Una de las más famosas leyendas de Occidente cuenta que los habitantes de Frigia, en la actual Turquía, consultaron al Oráculo quién de ellos debía ser el nuevo rey.
El Oráculo respondió que debían elegir como monarca al hombre que apareciera por la Puerta del Este, acompañado de un cuervo que, como señal divina, se posaría sobre su carro.
Resultó, a la sazón, que un campesino llamado Gordio acertó a pasar por la susodicha Puerta, con su carro y sus bueyes (los cueles, por cierto, carro y bueyes, eran todas sus posesiones) y el mentado cuervo se posó sobre su vehículo.
El pueblo obedeció al Oráculo y Gordio fue elegido rey. Y, como típico rey de su época y de su tierra, el antes labrador fundó una ciudad que llevó su nombre (Gordias). Y, como típica ciudad de su época y de su tierra, en el centro de Gordias se erigió el tempo de Zeus.
De tal forma, para honrar a los dioses que lo habían designado como rey de Frigia, Gordio ofreció en el tempo de Zeus su carro, su lanza y el yugo de sus bueyes, atados con un nudo cuyos cabos se escondían de un modo tan complicado que surgió una nueva leyenda (leyenda sobre leyenda) de que se trataba de un nudo poco menos que imposible de desatar y de que aquel que fuera capaz de desanudarlo conquistaría todo el mundo conocido.
En el año 333 antes de Cristo, de camino hacia Persia, Alejandro Magno conquistó Frigia, aquella polis que había sido gobernada por aquel labrador. Cuando alguien le relató la leyenda del nudo gordiano, Alejandro, que tenía intención de conquistar todo el mundo conocido, se dirigió al templo de Zeus y, sin pensarlo dos veces, desenvainó su espada y cortó el nudo de Gordio.
Aquella noche, además del famoso lazo, se desató una gran tormenta de rayos y truenos, que Alejandro interpretó como una expresión de que Zeus estaba de acuerdo con su solución con respecto al famoso nudo. Queda para la historia, eminentemente para la de España, la frase que el Magno sentenció entonces: “Tanto monta cortar como desatar”.
Así, la expresión “nudo gordiano” ha quedado en el lenguaje moderno como alusión a una dificultad prácticamente insoluble o, al menos, aquel enredo que no se puede solucionar sin “cortar”.
Por mi parte, un servidor, que no se considera Magno en ningún sentido de la palabra y no tiene intención de conquistar ninguna parte del mundo conocido, se encuentra, a menudo, en su vida diaria, con graves problemas con los nudos gordianos.
Me entenderán. Yo trabajo en el mundo de la Informática (“Tecnologías de la Información”, lo llaman ahora, para tratar de conceder dignidad a la profesión). Y, gajes del oficio, me desplazo con frecuencia, de un sitio a otro, acompañado siempre de un maletín que contiene un ordenador portátil, su correspondiente cable de alimentación y, además, el cable del ratón, que me permiten instalar mi puesto de trabajo en cualquier lugar.
La cuestión es que, por mucho cuidado que derroche al guardar los cables en el maletín, y obedeciendo a leyes de la física que no acierto a comprender del todo, cuando extraigo, después, dichos cables para ponerme a trabajar, están siempre, e invariablemente, fuertemente enredados, como si los hubiera anudado el mismo Gordio.
Aunque sé, en el fondo, que no lo conseguiré, yo siempre trato de deshacer el enredo estirando de los cables aun más fuertemente, en un intento de ganar tiempo, o al menos de no perderlo. E, invariablemente, en un momento dado, me veo obligado a rendirme y, armado de paciencia, comenzar a deshacer los nudos, poco a poco y uno a uno. Y llego siempre a la misma conclusión: todo el tiempo que he eludido mi responsabilidad de deshacer una nudo que, sea cual sea su origen, sólo a mí me compete, todo ese tiempo ha sido, invariablemente, tiempo perdido.
Y me da por pensar que en la política, en la economía, en la vida en general, con sus cadenas humanas y sus colas del paro, bien haríamos en ponernos a desenredar los nudos que nos encontramos, aquellos que tienen que ver con nosotros sea cual sea su origen, poco a poco, nudo a nudo, con paciencia. Sabiendo que todo el tiempo que pasemos tirando con violencia del extremo de la cuerda y tratando de solucionar los enredos, digo los problemas, de un golpe, todo el tiempo que pasemos pensando en soluciones mágicas, drástica o, quizá, simples para problemas complejos, todo ese tiempo será siempre, invariablemente, tiempo perdido.
Y, sobre todo, olvidémonos de la solución de Alejandro. Si yo mismo cortara de un tajo los cables de mi ordenador, por supuesto, nunca podría ponerme a trabajar. Por lo demás, el imperio de Alejandro Magno murió al mismo tiempo que él.
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