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La antipolítica ha encontrado su mayor triunfo: un apoliticismo político que encarna un rechazo consciente a la política tradicional. Y aquí es precisamente donde la paradoja se vuelve elocuente. La falta de propuestas, los escándalos recurrentes, la constante guerra entre bandos, empuja a un desinterés de la política con nombre y apellidos que desemboca en un afán antipolítico visceral, construido alrededor del rechazo.
No, no fue un político, ni un eminente sabio, ni un legislador como Solón, u otros sabios legisladores, fue solamente un humilde carpintero de Nazaret que, al cumplir los treinta años, esa es la creencia general, abandonó el taller en que trabajaba, heredado de su padre José, y se dedicó a recorrer los caminos de Israel, predicando una doctrina desconocida hasta entonces y actuando como si fuese un profeta.
No sólo ocupamos un cierto espacio, realizamos un sinfín de actividades en sus demarcaciones y recibimos conexiones desde numerosos focos. Son incontables las maneras de percibir esa entente entre una persona y los espacios, las distancias y los efectos se multiplican.
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