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El oprobio de la Justicia

Allá donde reina la injusticia, la corona es para la opresión
Ángel Ruiz Cediel
lunes, 10 de junio de 2013, 08:13 h (CET)
Una mujer ha sido condenada a dos años de cárcel por robar un teléfono móvil hace siete años, otra lo fue a la misma pena por usar indebidamente una tarjeta de crédito que se encontró, gastándose con ella 200 euros en artículos de primera necesidad, y el preso más antiguo de España, con 36 años de pena, lo fue sin haber cometido delito alguno de sangre. Si esto es la Justicia, vale, que lo sea para todos… porque eso sería lo justo.

Sin embargo, banqueros, Bárcenas, Urdangarín, la princesa, Blesa y otros mil imputados, además de numerosísimos penados poderosos ya juzgados y condenados, parecen gozar de una ley especial para ellos por cuanto que ni jueces ni fiscales aplican proporcionalidad alguna con estas otras penas de los ciudadanos “rasos”. ¿Es que acaso hay dos leyes en España, según para quién?… ¿Hay, quizás. alguna clase de impunidad para según quién?… ¿Por qué se piden para estos personajes penas menores de unos pocos años, si la proporcionalidad —supuesto de que haya igualdad ante la ley— exige que la pena que deben solicitar los fiscales y aprobar los jueces, en caso de condena, sean de miles de años?… ¿Cuestión de sangres azules, rangos o qué?… ¿Privilegios de omertá, tal vez?… ¿De qué va esto?…

En España la Justicia es sencillamente un oprobio. Apesta como una sentina, hiede como Lázaro el tercer día después de muerto. Es repugnantemente insidioso para los ciudadanos sentirse discriminados, vejados, insultados al movilizarse los aparatos de los poderes envueltos en el asunto para proteger a las criaturas de los poderosos, a la vez que se muestran tan estúpidamente implacables con los más indefensos, más inocentes y menos dañinos. Mal, mal por la Justicia, mal por los jueces, mal por los fiscales, y mal por todo este circo en el que, además, nos insultan con eslóganes como que la Justicia es igual para todos.

Nada es igual en España para todos: la impunidad es para el poder, y para el pueblo son las condenas abusivas y los antidisturbios, la opresión, el despotismo, el feudalismo, el caciquismo, la arbitrariedad y el abuso permanente.

Nueve veces, nueve, fueron los inspectores de Hacienda a visitar a unos ancianos que jugaban al bingo por veinte céntimos el cartón, hasta que les condenaron con una multa tan onerosa como ridícula. Ningún inspector de Hacienda, ningún inspector del Banco de España ni del ministerio (o del misterio) de Economía o de Hacienda fue a las Cajas de Ahorro o a Bankia para evitar que se perdieran miles de millones de euros. Ninguno. Sin embargo, ahora que van a comenzar a ser juzgados, si por jugar al bingo a veinte céntimos el cartón se les sancionó a estos ancianos con una multa de 3000 euros, ¿cuánta multa deberá caerles a esta panda de delincuentes, penas de cárcel aparte, por los miles de millones de euros que han robado o dilapidado y estamos pagando los ciudadanos inocentes?… Hagan cuentas.

Y a dejarse de rollos: igualdad significa igualdad, y ninguna otra cosa. Que se guarden su jerga y sus enredos, y que apliquen la proporcionalidad con justeza. Cualquier otra cosa es injusticia, y la injusticia es sencillamente opresión. Y eso vale también para las penas de cárcel: si por 200 euros son dos años en un penal, que se divida el importe robado entre 200 euros y que cumplan los años correspondientes. Y si en cualquier empresa que se lleva a los tribunales se empapela a “todos” los socios, también en el caso de la princesa debe ocupar el mismo puesto que los demás y responder como “socia” de los delitos perpetrados por su “sociedad”. Lo que es igual no es trampa; lo que no lo es, sí que lo es. ¡Y de las gordas! Basta ya de señoritos impunes. España no es un cortijo, y, mucho menos, “su” cortijo.

Si los jueces y fiscales que tenemos son estos que tratan con distinta medida a según quién, y los cuales a según quién le dejan que se vaya a esquiar a Canadá o que siga con sus sucios negocios haciendo caja, mejor que tengamos otros… o que no tengamos ninguno. Si por mucho menos de lo imputado a estos maulas hay prisión provisional para un ciudadano de a pie, tal cosa para estos. Cualquier otra cosa, es un oprobio que no tenemos por qué soportar.

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Corría el mes de abril de 1994 cuando un grupo de malagueños celebramos la Semana Santa en el lejano cantón Valais de Suiza. Por aquellos tiempos dedicaba buena parte de mi tiempo a transmitir, en la medida de mis posibilidades, el Evangelio. Estaba totalmente involucrado en las tareas de evangelización del Cursillo de Cristiandad. Una tarea gestionada por seglares.

Al referirnos a las expresiones del habla cotidiana, las quejas son las principales protagonistas. Independientemente de cómo se exprese cada cual, somos muy perspicaces en la crítica dirigida a los demás y poco propensos al examen del escaparate propio. Sin embargo, no es tan sencillo pronunciarse al respecto, debido a las imprecisiones propias, las tretas ajenas y los muchos factores implicados.

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