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¿Diálogo? ¿Qué han estado haciendo, sino dialogar, los últimos años?

En ninguna campaña electoral haya empezado sus manifestaciones haciendo mención a aquellas circunstancias de índole social que van a poder solucionar
Miguel Massanet
domingo, 3 de noviembre de 2019, 09:51 h (CET)

Cuando uno ha tomado parte en tantas votaciones, ha soportado tan innumerables campañas siempre de las mismas características, con similares intérpretes y, podríamos decir, con tan parecidos contenidos, métodos y trucos dedicados en la mayoría de casos, sin rubor alguno, a vender una mercancía, el “mejor” gobierno sobre el pueblo, para convencer a la ciudadanía de que sus ofertas, sus promesas, sus habilidades políticas y sus capacidades de gestión, sean cuales fueren la siglas en las que se amparan, son las que mejor les garantizan a los votantes, que durante los años en los que van a poder dirigir la nación, en el caso de ser elegidos, van a reportar al país, a los menos favorecidos por la fortuna, a las familias, a los profesionales, a las instituciones encargadas de velar por la salud pública, a los pensionistas y, en general, a todos aquellos que tengan quejas sobre el gobierno de la legislatura anterior, al que aspiran a suceder; debido a que tienen en sus manos el talismán, único y milagroso, que les va a proporcionar los éxitos que auguran conseguir que, por supuesto, “ninguno de los partidos oponentes” va a estar en condiciones de poder conseguir debido a que, las “derechas”, están “incapacitados” para dirigir el país.


Es verdaderamente curioso y objeto de una especial atención el hecho cierto de que, en ninguna campaña electoral, en ninguna ocasión en que los ciudadanos han sido llamados a las urnas o en ninguno de los mítines que cada una de las formaciones políticas que batallan por conseguir la aprobación de los ciudadanos, haya empezado sus arengas, sus manifestaciones o sus argumentaciones haciendo mención expresa a aquellas circunstancias, aquellos problemas endémicos o aquellas dificultades de índole social que, difícilmente, van a poder solucionar a lo largo de su legislatura. Referencias al estado de endeudamiento del país o a las dificultades a adaptar el déficit público y el privado a las exigencias que, la CE, pone a todos los países para evitar que la incompetencia o falta de contención de algunos acabe por perjudicar a todo el resto de naciones comunitarias. El reconocimiento de que sólo se puede hacer lo que sea posible, de que muchas de las reivindicaciones de los ciudadanos son imposibles de asumir y que, por mucho que pueda parecer imposible el llevar a cabo una política de contención del gasto, de moderación de los salarios, de reducción de impuestos y de liberalización de la economía y supresión de impedimentos burocráticos; aunque en un principio puedan parecer incómodos, antisociales o de signo capitalista, el tiempo se encarga de demostrar que en mantenimiento de una política pública sobria, posibilista, disciplinada y realista es la mejor forma de conducir a una nación hacia un futuro en el que se puedan consolidar los avances que, algunos insensatos, piensan que se pueden conseguir con revoluciones callejeras o implantando regímenes autoritarios que siempre, la experiencia lo confirma, han concluido con pueblos sometidos a los caprichos de las tiranías totalitarias.


En España, por increíble que pueda parecer, las campañas electorales se han convertido en el “pan nuestro de cada día” debido a que, con suele suceder cada vez que parece que estamos llegando a una fase de prosperidad, parece que hay sectores de nuestros conciudadanos que no se encuentran a gusto viviendo en paz, concordia y buenas sensaciones con el resto y prefieren organizar disputas, atacar a sus vecinos, protestar por el simple gusto de incordiar, convertir las calles en foros públicos con la pretensión de suplir, contradecir, descargar de contenido y desacreditar la función de nuestras instituciones democráticas, con la pérfida intención de desprestigiar nuestra democracia, negando su existencia y pretendiendo suplirla por los reinos de taifas modernos, basados en soberanismos localistas, aspiración máxima de los grupos separatistas que podría calificarse como un animus dividendo de la nación española que, a muchos españoles, nos llega a parecer como una especie de conspiración de las izquierdas, encaminada a acabar con la nación española mediante un despiece sistemático de la misma.


Y es que, señores, cuando un político, pongamos por caso el líder socialista Pedro Sánchez, se erige en experto como conductor de una nación, cuando en el poco tiempo que lleva al frente del país no ha hecho otra cosa que hablar, repetir una y otra vez que es el más adecuado para llevar adelante el país y, lo único que aporta para demostrar su capacidad de hacerlo son 137 puntos, la mayoría de los cuales comporta aumento del gasto público, cuando ya sabemos que, desde Bruselas, nos han tirado de las orejas calificando los presupuestos últimos, para el 2020, presentados por los socialistas ante la CE, se han considerado como irreales e imposibles de conseguir encontrando un desfase cercano a los 6.000 millones de euros que los socialistas pretenden justificar argumentando que, cuando se aumente la carga impositiva de los españoles, será cuando cuadren de verdad. ¿Será que los españoles no estamos suficientemente cargados de impuestos o será que, como los técnicos en economía más prestigiosos llevan afirmando, cuando hablan de que, en proporción, los españoles pagamos por impuestos un 8% más del promedio de lo que se paga en el resto de la UE? Sería conveniente averiguar cuál de ambas teorías en la buena.


Lo que sucede es que, cuando los de izquierdas hablan de aumentar los impuestos sólo a las grandes empresas, a los importantes grupos económicos, a los más potentes bancos o los más ricos empresarios; todo el resto de ciudadanos, especialmente los que militamos en la clase media, la más numerosa en España, podemos ponernos a temblar porque, siempre que han argumentado que no debemos preocuparnos porque los que pagarán más sólo serán los ricos, indefectiblemente los que han acabado “pagando el pato” de verdad, han sido los sufridos ciudadanos englobados en dicha denominación.


Y, una vez más vamos a incidir en el famoso tema del “diálogo”, que parece que se ha convertido en lo que, hoy en día, la juventud califica de trending topic o, en román paladino, un tema del momento o de actualidad. En efecto, desde las izquierdas y, curiosamente, desde las más radicales y extremistas, no hay político que no quiera solucionar el problema que algunas de las autonomías están poniendo sobre el tapete de la política nacional: el soberanismo o el independentismo, como “derecho” de algunos sectores minoritarios de la sociedad española; acudiendo al socorrido argumento de la necesidad de continuar intentando el “diálogo” como método indiscutible para solucionar los gravísimos problemas que, en el campo de la defensa de la unidad de España, nos están presentado autonomías como la catalana o la vasca, mientras otras permanecen ojo avizor para no perder la oportunidad que les pudiera proporcionar el ponerse a la cola, para seguir el ejemplo de aquellas que están jugando fuerte, incluso contraviniendo la Constitución, con la intención de alcanzar sus objetivos independentistas. Cuando leemos en la prensa que los hay que se quejan de que “nadie aporta soluciones” que los políticos no encuentran fórmulas para contentar a las dos partes, Estado e independentistas; que no existe la persona lo suficientemente brillante que sea capaz de enderezar a este maligno huevo de Colón que, como es natural, no se solucionaría solamente por el método de aplastar una de sus puntas.

Porque, señores, tal y como están las cosas en Cataluña y evidenciada la tozudez del señor Quim Torra o del señor Carles Puigdemont, sin olvidarnos de todos los políticos que han sido condenados por sus actuaciones ilegales en contra de la nación española, negándose en redondo a abdicar de sus pretensiones soberanistas; los mismos que piden al gobierno “diálogo sin condiciones” han sido los que, a través de los años que hemos estado padeciendo la irritable tenacidad de los políticos catalanes en poner, como premisa sine qua non, el hablar de la consulta que, según ellos, debe permitirse a los catalanes para decidir libremente sobre su futuro, sin que el resto de España pueda decir lo que opina sobre el desgajamiento de una parte importante de la nación española. Resulta una impertinencia, una redundancia irritable, una muestra del desconocimiento, fingido o real, de lo que se está jugando en España cuando una parte, pequeña, apenas unos cientos de miles de catalanes, insisten en que son mayoría; un tema que las estadísticas demuestran que carece de la más mínima verosimilitud debido a que, precisamente, en las últimas encuestas celebradas en Cataluña sobre este tema, ha resultado que la mayoría sigue siendo la que defiende la permanencia en España de aquella autonomía.


Por desgracia, debemos de darnos cuenta de que, quizá hace unos años, hubiera podido dialogarse hablando solamente de una mejora de la financiación de la comunidad catalana y que ello, hubiera bastado para dejar aparcada el ansia soberanista que, indudablemente, sigue anclada en muchos de los ciudadanos catalanes, tal y como sucede en el mismo Reino Unido con Escocia o en la isla de Córcega en Francia. Pero es evidente que estos tiempos ya pasaron, que los métodos que han venido utilizando los catalanes, si en lugar de haberse encontrado con gobiernos débiles al frente de la nación española, se hubieran tenido que enfrentar a otra clase de gobernantes, a unos que hubieran tenido el valor y la decisión de acabar, desde el principio, con estos atisbos de independentismo; si hubieran empezado por desautorizar al señor Arturo Mas cuando se atrevió, por primera vez, a amenazar al Estado con la independencia de Cataluña; con toda seguridad que, en estos momentos, no tendríamos que hablar del enfrentamiento que amenaza con tornarse cruento, entre catalanistas soberanistas y el resto de españoles. No, señores, ya no hay tiempo para perder en diálogos que todos sabemos que, durante los años que nos han precedido, se han tenido en multitud de ocasiones sin que, ninguno de ellos, haya servido para algo más que para seguir agrandando la brecha entre catalanes y españoles.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos vamos de nuevo a enfrentar a unos comicios que llevan en sí la terrible incertidumbre de quiénes van a ser los que acaben por llevarse el gobierno de la nación española. Los que, imprudentemente y sin el menor asomo de veracidad, siguen afirmando que el separatismo catalán está en vía muerta, de que ya no les queda fuelle o que sólo es cuestión de un poco de tiempo para que acabe rindiéndose como ha ocurrido con los terroristas de ETA; que no se hagan ilusiones, que caigan del pedestal y pisen la tierra firme que es donde sigue estando una parte importante de los catalanes que están dispuestos a mantener latente, en estado larvado si se quiere pero dispuesto a resurgir como ave Fénix, a la primera ocasión en la que, como sucede en la actualidad sean capaces de percibir debilidad en quienes parecen estar dispuestos a hablar de plurinacionalidad a la menor ocasión en la que su situación, al frente del Gobierno, les diera oportunidad de ofrecerles a los soberanistas la oportunidad de un estado federal, puede que como la antesala de su objetivo final: la independencia.

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