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Juegos florales: el G-20 en Sídney

El funcionamiento del G-20 es un ritual hueco
Mark W. Hendrickson
martes, 8 de abril de 2014, 06:58 h (CET)
Me pregunto por cuánto le saldrá al contribuyente de los socios del G-20 (“Grupo de los 20 Ministros de Economía y Gobernadores de Bancos Centrales”) la broma de despachar a sus funcionarios y gabinete de asistentes hasta Australia durante unas jornadas del cálido estival de Sídney, Australia. De acuerdo, los millones destinados a la puesta en escena del acontecimiento de Sídney son calderilla para unos socios que están gastando miles de millones (billones en el caso estadounidense), pero a la luz de lo que supuestamente consiguen, una videoconferencia que enlazara a los diversos funcionarios desde sus países de residencia podría bastar.

Promocionando el acontecimiento, el ministro del anfitrión australiano Joe Hockey declaraba "sin precedentes" el anuncio difundido al cierre de la reunión. Sin duda lo fue, pero no espere que tenga algún impacto real.

La piedra angular del comunicado fue la declaración de elevar el PIB en torno al dos por ciento por encima de las previsiones vigentes de crecimiento económico. ¡Que paren las rotativas! "Más crecimiento es deseable", dicen los ministros del G-20. Ojalá yo tuviera un chollo en el que me pagaran por abandonar este brutal invierno aquí en Pensilvania y realizar un anuncio tan banal y sencillo.

El problema que reviste este "acuerdo" (¿habrá alguien que disienta y defienda realmente un menor crecimiento?) no es que se realice de forma ritual, cosa que se hace, sino que es pretencioso. ¿Quiénes son estas personas que se ponen a interpretar el papel de "amos del universo", como si la economía global fuera un mecanismo que ellos supieran modificar, calibrar y controlar? Si realmente ellos tienen los conocimientos y el poder para adoptar las políticas que elevan los ritmos de crecimiento, ¿por qué entonces hay tantos gobiernos que permitieron las recientes recesiones que castigan a los socios del G-20? ¿Y qué explica el ridículo crecimiento y la "recuperación sin creación de empleo" que llevamos los últimos cinco años soportando en Estados Unidos? Otra pregunta: ¿Por qué razón defienden los ministros un crecimiento extra de dos enteros porcentuales en lugar de ser tres, cuatro o cinco? ¿Por qué ser tan tacaños ya puestos, si quieren extender las vacas gordas al resto de nosotros?.

¿Conocen al menos cuáles son las políticas que llevan al crecimiento económico los delegados del G-20? ¿O tienen intención simplemente de emplear la misma ingeniería contable que ha provocado y agravado tanto nuestra tesitura económica? Si las conocen, habrán de darse cuenta que la administración Obama rechaza las políticas favorables al crecimiento, y que cualquier repunte de la economía norteamericana tendrá lugar a pesar de esta administración y no gracias a ella.

El G-20 habló, por ejemplo, de elevar la inversión y el empleo. ¿Qué hará la administración para alcanzar estos objetivos? ¿Intervendrá la inversión reduciendo los tipos impositivos de las empresas, de los beneficios o los tipos del impuesto marginal sobre la renta? Para nada. (Todo lo contrario, el Secretario del Tesoro Jacob Lew salió a la palestra del encuentro del G-20 impaciente por obligar a las multinacionales a pagar "su justa parte" -- léase más -- en impuestos). ¿Ayudará el Equipo Obama a que se contrate a más estadounidenses no subiendo el salario mínimo, anulando la reforma sanitaria Obamacare o poniendo orden en los ataques a los combustibles fósiles de la Agencia de Protección Medioambiental? Nada más lejos. La circular del G-20 augura la necesidad de "mejorar el comercio", pero el Equipo Obama apacigua a los sindicatos e intenta que Harry Reid conserve la mayoría Demócrata en el Senado a base de prescindir de importantes acuerdos de libre comercio en el programa electoral de este año.

La circular del G-20 también afirma que "las políticas monetarias han de seguir siendo abiertas”. Aparte de la sandez de implicación de que crear dinero se traduce en crear riqueza, y que los bancos centrales deben planear de forma central las políticas crediticias de un país, los representantes hacen oídos claramente sordos al papel que las políticas abiertas de la Reserva Federal han jugado a la hora de viciar los mercados y frenar el crecimiento económico de los cinco últimos ejercicios. Los socios nunca han tenido el mismo conocimiento de lo que más valora la gente que las poblaciones afincadas bajo su jurisdicción, y aun así Ben Bernanke, con el visto bueno de su sucesora Janet Yellen, fue el catalizador del derroche Obama que desvió cientos de miles de millones de dólares en factores económicos de producción del sector privado a los electorados interesantes políticamente.

El funcionamiento del G-20 es un ritual hueco. Por fortuna, el propio G-20 está impotente, porque no hay ningún mecanismo de armonización que obligue a adoptar políticas concretas a la veintena de entidades políticas. De hecho, la única tarea que tienen los delegados es volver a Australia en noviembre (cuando vuelve a hacer frío en el hemisferio norte) para asistir a más ágapes e informar de las políticas que sus gobiernos a lo mejor tienen a bien implantar. Todo es una pantomima — simples juegos florales y posados fotográficos. Vaya farsa.

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