En este país traidor, cualquier desconocido columnista, cualquier conversador de barra de bar aun más desconocido, cualquier comunicador público no tan desconocido, cualquiera, en definitiva, puede decir impunemente la frase: “la mayoría de la gente es idiota” o “la mayor parte de los españoles es estúpida” o “no cabe un tonto más”.
Estas frases ya tan familiares, no solo quedan impunes, sino que hoy, en nuestro entorno, resulta de buen tono para los comunicadores, en España, hablar de este modo. Porque, en realidad, a pesar de los esfuerzos, por ejemplo, de Don Arturo, nadie se da por aludido. Cuando uno escucha aquello de “todo el mundo es idiota”, le vienen a la cabeza todos los idiotas que conoce y con los que, en muchos casos, se ve obligado a tratar a diario. Todos, sin excepción, nos quejamos del país en el que vivimos; y todos por razones contrarias, unos a otros. Por eso, a ojos de los demás, al menos a ojos de alguien determinado, todos somos idiotas.
Pero, en esta ocasión, voy a tratar, no obstante, estimado lector, de no dejarle ninguna escapatoria. Y, por tanto, voy a rogarle sinceramente que no me tome a mal si le llamo estúpido a la cara. Discúlpeme de antemano, hipotético lector, si lo hubiere. Quizá ha pasado por este artículo, y por este periódico, porque me conoce personalmente; quizá porque es, incluso, mi amigo o mi hermano o mi cuñado o alguno de mis parientes; quizá ha caído aquí de modo accidental. Sea como fuere, esté usted aquí por la razón que fuere, espero que no me lo tenga en cuenta si le digo que usted, personalmente usted, y no todos esos idiotas que le vienen a la cabeza y con los que, en muchas ocasiones, tiene que tratar a diario, usted, individualmente, es estúpido.
Estúpido por levantarse todos los días, muy temprano para ir al trabajo. Para ir, cada vez con más miedo de no poder ir, cualquier día, a ese entorno cada vez más hostil e inestable, para dejarse esquilmar cada vez más porcentaje de lo que gana, como ofrenda a la Administración que, como si fuera un cielo hindú, tiene que mantener a miles de diosecillos.
Estúpido por tratar de ahorrar, por privarse de gastar todo su dinero en el presente, por ceder al chantaje continuo de los bancos, a sus miles de saetas en forma de comisiones, para que, un día, ese mismo banco le ofrezca cualquier “chollo” y pierda todos sus ahorros, mientras el Estado utiliza sus impuestos para rescatar al banco que le ha robado.
Idiota por cotizar, día laboral tras día laboral, con el objeto de recibir una pensión que, muy probablemente, nunca recibirá; por pagar un porcentaje de su vida a un Estado para que el Estado contrate a una empresa privada, para que la empresa privada “gestione” su hospital o su centro de salud. Y, sin embargo, el Estado nos prohíbe dejar de pagarle, para pagarle directamente a la empresa privada: ¿no es esto tratarnos como idiotas?.
Estúpido por realizar escrupulosamente, año tras año, su declaración de la renta y declarar todos sus ingresos, cuando resultaría tan sencillo ocultarlo en espera de la próxima amnistía fiscal.
Imbécil por ir a votar a quien nos mandan que votemos, no vaya a ser que vengan “los otros”, por prestarse al juego de elegir a los representantes que nos imponen los partidos políticos, para que parezca, de este modo, que son nuestros representantes y no los suyos.
Necio hasta la saciedad, por hablar, leer y pensar sólo sobre los temas que nos propone la televisión, o el periódico, o la página web de turno; por vivir la vida, o una de las vidas, que nos proponen, como únicas posibles, la televisión, los periódicos o los dioses hindúes.
Estúpido por dejarse robar a manos llenas; por dejarse robar, no solo el dinero, sino la libertad, el control de las riendas del caballo desbocado en el que están convirtiendo nuestras vidas.
Estúpido, sobre todo, por dejarse tratar como un estúpido.
Y más estúpido aun, esto es solo para mí, por dedicar un precioso tiempo de mi vida finita a escribir columnas sobre la estupidez humana, en su versión española, cuando cumplo íntegramente todos los requisitos para ella.
Dígame, paciente lector, si ha llegado hasta aquí: ¿no se siente así en muchas ocasiones?
Y piense, por Dios, las razones por las cuales todo lo que dice este artículo que acaba de leer es falso y, quizá, terriblemente injusto. Y dígamelas, por favor.
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