Acabo de finalizar la lectura de la reciente obra de Diego Vaya, ‘Medea en los infiernos’. El texto es un intenso, reflexivo e introspectivo soliloquio que nos refresca de tanta literatura de papel mojado que sobreabunda en el atrafagado mundo literario. El poeta y novelista sevillano no deja lugar a la más mínima duda, sobre el componente que incide en la conciencia de la profesora de música, que toma como interlocutora a raíz de ciertas circunstancias personales, para desarrollar un compasivo alegato existencialista. Una estructura narrativa sólida, dentro de su complejidad, y la determinante y arriesgada pretensión asertiva –saldada con acierto, pulcritud e inmersión psicológica- de colocarnos frente a nosotros mismos, contagiará al lector de un goce insatisfecho. Consecuentemente por el deseo que deja pendiente de continuar desentrañando las vísceras de la incierta vivencia, el sentido trágico de la salvación o el miedo y esa constante espera de inconclusa llegada que todos ansiamos, sin excepción.
Las manos esposadas. La dureza de un gesto artificial que desentraña la dimensión más terrible. Aquella que nos empuja a los infiernos. Un delirio atormentado hecho suceso periodístico para inundarnos de una extraña melancolía y repulsiva expectación: Erwartung. Como lo definiría el autor de esta novela, “Unas gaviotas pasaron cerca de ella, trazando en el aire un círculo de chillidos en el que resonó claramente una palabra: Erwartung”. El dolor apunta como un francotirador, al lado más vulnerable. El chasquido y la penetración del proyectil avalan la destreza y fineza de su encomienda. Los muertos suman desgracias y soledad. Una soledad infinita. Y gravitando sobre ella la conciencia de un solo hombre asentada en el escarnio: “Es más fácil convivir con el sufrimiento ajeno que con la conciencia de la propia fragilidad, que no es sino la parte del alma que al ver cómo la desdicha se ceba con otro, esconde la cabeza y sueña que la invulnerabilidad del presente será eterna”, señala el vate hispalense, autor de la bella y penetrante obra poética, El libro del viento. La ligereza de ciertas declaraciones públicas y difusión de ciertas imágenes, contrasta con el estado de desamparo y convulsión que produjo el accidente. Aquel hombre prefirió morir. Despertar de la pesadilla y sumirse en la duermevela, mientras aproxima sus rodillas al pecho y se abraza a sí mismo, en esa postura fetal, para nacer de nuevo.
Hanna Arendt, la filósofa alemana y judía, actualizada por la película del mismo título cuya directora es Margarethe von Trotta, afirmaba que la falta de pensamiento y reflexión equivalía a la pura banalidad. Cuestión no menos importante en cuanto a lo que sucede en esa común complacencia por el dislate tomado como normalidad. El escritor mejicano Yuri Herrera, autor de la obra La transmigración de los cuerpos, reflexiona en ese sentido pero conceptuando la innegable evidencia de lo que es palpable. La verdad o la realidad, qué opción tomamos cuando una se desdice de la otra y viceversa: “En estos días siempre estamos caminando junto a un cuerpo tirado en la calle.
Ya es no es posible hacer como que no lo vemos. A pesar de que hoy contamos con más información que nunca, nos comportamos como si no supiéramos nada. No creo que podamos ya fingir que no sabemos las cosas terribles que pasan al otro lado del mundo o en nuestra propia ciudad, de las que antes no nos enterábamos”.
Pero, ¿qué es enterarse de lo que pasa? Si centramos nuestra atención en los medios de comunicación podemos llegar a la misma conclusión que el profesor universitario de la Facultad de Comunicación de Sevilla, Antonio López Hidalgo, autor de la obra La columna. Periodismo y literatura en un género plural, “... interesa que los medios estén controlados, y ese control lleva a la precariedad de los periodistas que es la mejor forma de coartar la libertad de expresión”.
Los hechos, sin embargo, son tozudos, y su naturaleza eventual y discrecional los hace regurgitar con apremio y oportunidad. Otro aspecto es el tratamiento, o sea el distanciamiento, equiparación o afinidad, en mayor o menor medida, entre hecho, información y opinión. Otros infiernos parecen no disminuir sus llamas cuando al altísimo desempleo le persigue un aumento considerable de la siniestralidad laboral. Entre los meses de enero y abril, 154 personas murieron en sus puestos de trabajo. En este contexto de liquidación social, rezuma el fracaso del FROB –Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria-, que ha sumado la pérdida de 36.000 millones de euros de los 52.000 que destinaron a diversas entidades financieras, en esa operación que se vino en llamar nacionalización. Parecemos haber sucumbido al Síndrome de Estocolmo en los infiernos que nos son habituales, cotidianos, dramáticamente normales.
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