El ciclo de noticias –eso que algún cursi llamó “la vorágine informativa”- que hace que hechos que sucedieron veinticuatro horas antes amarilleen como aquellos periódicos acumulados en algún lugar de la casa y que no nos decidimos a tirar (lo que es un decir en este caso, ya que las hojas de los periódicos digitales no tienen esa cualidad); ese ciclo, digo, se amansa durante los meses de julio y agosto y suele recuperarse hacia mediados de septiembre, cuando se producen las consabidas riadas e inundaciones, verdadero inicio de la temporada informativa. Hay excepciones, por supuesto, como el desgraciado accidente ferroviario de Santiago; catástrofes naturales o errores humanos que pueden producirse en cualquier época del año y que nos sirven para recordarnos cuán frágil es la existencia humana.
Del reino donde habita Nessie –la más famosa “serpiente de verano”, hoy un tanto pasada de moda- nos llega un monstruito veraniego, mitad pirata inglés, mitad macaco africano, que nos advierte, por si lo hubiéramos olvidado, que somos un país colonizado, que en nuestro suelo existe un pedrusco que por el simple hecho de que “ellos lo valen”, no nos pertenece.
Tanto se ha dicho y escrito sobre Gibraltar que, a estas alturas, hay hasta quien lo considera un asunto zanjado: si los llanitos quieren ser súbditos de Su Hilarante Majestad, allá ellos. Pero es que el problema ni empieza ni acaba ahí; es mucho más trascendente porque afecta no sólo al propio concepto de soberanía, sino, como ahora se ha podido comprobar, al sustento de miles de personas que han presenciado atónitas cómo desde barcos británicos se han lanzado al mar toneladas de bloques de hormigón para inutilizar los caladeros próximos a la costa.
La tímida y huera respuesta del ministro de Exteriores –“se acabó el recreo”- ha sido malinterpretada por el Primer Ministro del Peñón y varios importantes diarios internacionales, no sólo británicos, como “ruido de sables”, “bravuconada fascista”, un retorno a la dialéctica franquista y otras lindezas, entre las que no resulta la peor ser comparados con Corea del Norte. Y es que para satisfacer a tanto patapalo con monóculo y garfio, habríamos de aplicarnos lo de “cornudo, apaleado… y contento”, permitir que utilicen unas aguas jurisdiccionales que no les pertenecen, que en su puerto atraquen submarinos nucleares y que, de vez en cuando, algún miembro de su sui generis Familia Real se dé un garbeo por allí para demostrar que Gibraltar sigue siendo la circonita de la Corona.
En todo esto –serpiente o gusano de verano- lo que continúa sin entenderse es que la Unión Europea admita sin más que uno de sus miembros pueda mantener una colonia en el territorio de otro de los estados soberanos que la conforman, sin que ocurra nada. Que periódicamente se vulneren tratados internacionales con la misma facilidad con que algunos se saltan a pídola las barreras del metro o que, como en este caso, el colectivo de pescadores de La Línea de la Concepción vea amenazado su sustento por una decisión arbitraria e ilegal. Margallo debería explicar a qué se refería con la frasecita ¿Va a hacer el Gobierno, por fin, algo?. Porque no es ruido de sables, no, lo que debe escucharse sino ruido de sillas y documentos en los despachos oficiales y en las cancillerías.
España debería reclamar oficialmente la soberanía del Peñón e iniciar el largo proceso (que quizá no lo fuera tanto) de descolonización. Eso sería “ponerle el cascabel al gato” o como dicen los ingleses y sus corsarios “to put the cat among the pidgeons”.
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