamientos populares, manifestaciones por todos los Territorios Ocupados, negativas a colaborar con las autoridades israelíes, a acatar sus disposiciones, huelgas de los trabajadores industriales y agrícolas, de los comercios, paralización de las labores administrativas, son algunas de sus más importantes expresiones (secundadas a menudo por los palestinos residentes en territorio israelí, incluso por su representación parlamentaria en la Kneset o parlamento de Israel). Todo ello junto a permanentes luchas callejeras: barricadas, lanzamientos de piedras, cócteles, exhibición permanente de banderas palestinas, etc. Al tiempo que se procuran embrionarias formas organizativas de autogobierno.
Se trata, en definitiva, de un gigantesco acto de insubordinación, de valentía de un pueblo entero que se niega a seguir aceptando tanto sufrimiento y humillación. Es un ¡basta ya! que no admite más componendas. Con la especial particularidad, además, de que se produce dentro de un sentimiento mayoritario de reconocimiento de la posibilidad de la coexistencia de los dos pueblos en el mismo territorio. La intifada es también, por tanto, un llamamiento a la paz.
Las respuestas de los poderes israelíes, sin embargo, serán las de siempre: del intento de cooptación, amedrantamiento o descabezamiento de liderazgos, a la amenaza generalizada y por fin la represión brutal. Se cortan comunicaciones, se suspenden los permisos de tránsito, se prohíbe la distribución de productos básicos, no se suministra gasolina, se ilegalizan movimientos estudiantiles, se aprueba la demolición de casas y el corte de árboles frutales, se crean zonas militares cerradas en el interior de los Territorios, se disparan las detenciones y deportaciones.
En algo más de 4 años que dura esta situación, la intifada le ha costado al pueblo palestino más de 1.300 víctimas mortales, más de 100.000 heridos, más de 65.000 detenidos, cerca de 15.000 encarcelados, unos 50 deportados, 2.000 casas demolidas y 120.000 árboles cortados.
La resolución 605 del Consejo de Seguridad de la ONU (diciembre de 1987), “lamenta profundamente” esas políticas y prácticas israelíes, que violan los derechos humanos más básicos del pueblo palestino. La resolución 608, alrededor de un mes después, critica además la deportación de palestinos, en clara violación de la convención de Ginebra. Por lo que exige asimismo el regreso de los deportados.
Las dos resoluciones se aprueban, como suele ser habitual, con la abstención de Estados Unidos.
Por eso precisamente Israel hace una vez más caso omiso de las mismas.
Ante esta generalizada situación de terror, las organizaciones islamistas (y también algunas secciones de las civiles) decidieron contraatacar con la misma moneda, en la medida de sus posibilidades. De ahí que desde mediados de los años 80, y muy particularmente en los 90, las acciones suicidas con alto costo de vidas humanas se multiplican.
¿Se ha preguntado usted alguna vez hasta qué punto tiene que llegar tanta gente para hacerse estallar por los aires, con el cuerpo rodeado de explosivos?. Seguro que sí. ¿Usted cree que eso tiene una explicación tan simple o puede resumirse con un término tan fácil como el de “fanatismo”?.
Lo que sí está claro es que el círculo de violencia se dispara hasta antojarse insalvable: frente a los atentados de algunas organizaciones palestinas, más controles, masacres, asedios, asesinatos múltiples, selectivos, “preventivos”, etc., por parte del Estado de Israel, que ya para entonces se ha convertido a los ojos del mundo en el ejemplo vivo de un auténtico Estado terrorista, que practica el racismo y el imperialismo de pequeña escala (acorde con su dimensión, claro).
La intifada se fue agotando en los primeros años 90, por represión, extenuación de sus participantes, desangramiento popular… Si bien no logró movilizar a los “democráticos” gobiernos del mundo para frenar la barbarie represiva del Estado israelí, sí conmovió a las poblaciones en todo el planeta sobre las bases y la importancia de la lucha palestina; lo que resquebrajó de paso los cimientos y la imagen de la propia dominación israelí, haciendo crecer una ola de solidaridad sin precedentes con el pueblo palestino. Fortaleció también, en lo sucesivo, el Mando Nacional Unificado , sobre el que había descansado el liderazgo posterior al levantamiento espontáneo, de la lucha.
Y dejó las cosas en una tensa espera, en un ambiente parecido al de una pre-erupción volcánica, presto para estallar en cualquier momento.
Ese momento llegó en septiembre de 2000, con la provocación de Sharon, que como líder entonces del partido Likud, se pasea por la Explanada de las Mezquitas de Jerusalén, desatando una oleada de protestas que fue terriblemente reprimida por el Ejército israelí. Lo que hizo estallar la indignación en todos los rincones de Palestina, y el consiguiente nuevo levantamiento popular…Dando lugar a la que se conocería como intifada de Al Aqsa (por el nombre de la más importante mezquita de Jerusalén, sita en la mencionada explanada).
Intifada que, con diversa intensidad y formas, aún pervive, y que tiene una cada vez mayor proyección hacia la independencia. Es por eso que sucesivos remedos de negociación han intentado desactivarla y dividir a la población palestina, mientras que en realidad consolidan la colonización israelí, su política de hechos consumados (cada nueva negociación da prácticamente por inevitable la última aberración expansionista de este Estado). Pero como buenos previsores, los poderosos se reservan también la planificación de los varios futuros posibles (“manejo de la incertidumbre” lo llaman también a menudo), por lo que con la apariencia negociadora buscan igualmente, en realidad, controlar una hipotética post-independencia palestina.
Pero repasemos un poco algunos de los eslabones más importantes de esta “negociación”.
La negociación sin fin
1/ Acuerdos de Camp David I (1978): firmados en este escenario de EE.UU. entre Egipto e Israel, con la asombrosa ausencia de la parte palestina. En ellos se concretaba:
El reconocimiento de Israel por parte de un país árabe (Egipto). Lo que le costó a éste su expulsión de la Liga Árabe.
Retirada del Tsaal (Ejército israelí) del Sinaí.
Se reconoce paulatina autonomía para los habitantes de Cisjordania y Gaza, a través de un período de 5 años.
También se acuerda la posibilidad de establecer un “autogobierno” palestino (bajo la tutela de Israel, Egipto y Jordania).
Mientras que Israel consigue negociar por fin separadamente con una parte árabe (lo que luego haría con otras) y por asuntos parciales, logra también que se den por sentadas su anexión de territorios y su colonización de los mismos (que no se tocan en las negociaciones). Todo a cambio de promesas vagas, nunca cumplidas, sobre el reconocimiento a la independencia palestina
Las organizaciones palestinas rechazan estos acuerdos abiertamente y tensan sus relaciones con El Cairo (mientras que se suman a un Frente de la Firmeza y de la Confrontación contra estas negociaciones, que es dirigido por Siria).
2/ La Conferencia de Madrid (1991). Paréntesis en la estrategia israelí, pues se producen negociaciones tanto bilaterales como multilaterales árabe-israelíes. Aquí empieza la nueva base de la negociación: “territorios a cambio de paz”.
3/ Oslo I (1993). 15 años después de Camp David, con una intifada de por medio, se resuelve poner en práctica lo acordado entonces. La estratagema israelí da sus frutos, pues además esta vez los acuerdos son firmados por la parte palestina. Si 15 años antes podía haber tenido sentido haberlo hecho, en esos momentos significaba menor alcance de miras, y una correlación de fuerzas muy pobre, por parte palestina. Al menos, a cambio de su reconocimiento del Estado de Israel y del compromiso a no ejercer violencia, recibe el visto bueno de Israel respecto de la posibilidad de una Autoridad Palestina (AP) sobre parte de los Territorios Ocupados. Reconoce también a Arafat, como principal figura de la misma (algo que sería confirmado más tarde por el propio pueblo palestino cuando votara mayoritariamente por él como presidente de la AP). Lo que no recibe la parte palestina es la paralización del dominio militar y anexionista-colonizador del Estado de Israel.
4/ Oslo II (1995). Se firma la partición en zonas de los Territorios Ocupados. Una Zona A, bajo el control civil y policial palestino (afecta al 3% de Cisjordania y al 19% de la población palestina); una Zona B, con el control civil palestino y militar israelí (24% de Cisjordania y 68% de la población); y una Zona C, bajo el exclusivo control israelí (73% de Cisjordania y 13% de la población).
5/ Memorándum de Wye Plantation (1998). Ante el nuevo estancamiento y deterioro de las condiciones de paz en Palestina, se firma, a instancias de EE.UU., en ese último país, un memorándum, por el que Israel impone una nueva lógica a las negociaciones: “paz por seguridad”. Este Estado se compremetía a replegarse de los Territorios Ocupados en un período de 12 semanas, con tres fases. Mientras que a la autoridad palestina se la hace responsable directamente del control de la violencia en los lugares en que se repliegue el Tsaal. La AP se compromete, en consecuencia, a colaborar con la CIA en el control de los sectores palestinos armados.
6/ Camp David II (2000). Por fin se tocan los temas clave: Jerusalén, refugiados, asentamientos… pero desde la imposición de los criterios israelíes. Esto es, no se garantiza la continuidad territorial de la tierra palestina, no se accede al desmantelamiento de los asentamientos, no se admite tocar los planes israelíes sobre Jerusalén, no es posible la vuelta de los refugiados y desplazados en orden a no arabizar a Israel, se estudiará alguna manera –vaga- de autoridad –que no explícitamente soberanía-, palestina. Se trata, en definitiva, de establecer nuevos criterios en los que basar la negociación en el futuro, dejando “obsoletas” o fuera de lugar todas las resoluciones anteriores de la ONU y otros organismos internacionales. Se parte además de la anexión de hecho de un 10% de los Territorios Ocupados (donde más asentamientos israelíes están concentrados), y también de la innegociabilidad de la posibilidad de vuelta de los refugiados y desplazados.
Esta vez, al menos, todas estas imposiciones disfrazadas de negociación sí consiguen el rechazo palestino. La prensa “libre” occidental se apresura a denunciar la intransigencia de Arafat.
Sea como fuere, y más allá de las apariencias y de las declaraciones para la galería, las negociaciones han ido siendo cada vez más dictadas por los propios intereses de EE.UU. (lo que se confirma especialmente en Wye Plantation). Preocupada la superpotencia por liderar la zona con el menor coste en inestabilidad posible, sobre todo tras invadir directamente Oriente Medio, presiona a Palestina (y hace como que a Israel también) para que acepte un Estado subsidiario, condicionado , para mantener a raya a su propia población, encargándose de su represión directa (como ocurre en el resto de países árabes de la región, por otra parte). Esta “solución” para la cuestión palestina adquiere una importancia estratégica para Washington, como una forma de “normalizar” las relaciones con el “mundo árabe” e islámico en general, dado que sus invasiones en el mismo se están convirtiendo en un gran descalabro político-económico para sí mismo, y en la principal fuente de inestabilidad mundial (nuevo rearme nuclear, multiplicación de atentados –Indonesia, Arabia Saudí, Marruecos- y resistencias -Afganistán, Irak, Irán-) con un altísimo costo militar que nadie sabe cómo va a hacer frente EE.UU., pero que se prevé que nos termine repercutiendo a todos los contribuyentes mundiales. Porque lo que es el capital de las altas finanzas parece desentenderse de esos costos, a juzgar por la paulatina retirada de su confianza al dólar, que pierde valor a favor del euro, lo que llevará probablemente a EE.UU. a nuevas aventuras bélicas para intentar seguir manteniendo su dominio por la fuerza (además de todas las otras razones geoestratégicas y energéticas que le impulsan), en una espiral de muerte y devastación de incalculables consecuencias para la Humanidad.
Dentro de ese proyecto de “paz” en Palestina, que se va antojando vital para EE.UU., se prevé la sumisión (y por qué no, también la corrupción) generalizada de un futuro gobierno palestino delegado, merced a las copiosas “ayudas” externas que recibiría, tanto de la UE, como del propio EE.UU. (algo de ello ya saben también los gabinetes ministeriales de Arafat, que han recibido muy serias denuncias de corrupción por parte de organizaciones palestinas, así como de desatender gastos sociales básicos para su propia población, a favor de un gasto en las fuerzas de seguridad que se comen alrededor del 40% del presupuesto palestino, y que en no pocas ocasiones han sido ya utilizadas muy duramente contra la población palestina).
En definitiva, se trata en la actualidad de seguir un proceso inverso al anterior. Como los movimientos islamistas se les fueron de las manos tanto a Israel como a EE.UU., todas las energías se vuelcan ahora en intentar restablecer la autoridad civil palestina, la misma que han estado socavando durante décadas.
Pero para que su situación sea al mismo tiempo de permanente debilidad, es importante que el proceso de negociación se prologue como una cinta sinfín, mientras Israel consolida sus posiciones y garantiza su actual y futura “seguridad”. Es por eso que este Estado ha minado, y si su poderoso amigo americano no lo remedia, minará las diferentes posibilidades de acuerdo duradero en ese sentido. Al tiempo que dice negociar, intenta procurarse “legitimidad” a través de su política de hechos consumados, que no es otra que la de su expansión colonizadora y militar en todo el territorio palestino (y de paso con ello, pretende hacer aceptable el terrible componente militarista de su Estado, entre su propia población) . Cuanto mayor sea su presencia y su opresión militar, menor capacidad negociadora de la parte palestina.
Palestinos e israelíes sostuvieron nuevas negociaciones en la ciudad egipcia de Aqaba (“ciudad de la paz”), impulsadas por el cuarteto EE.UU., UE, Rusia y Naciones Unidas (aunque quien realmente “pinchaba” ahí era sólo EE.UU.). Parecieron ponerse de acuerdo en una ya célebre Hoja de Ruta para la paz. Pero al tiempo que la aplicación de la misma se discutía, Israel asesinaba a otro líder de Hamas y detenía a centenares de personas en diferentes poblaciones, en una particular manera de entender un mensaje “de buena voluntad” .
Mientras tanto, los palestinos siguen teniendo prohibido a discreción de la fuerza militar israelí, dejar sus hogares para ir a trabajar o salir de compras. Por lo que aprovisionarse se ha hecho harto difícil, y más de la mitad de la población sufre ya desnutrición. Israel sigue construyendo un muro de hormigón (auténtico “muro de la vergüenza”) que se prevé de 347 kms. de longitud, ocho metros de altura y tres de espesor, que se adentra en territorio palestino (a veces separando las poblaciones de sus campos de cultivo), reduciendo aún más su dimensión geográfica, su integridad y sus posibilidades de soberanía.
Los datos de un mes de un año del nuevo siglo XXI siguen empecinándose en revelarnos la crueldad de los ocupantes: 53 personas palestinas asesinadas, entre ellos 18 niños o niñas; 773 heridas (303 de los cuales eran niños o niñas); 724 secuestradas; se destruyeron o dañaron 867 viviendas, 9 centros de atención médica, 242 establecimientos económicos, 10 ambulancias, 17 escuelas, 1 Universidad, 103 granjas, 133 parques-plazas, 5 mezquitas; se dio muerte a 120 cabezas de ganado; 30.537 hectáreas de tierra fueron removidas, de las cuales 5.679 confiscadas; 37.735 árboles fueron derribados….
Israel, al mismo tiempo, levantó 87 nuevos puestos de control, 52 unidades residenciales y 4 nuevas carreteras en los asentamientos. Protagonizó 318 bombardeos a áreas de población palestina y 1093 ataques con metralla .
Hoy mismo, Israel ha secuestrado o perseguido hasta la muerte a buena parte del gobierno legítimo palestino (imagínese un país que secuestrara a sus gobernantes y parlamentarios o los asesinara), al tiempo que vuelve a invadir y a bloquear el Líbano, ante el enmudecimiento de la famosa “comunidad internacional” (atroz eufemismo con el que se hace referencia en realidad a las 4 cancillerías poderosas del mundo y sus formidables gabinetes-industrias de opinión). ¿Qué visos de legitimidad puede tener esta acción? ¿Qué credibilidad puede tener la UE cuando dice apoyar a un gobierno salido de las urnas, como el palestino, y después permanece pasiva frente a su asesinato?.
Dije “pasiva”, pero en realidad no lo está. La UE tiene un Acuerdo Preferencial con Israel, y le vende gran cantidad de armas. España es uno de los países que más armamento vende (como corresponde a su orgullosa posición de cuarto inversor mayor del mundo en armamentos), por lo que se sospecha (pregunta parlamentaria por medio), que también le está facilitando armas a Israel en no modestas cantidades.
Por supuesto que no consideran que el genocidio sea razón suficiente para interrumpir este estado de cosas . A otros países por muchísimo menos ya les habrían impuesto duras sanciones o incluso invadido (pero ya se sabe que Israel tiene patente de corso).
Mientras se intenta culpar a Hamas, que al final alcanzó el gobierno palestino (ya ve, tanto se juega con fuego, que al final uno se quema), por no reconocer a Israel. Pero “reconocer” a Israel tal cual sería reconocer todo lo que hace, así como su ocupación ilegítima según la ONU. Esto es, significa renunciar prácticamente a Palestina, ¿verdad?.
A pesar de ello, se ignora deliberadamente que existe una declaración conocida como el Documento de la Coincidencia Nacional de los Prisioneros, que ha sido propuesta para el diálogo en Palestina en nombre de los detenidos de las cinco organizaciones de la Resistencia, Al-Fatah, Hamas, Jihad Islámica (ésta con algunas reservas) y los dos Frentes. Documento que venía a reconocer de hecho a Israel (aunque no su ocupación de territorios posterior a 1967) y que iba a ser sometido a referéndum popular este 26 de julio de 2006. ¿Se quedaba así Israel sin una de sus principales excusas contra Hamas y por eso debía cortar el proceso a tiempo?.
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Seguro que muchas de estas cosas usted las sabe, porque Palestina ha devenido la piedra de toque de las luchas de los oprimidos contra los opresores en todo el mundo, está en nuestra conciencia colectiva , marcando en ella, de alguna manera, los límites del horror que puede alcanzar la Humanidad para sí misma.
Es todo un pueblo el que se desangra cada día para que no nos dejemos llevar por la indiferencia ante esos límites. Todo un pueblo el que pone su sufrimiento para salvar la dignidad de todos. Porque mientras existan realidades como la palestina, la Humanidad entera verá mermada su dignidad, su concepción de sí misma.
¿Por qué es el lugar de todas las luchas?
Palestina ha devenido el lugar de todas las luchas, por reunir en ella, la práctica totalidad de las luchas que protagoniza en la actualidad la especie humana. La lucha palestina (las luchas palestinas son) es:
* Una lucha por la vida. Los palestinos y palestinas luchan para que se les reconozca como seres humanos. Con sus derechos inalienables, empezando por el de la vida.
* Étnica. Es una lucha también por el reconocimiento de pueblo, frente a la invisibilización, desmembración y negación del mismo que acomete sin parar el Estado de Israel.
* De clases. Es una lucha de toda una población contra su tratamiento como infraclase (sobre-explotada a discreción o dejada a su propia merced para sobrevivir, según convenga), en lo que constituye un brutal colonialismo interno del Estado israelí respecto de la población palestina.
* De género. Es una lucha sorda, poco visible, de muchas mujeres por liberarse de su triple explotación (como mujeres, como trabajadoras y como palestinas), frente a las diferentes cadenas externas e internas que las subyugan.
* Nacional. Porque el pueblo palestino reclama la consecución de su propio Estado, e intentar regir, por tanto, autónomamente su destino.
* Internacional. Es una lucha de resistencia al imperialismo global, encarnado en su expresión subdelegada regional por el Estado de Israel.
* Por la Humanidad. Es una lucha global por tod@s nosotr@s, porque en la medida que triunfe, nos habrá ayudado a ser más libres.
Por eso precisamente también el objetivo clave de esa lucha, de todas esas luchas, no es el antijudaísmo, ni los hebreos como pueblo, sino la dominación imperialista, racista, clasista, patriarcal, de un Estado que se ha convertido en modelo de la barbarie.
La población israelí también tiene la palabra en esto, y su actuación es de vital importancia. Su respuesta, sin embargo, se ve complicada de momento por la asunción histórica de su “particularidad”. Es difícil para una población que confunde su denominación (lo que sería su identidad étnica) con su religión, y ambas a la vez, con su calidad de “pueblo”, y éste a menudo con una ideología política: el sionismo. ¿Se puede ser israelí y no judío?. ¿Se puede ser judío y no sionista?. ¿Se puede ser hebreo y no practicar el judaísmo?. Estas son algunas de las cuestiones, y algunos de los retos que tiene por delante la población israelí.
Miles de israelíes están intentando mostrar, en continuas manifestaciones y protestas contra los excesos más bárbaros de su Estado (aunque la mayoría no llega todavía a cuestionar el fundamento imperialista del mismo), que todas esas concepciones no tienen porqué estar unidas. Y sobre todo, no tienen porqué significar la puesta en práctica del genocidio contra otros. Para no tener que oír nunca más las palabras de esa abogada israelí, Felicia Langer, Premio Nobel Alternativo: “si nuestros mártires del holocausto se levantaran de sus tumbas y vieran lo que estamos haciendo con el pueblo palestino, nos maldecirían para siempre. Es por eso que los malhechores que actúan contra el otro pueblo son también enemigos del nuestro”.
Para los palestinos, por su parte, el reto podría radicar en la posibilidad de una intifada pacífica (por mucho que sea el dolor y la rabia). Capaz de mostrar a todos que la violencia de verdad proviene de un solo lado: el israelí. Capaz de obrar con inteligencia para “hacerlo visible” al resto del mundo a pesar de las manipulaciones mediáticas. Desproveyendo de posibilidades de “justificación” a la represión protagonizada por ese Estado tantas veces condenado por la ONU.
El reto para todo el mundo pasa por la emancipación de sus propias condiciones de opresión (y de alienación). Y entonces sí, el reconocimiento de los otros, que también luchan por lo mismo, se hará más fácil.
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Andrés Piqueras, Universidad de Jaime I de Castellón.
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