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Habla la crueldad, calla la razón y muere un toro

Nada más letal que las hordas del oscurantismo
Julio Ortega Fraile
miércoles, 29 de enero de 2014, 07:35 h (CET)
Donde abunda la ignorancia ocurre que el desprecio va ganando confianza en sí mismo, y de ese a la crueldad no hay distancia emocional ni cognitiva, sólo es cuestión de tiempo. Después, de su mano, vendrá la chulería porque la ignorancia es atrevida, llegarán también las excusas porque es cobarde, lo harán las mentiras porque es una gran embustera, las repeticiones porque es terca, aparecerá más desprecio porque es presuntuosa y más crueldad porque no es imaginativa. Los imbéciles se sienten tan cómodos en su imbecilidad que invierten en ella cada día.
 
No pretendo ser dogmático, eso es patrimonio de los ignorantes por devoción asomados a su espejito de reina de Blancanieves. Yo soy un gran desconocedor por falta de tiempo, de medios, de capacidad, de lo que tú quieras, pero nunca por elección ni tampoco reincidente por empecinamiento. Y una prueba es que puedo saber apenas nada de matemáticas, poco de geografía, cuatro cosas de historia y una y media de filosofía, puedo no tener ni idea de música, de química o de antropología, pero sé que el toro padece dolor y miedo en grado tan extremo como tú y yo, como lo sienten tu madre o mi hija. Lo que mis ojos ven y además la ciencia me confirma no lo pongo en duda por no soy un analfabeto contento, sobrado y osado en su oscurantismo.
 
Y sé que Juan José Padilla, por decir uno, es además de ignorante el despreciativo, el ridículo petulante, el cobarde, el mentiroso, el terco y el cruel que los martiriza y mata. Y también sé que entre los que le aplauden hay ignorantes por vocación e ignorantes por conveniencia, - unos y otros huecos de inteligencia ética - y que no necesito ser capaz de leer una partitura, desarrollar una integral o explicar la fusión fría para entender las hemorragias del toro, ni el significado de su doblar de patas o el porqué de sus estertores.
 
Decía Sócrates – y de esto ya hace dos mil cuatrocientos años – que “el malo lo es por ignorancia y por tanto se cura de ello con la sabiduría”. Tú, veinticuatro siglos después, puedes seguir jurando que al toro no le duele, que la Tierra es plana, que Padilla es un héroe, que los epilépticos están endemoniados o que la tradición basta para justificar algo. Puedes ser poseedor de la ignorancia, su abogado y hasta su vocero, que al final de ti no va a quedar más que el recuerdo del hombre que se llevaba las manos al mismo lugar cuando pensaba y sentía que cuando orinaba, porque hacía todo con lo mismo.
 
En la cara, en las palabras, en los actos, el canalla como el cretino, siempre acaba por delatarse. Saques pecho de puntillas o exhibas paquete de algodón, escribas llamando seducción de lolitas a la pederastia o espectáculo inevitable a la tortura y ejecución, manches tus retinas con la sangre de un inocente sentado en un tendido a la sombra o al sol, seas un aficionado, te apellides Padilla, Calamaro, Dragó o de Borbón y Borbón, no eres más que vergüenza en la historia y arcadas en la memoria, no eres más que el orgasmo de Mariló Montero, el voto del embaucado para Wert, el titular de Tony Cantó, alguna portada con foto desencuadrada para Marhuenda, la razón de la fama de Belén Esteban, mi asco, el de casi todos nosotros, y el ignorante al que nunca convenceremos porque tu estupidez es más grande que nuestros recursos, pero al que sin duda venceremos, y lo haremos gracias a la educación. No a la tuya, sino a la de una sociedad en la que te quedarás arrinconado chapoteando con cuatro como tú en vuestra hemeroteca de acero ensartado, nervios seccionados, aplausos, ovaciones y asesinos a hombros, añorando la sangre sobre la arena porque leéis odas al arte y la valentía allí donde la cobardía sólo escribe frases de dolor.

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