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Estos días celebramos la venida de la Luz al mundo. En el Evangelio de Mateo (Mt 9,27-31), encontramos un pasaje profundamente conmovedor: dos ciegos siguen a Jesús, clamando: «¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!». Esta súplica es el grito del hombre que reconoce su necesidad y se dirige con esperanza al único que puede darle luz.
Estamos celebrando la festividad más popular, globalizada y consumista de todos los tiempos. Ésta se da para conmemorar el nacimiento del personaje más importante de la historia universal, aquel que divide la divide en dos periodos: antes y después de Cristo. Lo paradójico es que Jesús no pudo haber nacido el 25 de diciembre del año cero (pues eso no existe en el calendario oficial), sino muy probablemente meses y años antes.
Las navidades son tiempos de repaso y de pedirse cuentas a uno mismo. A nuestra provecta edad los años se suceden en un vuelo. Te parece imposible que haya pasado tanto tiempo desde que las vivías con tus abuelos y después con tus padres. Ahora resulta que las pasas con tus hijos y tus nietos.
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