O, por mejor decir, la familia Urdangarin Borbón, de Iñaki Urdangarin y su mujer, la infanta Cristina de Borbón, con sus hijos Juan, Pablo, Miguel e Irene. Por una vez sin vírgulas ni tildes, auténticos y no átonos. Una familia que es noticia y está dando titulares por algo tan humano como mostrarse en público y estar unida en Navidad tras un tiempo de desasoiego en el que han soportado más de un acento, alguno propio y merecido y otros ajenos, extraños o no, con una gratuidad acaso no merecida e insultante.
Porque, es lo cierto, que Iñaki Urdangarin, desde siempre, incluso desde antes de conocer a la segunda hija del Rey Juan Carlos I, la infanta Cristina de Borbón que hoy es su mujer y le ha convertido en figura de interés general, ha debido de pechar con los acentos. El primero de ellos, la vírgula o tilde que, desde hace no se sabe cuánto, le pusieron sobre la i del apellido para convertir el urdangarin llano en un urdangarín agudo, acentuado y castellanizado.
El siguiente acento, no benévolo, tras una carrera de deportista de élite y un noviazgo que llenó paginas y cuadernillos del cuore, llegó a Urdangarin con el ducado de Palma, hoy revertido a La Corona, como fruto del matrimonio con la infanta Cristina de Borbón. Con la boda, Urdangarin dejó su rol de jugador de balonmano admirado para convertirse en lo que podría haber sido, sólo, yerno del rey. Pero que, ¡oh los hados!, derivó en un doble yernísimo y cuñadísimo reales esdrújulos y con acento, apto para casi todo y sometido a una atención no siempre sana en la que florecieron, con el matrimonio, toda suerte de enredos, dimes, diretes y jeribeques: Aversión de antiguo latente y callada a La Corona. Republicanismo viejo, inconsecuente con la historia, travestido en movimiento oportunista con aspiraciones de moderno. Agitación social por una parte interesada de la izquierda. Crítica a la actividad laboral del matrimonio. Inspección exhaustiva a las supuestas tutelas, a veces económicas y otras no, de amigos profesores que administran, medran y enredan, Investigación sobre cortesanos y próximos a la Corte, mujeres u hombres, que avizoran serendipias con pingües benficios entre burócratas, burrócratas y políticos locales. Y una aversión clasista que se ha ido alimentando con lo negativo que iba apareciendo: noticias, opiniones personales, juicios de valor, y hasta autos judicales propalados al albur con motivo o sin él y dentro o fuera de contexto.
El penúltimo de los acentos es, sin duda, la varonía, calidad de varón, criatura racional adulta del sexo masculino que decide hacer frente a lo que venga, exponiéndose valiente y protegiendo a su gente: mujer, prole y una familia - propia o de consorte - que sólo él sabe hasta dónde decidió que llegue.
Pero estas Navidades, Iñaki Urdangarin, tras hacer frente a lo que le ha venido - una condena que está cumpliendo para pagar a la sociedad lo que la Justicia ha estimado - con su mujer, la infanta, a resguardo y sin condenas; y con su familia creciendo y prosperando ha vuelto a la palestra. Sin concesiones ni otro privilegio que la seguridad personal que todo reo merece y que el Estado de Derecho ha de procurarle. Aprovechando el primero de los permisos que se le ha concedico, se le ha visto en Vitoria, con su madre Claire Liebaert, su mujer, sus hijos y sus hermanos. Por lo que se ha visto en televisión y ha publicado la prensa, iba como es: Atlético, afable, tranquilo, afectuoso con los suyos y educado con todos.
Al acabar permiso y mientras sigue cumpliendo la condena, el reo Iñaki Urdangarin, tantas veces denostado en prensa y medios de comunicacion, hoy merece no sólo la compasión que propugnaba Concepción Arenal (“odia al delito y compadece al delincuente”). Merece, además, el respeto de todo varón que pecha con lo que le echen en beneficio de su mujer e hijos; el cariño de su familia alegre y unida a él; y el afecto de quienes vean en él a un hombre normal, aunque yerno y cuñado de reyes, que en esta Navidad ha estado como debía, dónde debía, con quien quería y le quieren; y, acaso, sin el apoyo y consideración de quien podría haber tenido en cuenta que el Urdangarin, hoy sin acentos, acaso haya podido rendir y esté rindiendo un servicio que merece respeto y algo más que displicencia.
Estos días, la familia Urdangarin-Borbón, paseaba por Vitoria, disfrutaba la Navidad, asistía junta a un acto religioso. Y vivía. Con sus actos e imagen, existan o no servicios desconocidos, mostraban una bonita realidad. Mañana el padre de la familia volverá a la cárcel para reparar a la sociedad el daño que, según la Justicia, ha causado. Pero la realidad que Iñaki Urdangarin y su familia ha exhibido es algo que merece destacar. Sin adjetivos. Ni sustantivos reales o ficticios que hoy no pueden estorbar.
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