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Tertulias, política y realidad de las cifras

Luis del Palacio
jueves, 5 de septiembre de 2013, 06:55 h (CET)
No tengo tiempo para seguir muchas de esas tertulias que abundan en las televisiones y las radios. Creo que, en general, aportan bastante poco a la opinión pública. Los contertulios o tertulianos suelen ser siempre los mismos; lo cual indica un cierto nepotismo, una “endogamia mediática” atosigante. Además, siguiendo esa costumbre tan española de tratar de rebatir lo que dice el interlocutor no con argumentos, sino alzando la voz o interrumpiéndole, es muy difícil hacerse una idea de adónde quieren llegar o saber si lo que dicen tiene algún sentido, aparte del de quedar por encima del contrario. En temas económicos estos periodistas (con excepción de los que se han especializado en ello, como, por ejemplo, González Urbaneja, Ana Samboal, Ernesto Ekaizer y algunos más) no suelen saber de qué hablan; pero no paran de hacerlo. Se documentan con la Wikipedia y con resúmenes de andar por casa y no paran de meter la pata. Para muchos de ellos hace sólo unos años “la prima de riesgo” debía de antojárseles una pariente del dueño de una famosa cafetería del mismo nombre (Riesgo) que hubo en Madrid. Pero no importa: son parte del “guirigay nacional”, parafraseando un título del marqués de Tamarón.

El curso ha comenzado. Y a la natural pereza de volver a la rutina diaria se suma la de tener que desbrozar la maraña de verdades, medias verdades y osadas mentiras con que la especie (que no “clase”) política trata de embotarnos la mente.

Dejando a un lado el “caso Bárcenas” y la cuestión de Gibraltar, el Ejecutivo nos alegra la semana anunciándonos algo único: el paro descendió en agosto… ¡en treinta y una personas! Y, por lo visto, según dice y habrá que creerlo, esto no ocurría desde el año 2000.

“Pues qué bien – dirán algunos- Esto funciona” Y otros, lo más cicateros: “¿De qué va esta tomadura de pelo?”

Como suele ocurrir, la verdad, como la virtud, suele estar en un punto intermedio de la “campana de Gauss”, alejada de los extremos: los datos macroeconómicos son bastante menos malos que hace un año (el PIB ha dejado de caer, la prima de riesgo, aunque todavía alta, se mantiene estable y la destrucción de empleo parece haber disminuido algo) pero, con todo, parece dudoso que esta relativa bonanza se deba a las maravillosas medidas del gobierno de Rajoy –hasta la fecha incapaz de acometer una verdadera reforma de las administraciones públicas, entre otras muchas medidas aplazas “sine die”- sino a la propia dinámica de la crisis, que marca su propio compás, indiferente a los vaivenes políticos.

Que haya treinta y un parados menos a la vuelta de agosto es bueno, qué duda cabe, pero ello no afecta ni poco ni mucho al hecho de que haya un 7% de déficit público, que el crédito haya bajado un 15% en los últimos meses o que, entre marzo y junio, se hayan producido más de noventa mil bajas de cotizantes a la Seguridad Social.

Creo que, sin afán de ser pesimista, estos últimos datos son mucho más significativos que la reducción de las listas del paro en tres decenas de personas, más una, durante el pasado mes (Si ahora mismo sacáramos la calculadora para ver cuántos meses tardaríamos en alcanzar a ese ritmo que la cifra de desempleo se situara en, por ejemplo, el 7%, tendríamos que pedir hora al psicólogo para que nos tratara la depresión. Ni usted ni yo veríamos el fin. Pero, bromas aparte, no parece que la cosa sea como para hacer repicar las campanas)

Y, sea como fuere, siempre nos quedará Angela Merkel, cuando se celebren las elecciones alemanas el próximo 22 de septiembre, para devolvernos a la realidad.

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