La relación establecida informativamente entre varias universidades españolas en torno a supuestos casos de plagio de tesis es triste y lamentable.
Estas noticias me entristecen y, a la vez, me indignan como conocedora del esfuerzo y sacrificio, personal y profesional, que supone la realización del doctorado. Si esto es así, imaginaros qué siento cada vez que recibo por correo electrónico ofertas como esta: «Hacemos tu TFG, TFM. Nunca antes había sido tan fácil ni barato terminar una titulación. ¡Pide precio ahora!».
Esta realidad ratifica mi creencia sobre la necesidad de formación universitaria en materia de ética como asignatura básica, obligatoria e independiente en todos y cada uno de los grados.
A continuación, me gustaría justificar, o por lo menos presentar, mi convencimiento sobre dicha necesidad. Y para ello me voy a basar en una voz experta, no en la mía.
La ética y las competencias en las titulaciones universitarias En el año 2005 el catedrático de la Universidad de Granada, Antonio Bolívar publicó un artículo titulado «El lugar de la ética profesional en la formación universitaria». En él aportó los resultados de la investigación sobre la enseñanza actual de la ética profesional y demandas de los estudiantes y, una de las conclusiones fue que los universitarios «estiman que la atención prestada de estos principios éticos y deontológicos, durante su formación es escasa o nula, salvo en Derecho, Enfermería y Trabajo social».
Esta realidad se enmarca en la visión actual, y europea, de otear la formación universitaria desde la estricta profesionalización. Por esta razón, la ética, como parte de la filosofía que trata del bien y del fundamento de sus valores, no es parte de las titulaciones y, en cambio, sí lo es la planificación de las mismas por competencias.
Por competencia entendemos aquella aptitud o idoneidad para hacer algo o intervenir en un asunto determinado. Es decir, se trata de una capacidad que me ayuda a ejecutar una actividad competentemente. Sin embargo, la Universidad es mucho más que esto. El problema «aparte de estar lastrado por su origen del mercado laboral y empresarial, tiene el peligro –ya real- de convertirse en nueva “ola”, eslogan o moda para determinar los objetivos en función de las exigencias del ámbito laboral. De hecho, diseñar los programas en términos de competencias recuerda las estrategias de “programación por objetivos”», afirma Bolívar.
Actualmente, las enseñanzas universitarias oficiales de grado deben ajustarse a unos planes de estudio que «deberán, en todo caso, diseñarse de forma que permitan obtener las competencias necesarias para ejercer esa profesión», señala el artículo 12.9 del Real Decreto 1393/2007, de 29 de octubre, por el que se establece la ordenación de las enseñanzas universitarias oficiales.
Estas competencias se dividen en específicas y genéricas y, esta última a su vez en instrumentales, sistemáticas e interpersonales y, dentro de esta se encuentra una competencia denominada «compromiso ético» y que «puede ser entendida en un sentido restringido (determinados compromisos éticos en el ejercicio profesional) o, en uno más amplio, como “competencias éticas” de todo profesional como persona y como ciudadano», explica Antonio Bolívar en su artículo.
Además, el autor llega a afirmar que «la institución universitaria, en las últimas décadas, ha primado la formación conceptual o procedimental, desdeñando –al menos a nivel explícito- el cultivo de valores y actitudes».
Y aquí radica el error, la visión reducida, empequeñecida y utilitarista de la misión de la institución universitaria. La Universidad nos tiene que enseñar qué es lo bueno y qué es lo malo, conocer en qué sentido hablo de bueno y malo y, saber por qué llamo bueno y malo a las cosas.
Quiero terminar este artículo con otra valiosa aportación de Bolívar: «Dentro del desarrollo moral que la educación debe cultivar (…) la conducta moral tiene, de modo comprehensivo (a diferencia de la triada habitual: cognitivos, afectivos y conducta) cuatro componentes relativamente independientes, que interactúan en la acción moral». Estos elementos son: sensibilidad moral, juicio moral, motivación moral y carácter moral.
En definitiva, la Universidad nos debe aportar los conocimientos y las herramientas necesarias para compaginar la ética interpersonal, la ética profesional (deontología) y las competencias.
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