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Cuestiones prioritarias

“Vivimos el momento del instante preciso para la acción, no sólo como un deber moral, sino como un requerimiento natural de subsistencia del linaje”
Víctor Corcoba
lunes, 11 de noviembre de 2019, 08:33 h (CET)

En todas las épocas, el ser humano ha tenido que hacer frente a este camuflaje mundano, pero ha sido la sensatez unas veces y otras el espíritu vigilante, quienes nos han aliviado la carga y nos han permitido seguir ilusionados, renaciendo incluso de cenizas, pues lo trascendente es poder liberarse y resistir ante tantas opresiones vertidas en nuestro histórico existencial. A mi juicio, en ocasiones hemos de activar la calma y no responder a ese diluvio de provocaciones persistentes, que ciertamente rompen nuestra armonía, de ahí lo fructífero que suele ser pararse a examinar cada cual su propia vida. Sabemos que la violencia nunca puede ser la respuesta a las demandas sociales y políticas; sin embargo, en muchos países hay una fuerza excesiva en las protestas que ha de cesar de inmediato. A este respecto, todos formamos, en mayor o en menor medida, parte de la solución.

Perseverantemente, hemos de ser ciudadanos de paz, tolerantes en todo momento con la gente que es naturalmente diversa, comprensivos siempre. Por desgracia, el mundo ha crecido en injusticias, la discriminación nos desborda y cada día se acrecientan realidades que marginan, cuestiones que han de ser atajadas con decisión. En este sentido, considero que algunos gobiernos se muestran demasiado pasivos, obviando que han de aplicar las leyes sobre derechos humanos, prohibir los crímenes y cualquier vínculo que discrimine, garantizando un acceso igualitario a los tribunales de justicia, y jamás permitiendo la impunidad. No podemos entrar en ese círculo vicioso de “dejar hacer”, de “consentir” con argumentos embaucadores. Estas atmósferas de falsedades, que suelen manipular la realidad, al fin nos llevan a la desconfianza; lo que nos exige una mayor toma de conciencia individual, y también de los líderes de los Estados, cuando menos para promover leyes que protejan el derecho a una información veraz y a ser coherentes con nuestro modo de obrar.

Este espíritu guerrero, muchas veces intolerante a más no poder, requiere de sistemas educativos, que nos insten a desarrollar actitudes independientes y comportamientos éticos. Esta es otra de las cuestiones prioritarias. En 1995, los países miembros de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) adoptaron la Declaración de Principios sobre la Tolerancia. Dicha Declaración apunta, entre otras cosas, que el aguante no es condescendencia o desgana, sino que es el respeto y el saber apreciar la riqueza y variedad de las culturas del mundo y las distintas formas de expresión de los seres humanos.

Indudablemente, tan importante como el pan de cada día es la consideración hacia toda vida humana. No lo olvidemos nunca. A propósito, el filósofo y estadista británico, Sir Francis Bacon (1561-1626), ya en su etapa de caminante, nos recordaba que “el respeto de sí mismo es, después de la religión, el principal freno de los vicios”; y, ciertamente, este mundo enviciado hace tiempo que ha dejado de quererse como humanidad. Sin duda, de un tiempo a esta parte, una riada de necedades, condimentadas con la perversión de la maldad, ha tomado posiciones privilegiadas que no puede persistir por más tiempo. Vivimos el momento del instante preciso para la acción, no sólo como un deber moral, sino como un requerimiento natural de subsistencia del linaje. La primacía hacia la concordia debe ser de todas las religiones, culturas, lenguas y etnias. Han de dejar de ser motivo de conflicto para ser impulso de conciliación. Nos hemos globalizado y ahora, sin más demora, necesitamos fraternizarnos; lejos de ese aliento corrupto dominador, que no atiende ni entiende de levantar muros y de hacer piña.

En consecuencia, es prioritario a mi humilde opinar reconstruir esas vidas destruidas, rehacer esas familias destrozadas, rotas por una sociedad envilecida, que no entiende de unión ni de unidad. “Las personas no nacen con odio; la intolerancia se aprende y, por tanto, se puede prevenir y desaprender”, decía hace unos días el titular de Naciones Unidas, António Guterres. Sin duda, la importancia de la educación en el tratamiento y la capacidad de recuperación frente al discurso del odio, es vital para tomar un cambio de rumbo y renacer como seres en disposición siempre de servicio, despojados de ese afán aplastante de poder que incluso tienen algunos líderes que nos gobiernan. Olvidan que la saludable política es aquella que trata de que todos los seres humanos puedan florecer, a pesar de los muchas piedras que nos ponemos los humanos entre sí.

Por eso, es importante que cada cual tome en consideración su paso por esta vida con profunda conciencia de su misión, que ha de ser coherente con la aportación a ese bien colectivo con el que todos hemos de cooperar, más allá de nuestro propio mezquino interés, que es lo que verdaderamente nos divide. Desde luego, la prelación es que perdamos el miedo a escucharnos mutuamente. Sólo así podremos comprometernos a un cambio radical, diciendo no a la guerra y a la estrategia de los sembradores del terror, promoviendo la confianza en uno mismo y, como aconsejaba san Francisco de Sales, teniendo “un poco de dulzura consigo mismo”, para ofrecer “un poco de dulzura a los demás”.

Atrevámonos a reencontrarnos a pesar de los martirios vividos. Pasemos página. Renazcamos de ese ánimo destructivo tan avasallador. La prioridad son los cuidados rehabilitadores que nos demos unos a otros. A la par que se ama, se dispensa, y el espejo de esa acción; es lo que efectivamente nos hace caminar gozosos, sin recelo a nada. 

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