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Rostros y rastros

“Un país donde queden dispensados la desfachatez y el todo vale, termina por hundirse en el abismo”
Víctor Corcoba
martes, 15 de octubre de 2019, 10:39 h (CET)

Me gustan las gentes que activan su rostro y sonríen, dejando a su paso una corriente vivificante de esperanza, a pesar de las dificultades que todos tenemos a la hora de caminar por este mundo. Lo prioritario es ser uno mismo para poder renunciar a los intereses personales y luchar por el bien colectivo. Por ello, es fundamental ser persona de dialogo. No podemos rehuir el encuentro con el análogo, estamos llamados a entendernos, a trabajar unidos sin descanso, a propiciar acciones conjuntas y a no menospreciar a nadie. Estos son asuntos de todos. Por desgracia, hoy entre la ciudadanía, falta mucha comprensión y sobran muchas falsedades. Sea como fuere, acrecentar los problemas en el planeta es contribuir a destruirnos como especie. Tenemos que resolverlos todos a una. A mi juicio, es vital despojarse de toda incitación al odio, abiertamente propagado por las redes sociales. Sus activistas no pueden quedar impunes. Un país donde queden dispensados la desfachatez y el todo vale, termina por hundirse en el abismo.

Desde luego, hay que poner voluntad en el cambio de actitudes, de modos de vivir, de maneras de actuar. Sin llamar a la conciencia de cada cual y sin poner la práctica democrática como lenguaje, va a resultar complicado compenetrarse. Indudablemente, las políticas en todos los países, han de favorecer otras atmósferas, por el bien de los Estados, practicando aquellos programas que son la base de una buena labor de servicio, como es la equidad, el respeto mutuo, la sinceridad, la honestidad y la lealtad. Obviando estas premisas, la ineptitud y el espíritu corrupto suele campear a sus anchas, reflejándolo en el ambiente y en las instituciones. La huella no puede ser más desastrosa. De ahí que el peso de la ley, cuando se ha tenido un juicio imparcial y justo, deba cumplirse siempre. Las engañosas retóricas son caminos irresponsables, que lo único que hacen es impulsar el enfrentamiento entre semejantes. La belleza que impregna esa incondicional capacidad de servicio, nos exige un ejercicio responsable y generoso de la propia misión, que no ha de ser otro, que el avivar un gran proyecto armónico de convivencia y unidad.

En consecuencia, quizás tengamos que transcender a otras dimensiones más acordes con nosotros mismos, empezando por rechazar nuestra singular intransigencia, pues sólo de este modo podremos ofrecer un poco de bienestar a los demás, que es lo que favorece la escucha y la mano tendida, hacia esas nuevas ideas que aplaquen las furias, desde el respeto a la diferencia, que corresponde a cada ciudadano por sí mismo, como morador del mundo y artífice del futuro. No son de recibo aquellas actitudes o discursos que tienden a amedrentar y a privar a los débiles de ilusiones. En cambio, cabe subrayar la admiración hacia esas gentes que trabajan, sin apenas levantar la voz, por el bien de la familia humana. Se me ocurre pensar en aquellas mujeres rurales, que representan más de un tercio de la población mundial y el 43 por ciento de la mano de obra agrícola, preparadas siempre para dar lo mejor de sí, una mirada que acaricia mientras labran la tierra y plantan las semillas que alimentan naciones enteras. Su heroicidad es grande, pues aparte de garantizar la seguridad alimentaria de sus poblaciones, también ayudan a sus comunidades frente al cambio climático.

Ojalá aprendamos a ser difusores de lo auténtico, a cultivar la sabiduría de la vivencia compartida, a proteger percepciones que nos armonicen, pues realmente lo que nos embellece y transforma es esa generosidad de servicio y consideración hacia toda vida, de modo que se movilice entre las generaciones presentes y futuras un vínculo de cordialidad y confidencia. Hoy la gente desea soluciones concretas, compromisos y hechos determinados, ya sea para frenar la desigualdad creciente, el aumento y la sed de venganza e intolerancia, o impulsar la justicia social y promover un trabajo decente. La indecencia no puede truncarnos esas ganas de vivir, inherentes a toda existencia. En esto, un grano sí que puede hacer granero. Está visto que la mayor parte del empleo mundial procede de las pequeñas empresas y de los trabajadores independientes. Lo pequeño, por tanto, sí que importa; como también afecta que la cooperación internacional pase de los sueños a la realidad, a la movilización de los recursos para responder a los anhelos de la gente. No cerremos puertas. Abrámonos a la relación siempre, en un planeta en el que sus moradores apenas saben convivir y se está muriendo por sus torpes hazañas. Rompamos cadenas y lideremos el gran salto que los humanos nos merecemos, un diálogo entre lo ético y estético, entre la verdad y la bondad, ya no solo a través de la práctica de culto a la cultura, sino también desde el acontecer diario de cada día, tan necesitado de esa hermosura natural, jamás superficial ni efímera, que es la que verdaderamente nos renace y nos renueva. 

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Transcurren días de confusión, o así me lo parece, inmerso en la actual vorágine de dichos y hechos en la que se percibe, aunque pueda parecer lo contrario, un predominio del olvido sobre la memoria, pues se superponen pequeños y grandes olvidos (la magnitud, en cada caso, queda a cargo de cada cual). Pienso, en relación con ello, acerca de lo esencial y de lo accesorio. No es fácil discernir entre uno y otro.

Quizá haya sido siempre así, aunque ahora se note mayormente; de cualquier manera, si nos ponemos a observar cómo nos relacionamos, el desapego, la crispación e incluso el enfrentamiento, cobran un rango predominante e inquietante.

Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre una realidad que nos atraviesa a todos, pero no por igual: en el mundo contemporáneo, los mercados ocupan un lugar central en nuestras vidas, en tanto que no sólo determinan lo que compramos o vendemos, sino que también influyen en áreas fundamentales como la educación, la salud, la justicia e incluso las relaciones humanas.

 
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