De todos es sabido, y por lo tanto no revelaré nada novedoso, que entre otros, los fines de las encuestas demoscópicas en todas sus variables, con respecto a la intencion de voto, figuran en lugar destacado mostrar las tendencias y crear un caldo de cultivo en la opinión pública propicio para ello. Y si además, salvo imprevistos, las fechas con las citas electorales no están muy próximas en el horizonte, los presupuestos apuntados son obvios. Y las tendencias marcan de forma sostenida que para el sistema bipartidista que conocemos en nuestro país y lo domeña desde la restauración de las libertades democráticas, tocan campanas de finado.
No es este el lugar para escudriñar las causas de fondo y superficie del fin de ciclo, pero es obligado apuntar que tanto la crísis con el paro como su máximo exponente -y las formas de salir de ellos-, como los escándalos de corruptelas sin solución de continuidad, el nepotismo y los gravísimos desajustes territoriales e institucionales, han dejado al desnudo las tremendas carencias del sistema implantado en la Transición y ampliamente superado, cuestionado una vez transcurrido el tiempo más que necesario para ello. Desde la institución monárquica hasta la última de las pedanías. Entre tanto hartazgo, tanta mediocridad, la sociedad española da la espalda a una casta política desacreditada y culpable en buena medida de mancillar la noble vocación de servir a la ciudadanía, en un fortín hasta ahora inexpugnable de sustento de privilegios inmerecidos, percibidos como un insulto a una sociedad civil vilipendiada y cada vez más depauperada. Y no solo hablamos de los partidos políticos.
Desde las últimas citas con las urnas, tanto generales como autonómicas -estas con sus particularidades por tratarse de comunidades específicas-, las tendencias apuntan el desplome del PPSOE -no es baladí que voces insinuen la Comunión entre ambas para mantener el edificio ruinoso-, incapaz de dar salida a las exigencias del ciudadano. Un ciudadano medio cada vez más castigado e incrédulo ante la incapacidad de sus gobernantes por acometer las profundas reformas que nuestro país necesita y no se abordan: judicatura, Autonomías, instituciones superfluas como nidos de servidumbres clientelares, municipios.. Incluso se escudan en Bruselas -de esto ya hablaremos con minuciosidad, pues queda menos de un año para las hasta ahora marginales elecciones europeas- para justificar tanto sacrificio del que ellos quedan exentos. Y sin embargo no les tiembla el pulso en el recorte de los derechos sociales que tanto sacrificio propio y ajeno costaron obtener. Estamos pasando -o lo hemos hecho ya- del Estado del Bienestar al del Malestar. Estado donde además de cercenar, crea fuegos de distracción como desesperado esfuerzo por desviar la atención sobre las verdaderas deforestaciones de nuestra democracia de baja intensidad.
La esclerosis múltiple del nada meritocrático bipartidismo español -y al que no son ajenas en muchos tics algunas fuerzas emergentes- se descompone. Las diferentes movilizaciones ciudadanas, los variopintos movimientos cívicos surgidos en los últimos años como contestación al poder político y financiero paraecen iniciar la senda de su estructuración. Las más recientes encuestas delataban ya una corriente de trasvase de votos y voluntades desde el PPSOE hacia formaciones hasta ahora marginales, como IU y UPyD dibujando un futuro mapa a cuatro con la siempre amenazante presencia de los nacionalismos,separatistas o no, periféricos. Nacionalismos determinantes habitualmente para la estabilidad de gobiernos, tanto nacionales como autonómicos y hasta municipales: CIU y PNV principalmente. Debemos sumar la fuerte irrupción-crecimiento más bien- de otros partidos nacionalistas como ERC, BNG además de Geroa Bai, la temible y renovada presencia en sus diversas nomenclaturas de la izquierda patriota vasca y los clásicos regionalismos tipo UPN o CC. Pues bien, este cuadro que ya apuntaba maneras en los sondeos realizados adquiere unas tonalidades hasta ahora poco visibles o cuando menos, poco analizadas. Y nos referimos al apartado de "otros", en cuanto a la intención de voto. Su escalada sostenida se solidifica de forma espectacular, aún restándo las fuerzas no apuntadas por el último trabajo de GESOP -al que nos ceñiremos habida cuenta el último CIS no ofrece información sobre intención de voto- (nacionalista gallegos, izquierda patriota vasca, GB , Chunta o CC) rondaría tal vez, aproximadamente los 15 escaños en la Carrera de San Jerónimo.
Si las tendencias se mantienen, serán "los otros" decisivos en el futuro y en las hipótesis que puedan barajarse en cuanto a la formación de gobiernos, acuerdos, etc. Son legión las nuevas agrupaciones, plataformas, partidos ya en funcionamiento como Equo u otros, y la incógnita sobre el posible salto a la política nacional de formaciones modernas exitosas, pero hasta ahora circunscritas al ámbito regional pero con innegable vocación nacional, léase Ciudadanos, por ejemplo. Si sumamos que nada más y nada menos nos topamos con un 40% de indecisos y los impredecibles índices de abstención, el panorama se antoja si no italianizante, si incierto y abierto.
Hablamos de futuribles, pero no albergamos dudas del temblor que debe sentir la vieja partitocracia y en menor medida formaciones que ya se frotaban las manos como presuntos custodios de sostener las llaves condicionantes de la política española. Un temblor y un miedo a la luz como el que padecía la bellísima Kidman en el film de Amenabar que intitula el artículo. Pero siempre se olvidará una puerta o una cortina por cerrar o cubrir. Y será entonces cuando España se ventile y sea irremediable la transición ciudadana que nuestro país necesita y a la que la Unión Europea no es ajena.
|