La "Ley Vieja" es la ley natural, la "no-ley" feudal de la hoguera y la nobleza sangrando al vulgo, la ley del Antiguo Régimen en definitiva. Pero a partir de los códigos napoleónicos y los derechos y deberes ciudadanos, surge a la vez la reacción de los herederos estamentales que no desean su encaje en el "Estado-nación". El nuevo marco regulador supondrá ahora una continua amenaza a su hegemonía. Pasados dos siglos, los actuales enemigos del Estado, los amantes de (la voluntad natural de) Dios y la Ley Vieja, ya no se esconden. Insisten en que tanto la Educación como la Sanidad han de tender a la excelencia. La nueva dictadura financiera propicia las condiciones para hacer del Estado social un hecho histórico, residual, y no piensan dejar pasar la oportunidad.
España lleva tiempo siendo arrasada. Asistimos a un progresivo golpe de Estado en el tiempo, en el que la ignominia política, ha vendido al país y con él, su Bienestar. Hablar hoy de una "excelencia de la Salud" es prestarse una vez más a un ideal, huir de lo tangible, de la concreta realidad sometida al análisis, para trasladarse a la eterna nebulosa de un misterio que nadie entiende, a una bruma argumental que atenúe la indecencia del hombre-lobo de Hobbes. Todos ríen sus gracias en las tertulias, nadie les tapa la boca. Un pueblo sumiso y sin educar no comprende que "excelente" ha sido la Educación y la Sanidad que ha disfrutado hasta ahora y cuyos hijos y nietos ya no tendrán.
Cuando hablan de excelencia, se refieren en realidad, a la Salud y la Educación de la chusma a la que toca dispersar con recurrente frecuencia. Es éste el patrimonio a entregar a nuestra predilecta categoría de la españolidad, quienes hablan de eficiencia como si fueran a revertir a las arcas públicas el ahorro que desean auspiciar... Da gusto verlos exhibiendo su compromiso con España. Evidentemente, cualquiera puede comprender que si la Educación o la Salud del ser humano se contempla en clave de negocio y rentabilidad, el entramado de partidas a reasignar, reinterpretar y externalizar, ofrecerá una cuenta de resultados, exitosamente "in-humanista".
El drama de la democracia es que en origen se construye en base a la presunta capacidad del hombre. Se supone que el individuo es capaz de discernir cuál es la opción que más le conviene. Pero en el marco de la lucha de clases, la clase dominante no tarda en inculcar un pensamiento único de lo decente, de aquello "que integra" al individuo en la sociedad. La opinión de éste, siempre acaba siendo la "opinión publicada", la que ve en televisión, la que le otorga el brazo mediático de su aristocracia.
En España el poder ha sido siempre una cuestión de temperamento. El aspirante a capataz sólo precisa de mano dura. ¿A quién entregar la confianza sino al que más temperamento demuestre? Entre dos imposturas, aquella que más se escandaliza, descalifica e insulta a su contrario ha de ser, forzosamente, la que tenga razón. Ese es el criterio mitológico del español: un arsenal de ideas superficiales propiciada por un ventilador de estiércol de probada rentabilidad para quien se dirige a una sociedad sin edificación racional.
¿Son la Educación y la Salud, derechos integrales del ser humano o servicios a contratar por quien se lo pueda permitir? La peste negra del neoliberalismo ha llegado para quedarse. Por ahora se trata de apropiarse de la esencia misma del hombre, de su humanidad. Sin educación ni dignidad, ya no habrá conciencia sino repliegue y resignación; tampoco esperanza ni rebelión. Las ratas, siempre astutas y a cobijo, ya se dejan ver en su total dimensión. Nadie las barre porque en el nuevo estercolero global parece no haber antídoto (financiero) a sus mordiscos. Insaciables comienzan a devorarlo todo. Resignarse supone la desaparición del Estado. La victoria del neofeudalismo. La vuelta al viejo orden.
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