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Buitres carroñeros

Lo mejor de estos tristes días, sin duda, la reacción de la sociedad española. Grande España. Marca España. De la de verdad
Almudena Negro
lunes, 29 de julio de 2013, 18:01 h (CET)
Cuenta la Wikipedia que para la zoología “un carroñero o necrófago es un animal que consume cadáveres de animales y que no ha participado en su caza”. En la sociedad española los carroñeros son esos seres humanos que acuden raudos al olor de la sangre, para, chapoteando en ella, tratar de obtener rédito político, ideológico o mediático del dolor ajeno. Les cuento esto a raíz de la terrible tragedia vivida esta pasada semana en Galicia y que ha conmocionado a España entera.

Lo mejor de estos tristes días, sin duda, la reacción de la sociedad española: hospitales abarrotados de gente queriendo donar su sangre, no sólo en Galicia aunque también y principalmente, médicos de asueto o descansando después de una interminable guardia que acudían a ponerse a la orden, bomberos en huelga que salvaban vidas entre el amasijo de hierro en que quedaban convertidos los trágicos vagones, policías que hacían lo que hiciera falta, vecinos que prestaron sus mantas y primeros auxilios a los damnificados por la tragedia o sencillamente acompañaban a los heridos, jóvenes que quitaban la clave a su conexión Wifi para facilitar las saturadas comunicaciones, enfermos menos graves que pedían el alta voluntaria para que sus camas fueran ocupadas por los heridos del Alvia maldito… Grande España. Marca España. De la de verdad.

Lo peor, también sin duda, el comportamiento de unos pocos, muy pocos, que acudieron prestos y veloces al olor de la sangre. Marta Garrote, increíble que esta pelota del simpar Tomás Gómez siga teniendo cargo alguno a estas horas en el PSM-PSOE, fue la primera en abrir fuego contra el gobierno, culpando en Twitter, al tiempo que sonaban con desesperación los teléfonos móviles en los bolsillos de los fallecidos, del accidente a los “recortes del PP”. Se retrató, como tiene por costumbre hacer. Poco después las redes sociales hervían de indignación y ella, en lugar de disculparse y callarse, como se corresponde, se hacía la víctima. Pobre amoral.

Pero Garrote no fue la única carroñera de ese día. Hubo otros, como el profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, de facultad a zulo, y asesor del gobierno venezolano, Juan Carlos Monedero. Sin duda, en sus subconscientes, amén del complejo de Fourier, la utilización del accidente del barco Prestige o de la masacre terrorista del 11 de marzo de 2004 contra gobiernos del PP. Chapotear.

Sobraron también imágenes. Muchas. Imágenes de cuerpos inertes y heridos suplicando ayuda, que no aportaban nada a la información de la tragedia pero que sí podían causar mucho dolor. Como sobró la grabación, emitida en todas las televisiones, cedidas por el diario sensacionalista de la mañana, tomada escasos minutos después de la tragedia.

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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