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Blowin`in the Wind

De nuevo, yo también me reclamo berlinés. Reclamo el espíritu de los se daban cita, hace medio siglo, bajo el Ayuntamiento de Schöneberg
Nicolás de Miguel
jueves, 20 de junio de 2013, 07:21 h (CET)
Hace 50 años JFK, que no fué el primer presidente USA que visitara la capital prusiana, pronunció el discurso, ante la ciudadanía del Berlín dividido de 1963, más recordado. Sin caer en mitificaciones, pues la Historia se encarga de poner las cosas en más o menos en su lugar exacto, en este breve artículo me permito algún ejercicio de nostalgia. Mucho han cambiado las cosas en este medio siglo, en la ciudad, en Europa y en el mundo. Pero el fondo sigue siendo el mismo: el juego de las hegemonías internacionales. Aparentemente más simples o fáciles de ver entre el común de los mortales que vivieron la efímera y célebre era Kennedy que la actual.

El discurso otrora ilusionante de Obama, fue escuchado esta vez por un selecto puñado de invitados junto a la emblemática Puerta de Brandeburgo y discurrió por escenarios ya conocidos y recurrentes: reducción del arsenal nuclear tanto de Washington como de la Tercera Roma; retórica en torno a la paz...junto a la Canciller que vino del Este, la misma que le desplazara al otro lado del Tiergaten hace unos años, cuando Barak era candidato al Despacho Oval y se veía aclamado por decenas de miles de entusiastas teutones. La misma Merkel que esta vez si le recibe como merece, pero más sorda que nunca. Al menos hasta el otoño, en que por fin, los comicios alemanes le relajen. Bien con la continuidad -muy probable- al frente de esa "nación demasiado grande para la UE-Europa en el original- pero demasiado pequeña para el mundo", que pronunciara Kissinger, que es Alemania, o no. Los europeos, y de éstos los meridionales por supervivencia, quisiéramos que la cera austericida que tapona los auriculares góticos fuera perforada. Que se nos explicara la atroz guerra cibernética de la que todos somos víctimas potenciales. La lucha contra el terrorísmo internacional, ya sea del fanatismo islámico u otro, no puede ser coartada para sacrificar la libertad en favor de la seguridad -porque entonces cuestionamos de raíz la democracia misma-. Algo que tan cínicamente nos fué burlado en Belfast. Hemos pasado de corear el "yes we can" al "yes we scan".

Nos habló de Guantánamo, pero queremos fecha de cierre. Que nos hable, y le hable a Ángela, del papelón ante la otra Europa. La Europa de la autocracia eterna (emulada intramuros), no solo de cabezas nucleares, también de la descabezada sociedad civil, que pese a todo, no claudica. El alcalde de Berlín, bajo un sol de justicia, regaló los oídos de su anfitrión y los asistentes. Merkel ofició como se esperaba y nos habló -con verdad- del terríble pasado reciente de la ciudad y el país. Y del inquebrantable vínculo entre el Potomac y el Spree. Y tras los teloneros, un Barak Obama que domina la escena con un tono amable y gestos distemtidos. Grandes palabras, grandes principios. Todo muy bonito. Nobles propósitos, por todos compartidos de paz, justicia, libertad y prosperidad. Por cierto, que nuestro Gobierno doméstico tome nota de algunas indicaciones. Pero el discurso de esta primavera berlinesa será recordado como otra oportunidad perdida. Y las oportunidades se agotan, como las conquistas sociales tan arduamente arrancadas, y la paciencia con ellas. Cerca de las embajadas rusa y estadounidense en la capital germana, el pensamiento del inquilino de la Casa Blanca no estaba en las cacareadas relaciones atlánticas y su libre comercio. Está en el Pacífico y tiene la Ciudad Prohibida como recurrente postal de insomnio. Y ciudadanos, tampoco escuchamos palabras determinantes más allá de extintores domésticos para terminar con la pesadilla en el tablero del Próximo y Medio Oriente, desde las ruinas de Palmira hasta los desiertos afganos, sin olvidar la meseta irania o la península coreana. No se mentó el lodazal africano neocolonial y la reinterpretación, menos hipócrita pero igualmente lacerante, que desde Pekín se hace de la Musterkolonia...y un largo, largo etcétera.

Regresando al inicio, hace una década, casi todos los europeos hicimos nuestra la famosa frase del primer presidente católico de los EEUU "Ich bin ein Berliner". Fué en vísperas de la guerra de Irak, cuyas funestas consecuencias aún padece la cuna de la civilización y todos nosotros. Eran días en que los Drácula Rumsfeld asistido por sus siervos campaban por sus fueros. De nuevo, yo también me proclamo berlinés. Pero no de los que asistieron al discurso junto a la restaurada obra de Carl Gotthard Langhans. Reclamo el espíritu de los se daban cita, hace medio siglo bajo el Ayuntamiento de Schöneberg. Un espíritu necesario ante los nuevos desafíos y amenazas. Y que mejor colofón que la música que entonces sonaba y da título al artículo: la gran composición de Dylan. Pero estimados lectores, permitidme una última licencia -por hoy-. Tratándose de Berlín, tratándose de Schöneberg, entendidos o no, comprendan que rescate y recomiende la versión que de tan mítica melodía hizo Marlene Dietrich.

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