Exíste en la Bella Easo un edificio emblemático, el Bellas Artes, cuyo sino viene debatiéndose décadas. Como muchos otros proyectos en San Sebastián. Y es, cifra y síntesis en esta ciudad, de lo difícil que resulta afrontar cualquier decisión, desde lo presuntamente nimio a lo que comúnmente se suele entender como de interés estratégico. Y no es ajeno al mismo la confluencia de distintas instituciones, que en otros asuntos se muestran como compartimentos estancos y en otros como invasivos, dando la sensación de estar más atentos al interés partidista y partidario que al interés general y consensuado.
Así pues conocemos las alegaciones de la empresa propietaria del inmueble, proyectado el año de la Gran Guerra por Ramón Cortázar en un tiempo conocido como Belle Époque, evocación de una edad dorada para Donostia. Cierto es que su actual aspecto dista mucho del original, siendo uno de los principales argumentos para su reconversión, alegados por la empresa ligada al cinematógrafo. Y a ello se suma la supuesta ruina del edificio: si nos retrotraemos exactamente 13 años, en cualquier titular de los rotativos de la época, nos topamos con los mismos argumentos en pro y en contra de su derribo, transformación o "tuneo". Inaudito, pero cierto. Son diversas las asociaciones culturales, instituciones y particulares las que reclaman su mantenimiento y reconversión en espacio cultural. Pero para ello, tampoco es necesario portar imágenes -si la vista no nos falló, que todo puede ser- del aspecto primigenio del "Bellas", que flaco favor ofrecen a la ciudadanía partidaria de su rehabilitación como área cultural al servicio de donostiarras y visitantes. Nadie esgrimiría grabados del Teatro Marcelo primus para evitar una no deseable, inimaginable demolición.
Es una desgracia la que padecemos en Donostia-San Sebastián, donde si no es la parálisis permanente, es el diktat arbitrario lo que desde el viejo Casino easonense se transmite a la ciudadanía. Por eso es bienvenida la movilización ciudadana, pues son los ciudadanos quiénes deberían tener no ya tener la última palabra, ahora en la techumbre del Gobierno municipal -en vísperas de la evaluación San Sebastián 2016- : deben ser arte y parte de cualquier decisión importante que afecte a la ciudad. Adolecemos de una verdadera conciencia ciudadana, de sociedad civil que obligue a los políticos al uso, a la utilización de resortes, herramientas ya existentes o por definir que hagan del ciudadano el eje de la política; en defintiva, la institución como servicio al ciudadano, no al contrario. Consultas, transparencia e información, son sólo algunos de los soportes para la transición ciudadana que San Sebastián necesita. Independientemente de quien y en que formaciones se sostenga la Alcaldía.
Hace unos años ya se propuso incluso la ubicación de Musikene u otras finalidades, en el viejo cinematógrafo que cerró sus taquillas recién estrenada la década de los ochenta de pasado siglo y albergó la Orquesta Sinfónica de Euskadi. Pero eran otros tiempos, los de la megalomanía, la grandeur. Tiempos que ahora requieren replantearse proyectos que tal vez nuestra ciudad no pueda sostener. Y no hablamos del Bellas Artes en concreto. De no ser con el concurso privado, y en consecuencia, alguna cesión sería inevitable y razonable. Pero eso son otras historias que iremos desgranando.
Los donostiarras tenemos la obligación, el deber de defender y apostar por el modelo de ciudad que deseamos y que, obviamente, nos podamos permitir. Lo que no debemos ni podemos admitir es que bajo calificaciones y descalificaciones, trabas mil de índole político-administrativo se nos hurte voz y voto. El político municipal de turno, debe ser eso, de turno. Dos turnos como mucho. Y cumplir, dar cabida a la participación ciudadana más allá de la información, mayormente sesgada, al uso. Entonces los veremos como vocacionales servidores de la cosa pública. El Bellas puede ser recuperado para la ciudad. Pero entonces habrá que decidir, porque ciudadanos, la caja pública no da para todo. Y por último, por favor, no mentar la bicha. Aún está fresco en la mente y la retina otro edificio no menos emblemático, quizás menos glamuroso: la vieja Fábrica de Gas.
También entonces se propuso y hasta parecía que todo estaba cerrado, para que aquella joyita única en nuestra urbe de la industrialización decimonónica, albergara la Filmoteca Vasca. Y todos sabemos cómo terminó el cuento. En aras de un artificioso conflicto entre los social y lo cultural -cual si no pudieran caminar juntos- se optó, tras largos años de litigio -se repite el guión- entre las partes, por una no afortunada solución. Aviso por tanto a navegantes de Antxo con respecto al pabellón Luzuriaga. No hay que mirar muy lejos para comprobar como exísten finales felices para ambos propósitos. Pero claro, hace falta voluntad y determinación. Voluntad de acuerdo, determinación ciudadana
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