Estambul es una seductora
imperecedera. Pocos enclaves a lo largo de la historia han conseguido mantener
su magia siglo tras siglo sin ceder protagonismo a nivel mundial. Dos
continentes abrazados por el Bósforo y unidos bajo el encanto único de una
ciudad que disfruta de su existencia bipolar.
El escenario es ideal si
uno busca escapar momentáneamente del universo orwelliano creado por la prensa
deportiva española, donde el fútbol es el único líder, el odio es un arma feroz, las derrotas son consecuencia de trampas ajenas y los héroes
vienen y van como si nunca hubiera existido nada antes de ellos.
Quizá elegir al Galatasaray
y su afición no parezcan a priori los antídotos ideales para salir de un clima
de tensión constante, pero la visita al Türk Telekom Arena garantizaba explotar
la burbuja y seguir comprobando que hay mucha vida más allá de las dos cavernas
del día a día.
Nueva casa, mismo espíritu
"Welcome to
hell". Es el mensaje de bienvenida de la afición turca a todo equipo
visitante, y supone más un aviso que una amenaza si nos fijamos en el ambiente
que los seguidores consiguen fabricar en cada partido. El nuevo estadio,
aderezado con las últimas tecnologías y comodidades, ha perdido el encanto
nostálgico del Ali Sami Yen original, pero a pesar de que el overbooking
haya dejado de existir, la presión desde la grada no se desinflado lo más
mínimo.
Más de 130 decibelios los
acreditaron en 2011 como la afición más ruidosa del mundo, y para el visitante
extranjero el espectáculo está siempre repartido entre el césped y las butacas.
Champions bajo hielo
Partido final de fase de
grupos de Champions contra la Juventus. Quien gane se clasifica para octavos.
El empate sirve a los italianos. Día frío, muy frío, pero varias horas antes el
metro que lleva hasta la parada Seyrantepe está colapsado con camisetas rojas y
amarillas. Todos los billetes están vendidos, y algunos reventas sufren cargas
policiales en su intento por colar algún boleto de última hora. Por lo demás,
el paseo hasta el nuevo hogar del Galatasaray es tranquilo y agradable.
Las instalaciones están a
la altura de las mejores infraestructuras europeas, tanto fuera (tienda
oficial, alimentación) como dentro del campo. El tiempo sigue empeorando, y a
una hora del pitido inicial el granizo y la nieve entran sin control por el flamante
techo del estadio. Aún así, el fondo ya tiene color y los cánticos y las
coreografías derrotan al frío inmediatamente.
La compenetración que
existe entre los aficionados es la base del éxito para que el
fútbol no se convierta en teatro. Jamás había visto tal fuerza en una grada. El
clásico español, sin ir más lejos, es incapaz de conseguir ese nivel de
constante apoyo sean cuales sean las circunstancias. Si acaso para producir
insultos como morcillas, pero sin el bagaje creativo que se vive en el Türk
Telekom Arena. Si vas a decir tonterías, al menos dales gracia.
Partido congelado... en el césped
En apenas diez minutos la
hierba se vistió de blanco. Proença mandó sacar la pelota roja, pero fue como
intentar parar un tsunami con un vaso. A la media hora de juego se suspendía un choque que, más allá de la emoción del momento, solo había visto una buena
ocasión de Llorente en área grande y un tiro aburrido de Drogba desde la
frontal a balón parado.
Decepción total en una
grada que hubiese resistido hasta la hipotermia. Más cánticos, más gritos y
vuelta a casa entre el temporal. Cincuenta mil aficionados cabreados bajo la
nieve no es la situación idónea para vaciar un estadio, pero el estereotipo
violento que envuelve a este equipo no tuvo esa noche justificación y en ningún
momento la seguridad vio peligrar su nombre.
Caos ordenado
Lógicamente aquí también
vemos qué es Estambul y cómo es Turquía. Así como el estadio rebosa modernidad,
para volver al centro de la ciudad el aficionado debe pasar uno a uno por
incómodas puertas giratorias que ralentizan el tránsito hasta lo impensable. Para alegrar la espera, aquellos que ya han pasado envían regalos al otro lado de la verja en forma de bolas de nieve recién sacadas de la nevera. Y sin cobrar más entrada.
Si un enfermos de la organización como Londres, por ejemplo,
abre el acceso al metro en cada evento deportivo importante, aquí todo el
mundo está obligado a pasar por caja (de nuevo individualmente) si no quiere regresar por patas.
Finalmente, para acceder al vagón correspondiente debes hinchar el pecho,
cerrar los ojos, y empujar como si quedarse en la estación significara tu
muerte, siendo aplastado y aplastando hasta el límite humano, aguantando la
respiración y esperando a que los que se han quedado fuera consideren que
esperar al próximo tren sea lo más recomendable. Es divertido, pero no es apto
para todos los públicos.
El número doce es el ingrediente fundamental
El partido se reanudó al
día siguiente, en un piso impracticable y con victoria in extremis de los
locales, que aseguran otra fiesta más de Champions para el 2014.
El infierno turco ha
calentado cuando más se le necesitaba, dejando al fútbol como una visita cultural obligatoria a cualquier
turista que se acerque a Estambul. Además de impresionantes palacios y mezquitas, la pasión desbordante y el compromiso tan
profundo de los seguidores con su equipo estremece a cualquiera, y siempre que
no cruce la frontera del civismo, ofrece un maravilloso espectáculo de
fidelidad y pureza que enaltece al mismo balompié.
Asombra y da envidia ver a
decenas de miles de personas entonar los mismos cantos y los mismos gestos en
cualquier dirección que detengas la mirada. Hace chabacano al aficionado medio
y permite abrir los ojos más allá de nuestras desgastadas y prostituidas
disputas internas.
Fue entre semana, media
hora de juego y kilos de nieve sobre las cabezas. Poco importaba. Se dieron todas las fatalidades juntas, pero ni aún así consiguieron
apagar el fuego.
Inventamos a nuestros enemigos cuando procede, que suele ser casi siempre, tal vez porque ideamos asimismo todo lo referido a nuestras vidas. Ocurre ello a escala individual y subjetiva, pero también a escala colectiva, sea en el nivel familiar, grupal, tribal o político.
Dos rasgos peculiares han favorecido la gestión del comentario de hoy y su contenido. La relectura de un libro que mantengo entre mis preferidos y el acercamiento a la situación real de la presencia humana en el mundo. El libro es “El quinto día”, de Frank Schätzing; nos viene de perlas, para enlazar con una serie de consideraciones relacionadas con las andanzas de los seres vivos en mares y tierras, unas de lo más patentes y otras poco o nada conocidas.
Recuerdo aquellas noches, después de las sencillas cenas de un colegio religioso, cuando salíamos a los patios del Colegio, en realidad las partes traseras del edificio. No olvidaré los paseos en grupo, rodeando a alguno de nuestros profesores. Se hicieron famosos los que presidía un sencillo sacerdote venido de Japón.