Ambas noticias saltaron el mismo día y en la misma provincia. La que tiene como reclamo a un miembro del clero, en la pedanía murciana de Churra. La otra, protagonizada por una quinceañera, en la ciudad de Cartagena.
En el primer caso, el objeto de denuncia, befa y ultraje fue grabado sin consentimiento previo. Un cura era sorprendido en actitud muy poco decorosa con un joven genuflexo. La sórdida escena se desarrollaba en un paraje natural. Desde un principio, existen serias dudas sobre la veracidad de tan grotesco cuadro. En efecto, resulta realmente extraño que alguien con dos dedos de frente escoja para practicar ciertos vicios la ribera de un camino, y que lo haga, además, a plena luz del día. De hecho, hay cada vez más indicios de que aquello pudiera ser un montaje. El caso está en manos de la Guardia Civil, ya que el afectado no tardó en denunciar la difusión de tan escandalosas imágenes.
Lo de la adolescente cartagenera es bien distinto. Ella es, al mismo tiempo, sujeto y objeto del vídeo en cuestión. La chica, estudiante de Secundaria, se grabó protagonizando una escena de notable carga sexual con una flauta de por medio. Dicha grabación tuvo como destinatario a un compañero de instituto al que la joven pretendía seducir. El chaval no tardó en reenviárselo a otros colegas. Y así, de móvil en móvil, de ordenador en ordenador, la cosa se extendió inexorablemente. La ha salvado de una exposición pública todavía mayor -portadas de periódicos, programuchos televisivos, revistas satíricas...- precisamente el hecho de ser menor de edad. Sin embargo, la especial protección legal que existe para quien aún no alcanza los dieciocho se desvanece, como azucarillo en café, cuando traspasas esa barrera cronológica. Que se lo digan, si no, al ya expárroco de Churra.
Ambos, sacerdote y menor, han sido colocados en esa picota universal que es internet. Y es que el ser humano -y más aún en este maldito país nuestro- siempre ha tenido afición a exponer a sus semejantes en la columna de la vergüenza. Lo del escarnio público nos va, y mucho. Pero, claro, nos habían vendido aquello de que tales crueldades eran propias de otros tiempos oscuros. Nos creíamos a salvo de esos abusos de poder en nuestra magnífica democracia, sistema de libertades y derechos donde los haya. Pues mira tú por dónde ha resultado ser nuestro tiempo, gracias a sus formidables avances tecnológicos y su "democratización" de la información, el que permite que los amigos de la picota puedan llevar a cabo sus afrentas con mayor impunidad y total facilidad. De tal suerte que el cura murciano, con independencia de que finalmente se demuestre si lo suyo responde o no a un montaje, ya ha sido empicotado con todos los deshonores. Mientras tanto, sospecho que la estudiante cartagenera habrá aprendido la dolorosa lección. Y es que, en el momento que le das al botón de "enviar", ya no hay vuelta atrás, porque aquello, tanto si es la inocua foto que te hiciste junto a la torre de Pisa en el viaje de estudios como si se trata de un vídeo de alto contenido erótico, ya no te pertenece.
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