Normalmente, países, regiones, ciudades o pueblos son conocidos a partir de unos cuantos tópicos. La mayoría de la gente no suele profundizar más allá de la epidermis, de esa capa externa conformada a base de lugares comunes. Como no podía ser de otro modo, dicha imagen resulta demasiado superficial. Bastaría con escarbar un poco para encontrar multitud de matices y detalles que de inmediato ayudarían a confeccionar una opinión más formada y certera de lo que realmente es cada lugar, de su auténtica identidad.
Este fenómeno se da con especial viveza cuando hablamos de Holanda. Es el suyo un caso en el que la colección de tópicos resulta manifiestamente prolija, a lo que habría que sumar una peculiaridad: la diferente naturaleza de éstos según la edad de la persona encuestada. En efecto, si preguntamos por ese pequeño país del norte de Europa a alguien medianamente veterano, lo más seguro es que nos hable de quesos, tulipanes y molinos de viento. Y es que el pintoresco paisaje neerlandés resulta, sin duda, uno de sus mayores atractivos. Quizás alguno -varón, por lo general- mencione a Cruyff o Neeskens. Sin embargo, si nuestro interlocutor no alcanza la treintena, al nombrarle dicho país traerá a colación, con los ojos hechos chiribitas, aquellos otros encantos que conducen a multitud de jóvenes de todo el mundo hacia tan concreto destino: los "coffee shops" y el Barrio Rojo, o lo que es lo mismo, droga y prostitución. Y si le da por citar nombres propios, lo hará mencionando los de Robben, Sneijder o Van Persie, y si es que tiene algún hermano mayor, seguramente añadirá a la nómina los de Kluivert, Koeman o Van Basten.
Afortunadamente, estos últimos días Holanda ha ocupado buena parte de los titulares de periódicos y revistas, así como de informativos y programas varios, gracias a la abdicación de Beatriz y la entronización de su hijo Guillermo Alejandro. Los focos se han dirigido durante varias jornadas hacia la encantadora ciudad de Ámsterdam, donde se han concitado numerosos miembros de las más destacadas casas reales de Europa, Asia y África. No faltaron el lujo y el boato propios de estos fastos. Por cierto, para escándalo de algunos que pronto se apresuraron a censurar tal despliegue de alta costura y deslumbrantes joyas. La envidia y la necedad a menudo se dan la mano. ¿De verdad pretendían que reinas y princesas fueran vestidas de Zara y tocadas de bisutería barata?.
Muchos habrán descubierto que detrás de las flores y las vacas, de las rameras y los porros, hay un país que resplandece por su historia, su arte y su cultura. Seguro que algunos, al ver las imágenes de la cena de gala que ofreció la todavía reina Beatriz la noche antes de su abdicación, se habrán preguntado qué restaurante era aquel de las imponentes bóvedas y los magníficos cuadros. Les tranquilizará saber que tan excelso lugar jamás le hará la competencia culinaria al recientemente laureado Celler de Can Roca. Porque resulta que aquel espacio de ensueño es un museo. Y no cualquiera, sino uno de los mejores del mundo. Rembrandt, Vermeer, Hals, Metsu y compañía se reparten los muros de este grandioso edificio historicista, magistralmente reformado por los arquitectos españoles Cruz y Ortiz. Todo un templo de la pintura holandesa del XVII, momento y lugar donde el retrato y las escenas cotidianas alcanzaron las más altas cotas artísticas. Así, a lo mejor, la próxima vez que visiten aquellas tierras se dejen caer, entre calada y calada, entre "striptease" y "striptease", por el Rijksmuseum -que así se llama-, por el dedicado a Van Gogh o cualquiera de las formidables pinacotecas que hacen de Ámsterdam y el resto de Holanda uno de los centros artísticos más notables del viejo continente.
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