En su célebre relato, Eutifrón, sacerdote, profesional de la teología, mantiene un vivo diálogo con Sócrates. Éste ha sido acusado de cuestionar ciertos dogmas de la divinidad: “¿pero acaso todo lo justo es pío, o bien todo lo pío es justo pero no todo lo justo es pío, sino que una parte de ello es pío y la otra parte no?” Sócrates persigue el respaldo de Eutifrón para defenderse de las acusaciones formuladas contra él, pero cuando aquel se ve empujado a pronunciarse, sólo es capaz de evadir la respuesta: “en otra ocasión Sócrates, ahora tengo prisa y es tiempo de marcharme”. Abruptamente y con cierta ironía, Platón da por zanjado su relato. No puede ser de otro modo. Eutifrón, vive objetivamente de Dios. Pese a su amistad con Sócrates, el sacerdote no puede sumarse a su lógica por razonable que considere sus argumentos. Coincidir con él significa "jugársela".
¿Quién de entre nuestros dóciles dirigentes se expondría hoy ante el Consejo Europeo, ante el FMI, la Troika o los grandes fondos? ¿Quién ante Merkel? Una de las características de la nueva democracia secuestrada, de esta crisis sistémica, es que la sociedad lleva tiempo votando a sus verdugos. Éstos ya han asumido su condición de siervos. Cómo Eutifrón, sólo aspiran a seguir siendo. No hay más que verlos para sentirse consumido por un hastío insoportable. La pesadumbre derivada del desastre del 98 no distaría mucho del bochorno que se apodera hoy del país. Todo resulta estomagante, imposible de digerir. Sólo hay retórica vana y mendaz. Sólo se representan a sí mismos.
Frente a ellos, una socialdemocracia tributaria del consenso neoliberal que aspira a un nuevo mesías mediático, un seductor capaz de embaucar al vulgo una vez más. ¿Quién de entre ellos reprobaría una deuda ilegítima; impulsaría un ultimátum mediterráneo frente al norte; abogaría por intervenir la economía, por recuperar los activos del Estado, por gravar a las grandes fortunas y las grandes empresas?
Al margen del consenso bipartidista se sitúa el imperio de la lógica, el sentido común, un estupor social huérfano de representación que anhela otro paradigma político. El país precisa de héroes que se erijan sobre la indecencia. Gigantes invulnerables dispuestos a ser denigrados, descalificados por los administradores de la opinión pública, por los adoctrinadores del sistema. Sin ellos, la metafísica política sólo puede aspirar a una Junta alternativa de notables capaz de integrarse políticamente, de concienciar a la ciudadanía, de aglutinar en un solo color toda marea, de hacer prender la chispa de la dignidad. El frankestein capitalista no dará marcha atrás ni se detendrá. Es una evidencia histórica incontestable. El castigo durará lo que tarde la sociedad en comprenderlo.
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