El cierzo reaccionario del Este europeo no dejan de azotarnos sin piedad. Alguien dirá que sobran las palabras ante tanta vergüenza, que hace que lo intolerable, por cotidiano, nos parezca irremediable. No, ciudadanos y ciudadanas. Desde el Kremlin, y no lo olvidemos, desde otras cancillerías europeas -incluso intramuros del supuesto cordón sanitario que la UE debiése ser, y no lo es- la reacción parece no tener límites. Los ataques sobre cualquier señal de oposición, resistencia o contestación se suceden sin solución de continuidad. Desde el activismo LGTBI, colectivo sometido a la mayor de las vejaciones imaginables por una jauría humana jaleada desde el poder, hasta organizaciones humanitarias, pasando por periodistas o intelectuales. La hiperactividad represora de los aparatos del poder parece insaciable. La oposición política asfixiada y perseguida. Hoy no diseccionamos las diferentes oposiciones, como las que pueda representar el archiconocido Navalni, acosado por una Justicia que no merece tal nombre, y candidato a la alcaldía de Moscú o la del ajedrecista Kasparov.
Es un llamamiento a la conciencia europea, o dicho de otra forma, a los valores que debe representar. Dentro del limes, en la Transleithania, en la cuenca oriental del mediterráneo o en el Báltico. Con los mecanismos necesarios que impidan cualquier atisbo que suponga la más mínima vulneración de los Derechos Humanos. Y frente a la otra Europa, firmeza. Basta ya de mirar hacia otro lado o limitarse a leves regañinas, que solamente sirven de instrumento al Zar de las Rusias y sus sátrapas para exaltaciones nacionalistas, sacar pecho ante una UE incapaz de articular una contestación rotunda. Cualquier institución u organismo que se tenga por decente ya lo hubiése hecho. Hubo una época dorada para el pop y que coincidió con el inicio de las luchas por los derechos civiles de minorías hasta entonces, en el mejor de los casos, silenciadas. Hoy, en plena canícula, todo el apoyo para tantos ciudadanos privados de sus derechos más elementales.
Parece mentira, que medio siglo después, cuando las redadas y las palizas en locales criptogays de Nueva York -pongamos por ejemplo-, una canción que fué todo un himno en su época, tenga plena vigencia. No es otro que el "You Don,t Own Me" de Lesley Gore. La canción que en el mundo anglosajón supuso lo que la "Bambola" de Pravo en Italia o el "Yo no soy esa" de Mari Trini en España. Pero para el caso que nos ocupa, creo más apropiada la música de una de las reinas del pop sesentero de 1963.
Dedicada para la resistencia civil de ese gran país, que forma parte esencial de acervo cultural europeo como es Rusia. ¿Dónde quedaron las expectativas cuándo, en plena glasnost, Nureyev regresaba al Kirov de Leningrado para interpretar la Sílfide?. Rusia, país por cierto que en breve organiza los Mundiales de Atletismo en Moscú y los Juegos Olímpicos de Invierno en Sochi. Que mejor plataforma mediática, para dar un buen golpe, como por ejemplo, que las delegaciones deportivas portasen banderas del arcoiris.
Recordemos que con la nueva lesgislación rusa, hasta los extrajeros que manifiesten "actitudes abiertamente gais" pueden ser arrestados. Eso le dolería en lo más íntimo al antiguo agente de la KGB en Dresde, y seguro, su risa se transforma en una mueca helada, tanto como su mirada. "You Don,t Own Me", Vladimir. En estos días que corren y que no hay imaginación ni para la canción-protesta.
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