El adviento es la espera. La preparación a la llegada del Salvador. Para ello, durante las cuatro semanas previas a la Navidad, nos vamos mentalizando a la vivencia, una vez más, del aniversario del Nacimiento de Jesús.
Cuando algo o alguien nace o renace, todo cambia. O debe de cambiar. Por eso estimo que los mayores que formamos el segmento de plata debemos desprendernos de ese punto de dejadez, de hastío, de hartazgo, hacia un mundo que no marcha y a un cristianismo un tanto desangelado.
No podemos achacar esos problemas a los demás. Somos protagonistas del mundo en que vivimos y asumirlo de una forma optimista aunque los achaques y los años propendan a lo contrario. Todo es cuestión de buscar los brotes verdes.
El mundo las está pasando canutas. Pero no mucho más, sino por el contrario, mucho menos que lo pasaron nuestros padres o nuestros abuelos. Nuestros hijos y nietos viven en un mundo más cómodo, mejor alimentado y con unas posibilidades de formación, sanidad u ocio mucho mejores que las que hemos gozado nosotros.
En el aspecto religioso quizás somos menos, pero estimo que nuestra fe es más auténtica. La religiosidad sigue permanente y se le está dando un sentido más profundo. A regañadientes se sigue celebrando la Navidad, pero viviéndola como siempre de una forma familiar y solidaria.
Los brotes hay que cuidarlos, regarlos, asomarlos al sol y quitarle las malas hierbas. Esa es nuestra labor, ese es el Espíritu que nos anima y al que tenemos que hacerlo presente en nuestras vidas.
El mundo es hermoso. Lo afeamos los humanos que no sabemos aprovecharlo. Tenemos que volver a las raíces. A la mejora del metro cuadrado que nos rodea. Nuestro ejemplo está en aquello que estamos esperando que venga. Ese Niño que anide en nuestro corazón y lo haga más receptivo a los demás. Se aproximan brotes verdes. Estad atentos.
|