Si a cualquiera de ustedes le preguntaran qué figura familiar recuerda con especial ternura seguro que muchos responderían que sus abuelos; los suyos, no otros. Sin embargo si les preguntaran qué aporta un anciano cualquiera a la sociedad probablemente dirían que poco o nada. El susodicho cobra una pensión, hace uso de los servicios sociales de manera intensiva, disfruta de precios reducidos en calidad de jubilado, viaja con el IMSERSO… e incluso alguno mentaría, con un toque de indignación, que se cuelan en el supermercado, que tardan horas en actualizar la cartilla o que van al médico a pasar la mañana.
Pues bien, entre otras carencias que ha ido desarrollando la sociedad española en valores morales, una de las más importantes es el olvido de nuestros mayores. Y no hablo de lo penoso que es preocuparse de nuestros abuelos una vez al mes, aparcarlos en una residencia, o tenerlos en casa a regañadientes a cambio de agenciarse la pensión; esos son actos reprobables desde cualquier punto de vista. Hablo de lo reprochable que es como sociedad no escucharles. Esas personas a las que debemos nuestra existencia albergan en cada arruga de su cara nuestra historia, nuestra costumbre como pueblo, nuestras raíces. Los valores que nos han forjado como sociedad, lo que nos vertebra, lo que es España y lo que somos los españoles.
Ahora que todo está en crisis, desde la Constitución hasta el Estado, y con el profundo convencimiento de que todo es revisable dentro de las normas que establece el estado de derecho, no es descabellado apelar a la sabiduría que durante generaciones nos han aportado nuestros ancestros. Y puestos a remontarnos, por qué no a los primigenios, que en lo que a democracia se refiere sería la antigua Atenas. Una buena referencia serían los siete sabios de Grecia, cuyos aforismos establecieron las bases sobre las que se asentó la democracia. Quizá no hemos aprendido nada en los más de 2.300 años que ha pasado desde ellos, o quizá a los que nos gobiernan no les interesa revisar el pasado, para afrontar el futuro. Por si acaso fuera desconocimiento y no falta de praxis, mentaré algunos a continuación.
Cleóbulo de Lindos señalaba que era necesario “dar los mejores consejos a tus conciudadanos” o que “convenía saber mucho, no ignorar”, ambas no predicadas por nuestros políticos. Solón el ateniense decía “no mientas, di la verdad” o “no te dediques a nada que no sea honesto”, más contundente Quilón, “obecede las leyes”, y más explícito Tales de Mileto “no te enriquezcas deshonestamente”, algo que la inmensa mayoría de nuestros representantes han tomado por el pito del sereno, los que no lo han hecho directamente, han votado a favor del indulto del condenado, saltándose una vez más, con desvergüenza y desprecio a los que representan, amén de la separación de poderes y el axioma de autoridad suprema del poder judicial. Siguiendo con nuestros amigos atenienses, si Zapatero hubiera leído a Pítaco hubiera conocido que “debía saber discernir el momento favorable”, hecho también aplicable a Rajoy en su intento por embutirnos hogaño optimismo. Por último mencionar a Periandro, que promulgaba la necesidad de “no sólo castigar a los culpables sino impedirles volver a cometer las mismas faltas”, que cada uno lo aplique como considere.
Echada la vista atrás, y retomando a los sabios que cada uno tenemos en casa, no es descabellado pensar que algo podemos aprovechar de su experiencia y sus vivencias para encauzar la crisis actual y tomar decisiones firmes y duraderas. El Papa Francisco sí que se acordó de ellos hace unos meses, diciendo que “los niños y los ancianos construyen el futuro de los pueblos. Los niños porque llevarán adelante la historia, los ancianos porque transmiten la experiencia y la sabiduría de su vida”. Maximicemos nuestros recursos, escuchemos a nuestros mayores, nosotros lo necesitamos y ellos tienen mucho que decir. Si estas palabras sirven para que escuche a sus abuelos y, si no los tuviera en vida, a un anciano en el autobús o en la cola del supermercado, ya habrá valido de mucho, seguro que ese día aprende algo nuevo.
Y puestos a buscar sabiduría, más sabe el diablo por viejo que por diablo, y de añejos tenemos muchos.
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