En la ONU se está celebrando la Cumbre del Clima de 2019, que ha dado comienzo el día 23 de este mes, de la que se quieren extraer y poner en práctica algunas medidas que frenen las modificaciones climatológicas que están afectando a nuestro planeta, desde que aproximadamente hace 30 o 50 años se viene estudiando este fenómeno.
Todo ello y la enorme publicidad que está recibiendo este, lo considero muy loable, pero pienso que es necesario que sobre ello se hagan algunas puntualizaciones, por lo que no pretendo negar, ni mucho menos que se esté produciendo una alteración climática en la Tierra. Es evidente, a todas luces, que nuestro planeta está sufriendo mutaciones, unas veces manifestadas por exceso de lluvias, escasez de las mismas, alza o baja en las temperaturas y cambios atmosféricos de todo tipo.
Lo que sí intento demostrar es que todas esas transformaciones que padecemos, no es el ser humano el único responsable, ni el causante absoluto sino que hay otros muchos factores naturales que lo puedan estar originando, amén de que nos podemos encontrar con que la Tierra se halle en una fase de mutación climática como tantas las que ha soportado a lo largo de sus 4.470 millones de años que aproximadamente tiene.
El clima de la Tierra ha cambiado muchas veces a lo largo de su historia. Esta variación se ha debido a cambios naturales que se han producido en el equilibrio energético entre la energía solar entrante y la energía reemitida por la Tierra hacia el espacio.
Sin embargo, en ningún momento pondré en duda que posiblemente pero con muy poca certeza, la acción humana influya en la variación del clima de nuestra Tierra. Caso de que así sea es de forma tan nimia que apenas merece consideración.
No podemos olvidar que nuestro planeta ha padecido cuatro grandes glaciaciones y muchas pequeñas. Ahora nos encontramos en una época interglacial, y sufrimos los últimos coletazos de la conocida como “Pequeña Edad de Hielo” que se inició en el siglo XIV y ha durado hasta mediados el siglo XIX y que puso fin a una era extraordinariamente calurosa llamada óptimo climático medieval que duró desde el siglo X hasta el inicio de le referida edad que comentamos. O sea, que hubo una elevación anormal de la temperatura durante este periodo.
Hubo tres mínimos, uno alrededor de 1650, otro en torno a 1770 y finalmente el de 1850.
Unas de las razones que se aducen para refrendar que el cambio climático es causado por la acción humana es la cantidad de CO2 que enviamos a la atmósfera, pues bien, según las últimas mediciones dignas de crédito, los volcanes, emiten entre 100 y 250 millones de toneladas de CO2 por año, unido a la enorme cantidad de metales pesados, azufre y un sin fin de elementos nocivos que emponzoñan el aire que respiramos y se introducen, por la simple fuerza de la gravedad, dentro de la tierra contaminando a ésta, así como a las aguas subterráneas.
Tampoco podemos obviar el periodo de los conocidos como”Veranos podridos” que tuvieron lugar desde 1314 a 1316. Recibieron este nombre porque fueron acompañados por una pluviosidad elevadísima, y causaron aproximadamente la muerte de un 30% de la población europea.
Otras manifestaciones de las variaciones climáticas soportadas por nuestro planeta son los desiertos, territorios yermos e inhóspitos, azotados por el viento y por las temperaturas más extremas. Ocupan aproximadamente un cuarto de la superficie terrestre y los hay en todos lo continentes. ¿Acaso estos se formaron de la noche a la mañana? En absoluto que no. Hicieron falta muchos años de climas secos y faltos de lluvia para que, de espléndidos vergeles, como eran la mayoría, para que pasasen a ser insoportables secarrales en los que el vestigio de vida es mínimo. Prueba de ello la tenemos en el desierto del Sahara, que está más que demostrado que fue hace millones de años una exuberante selva.
Otra consideración que debemos hacer es que la inclinación del eje de rotación terrestre permite, al aumentar su ángulo, temperaturas más extremas en ambos hemisferios (veranos más cálidos e inviernos más fríos). Actualmente, el eje de la Tierra está desviado 23,44 grados con respecto a la vertical; esta desviación fluctúa entre 21,5 y 24,5 grados a lo largo de un periodo de 41.000 años. La inversión total del eje no se da por la fuerza de atracción de la luna.
Como consecuencia de la deriva de los continentes, y posiblemente unido a la mencionada reversión geomagnética, se han producido igualmente unos movimientos telúricos que han ocasionado que donde antes estaba el Polo Sur, ahora se encuentra el Polo Norte y viceversa. Se ha demostrado por restos magnéticos que señalan el Polo Sur como dirección imantada, cuando debería de ser el Norte.
Todo esto nos demuestra que los humanos no deberemos cree ni suponer, aunque nuestra inmarcesible soberbia nos lo permita, que durante los aproximadamente 70 u 80 años que, como mucho vivimos, vamos a contemplar todas las mutaciones que se producen en la Tierra.
Sabemos que la Tierra es un ente en constante cambio. Los movimientos de las placas tectónicas, erupciones volcánicas y otros fenómenos geológicos y medioambientales aseguran la revolución permanente de los ecosistemas. El proceso nunca se detiene.
La Tierra está en continuo movimiento que ocasiona, con el transcurso de los siglos y milenios, mutaciones y variaciones en su clima.
Está más que demostrada la deriva de los continentes, desde que en 1912 Alfred Lotah Weggener, meteorólogo y geofísico alemán, observó que la disposición de los mismos podría encajar entre sí, salvo ligeras variaciones, como las piezas de un rompecabezas.
La separación de los continentes, según mediciones de geofísicos, hoy día facilitado por los GPS, alcanza aproximadamente un cm. anual, por lo que, con el correr de milenios o millones de años, la tierra volverá a ser lo que fue en un principio, una Pangea, o una tierra total, que es lo que significa en griego, un inmenso continente.
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