La santidad puede entenderse como una especial elevación ética. Pero, a mi juicio, también es definible con más precisión diciendo que lo santo es la expresión de la bondad y de la virtud. El papa Francisco reitera la gran significación del Concilio Vaticano II porque, entre otras cosas, abrió un camino de renovación en diversos sentidos. Tanto Juan XXIII como Juan Pablo II proyectaron sus extraordinarias virtudes a los demás, aunque no fueron absolutamente perfectos algo reconocido por el Vaticano. La canonización es un proceso que compete a la autoridad eclesiástica en relación con la conducta y los actos de determinadas personas que destacan por su calidad humana. Si bien, es verdad que sólo se canoniza a los muertos. Se comprende que sea así por varias razones. Indudablemente, la percepción social de la vida de estos dos papas que son declarados santos ha influido en una medida considerable en la decisión de las autoridades eclesiásticas. Respecto a las vías para llegar a la canonización es evidente que es la de las virtudes heroicas, y no la del martirio en el caso de estos dos pontífices.
Evidentemente, santo es lo canonizado por la Iglesia. Estimo que, independientemente, de los errores que todos los seres os cometen en el curso de su existencia, lo más apropiado en un proceso de este tipo es una valoración global y minuciosa de la conducta vital como una totalidad. Y es que la calidad del carácter de los dos papas declarados santos es una de las razones principales, a mi juicio, de su gran valor humano. Verdaderamente, pueden haber hechos cosas mal, a pesar de su santidad, pero su buena intención y las grandes virtudes demostradas han superado con creces sus desaciertos en el complejo contexto de sus existencias. Considero que ambos papas canonizados pusieron en práctica en sus pontificados los preceptos divinos de Jesús con el máximo esfuerzo y dedicación. E impulsaron decididamente una justicia y amor universal que proporcionara paz y sosiego a todos los seres humanos. Lo que plantea que la solemne canonización es algo claramente merecido por sus incuestionables méritos, aunque sea, simultáneamente, una trascendental ceremonia oficial en la que participan, alegremente, los cristianos.
Rudolf Otto que considera a lo santo como la categoría de lo numinoso, dice en relación con la ética deontológica kantiana: «Así, Kant llama santa a la voluntad que, sin vacilar, a impulsos del deber, obedece a la ley moral. En realidad, debería llamarse, simplemente, voluntad moral perfecta».Y es que para Kant la libertad, la inmortalidad del alma y Dios son los postulados de la razón práctica ya que hacen posible la vida moral. Etimológicamente, el término latino sanctus indicaba un recinto consagrado a los dioses y al culto. Desde la perspectiva cristiana todas las personas están llamadas a la santidad. Y los preceptos para la vida están presentes en la enseñanza de Jesús y proyectan una energía sobrehumana dirigida hacia la virtud.
Además, puede pensarse que «todo está en Dios y se concibe por Dios», como escribió Spinoza en su Ética. En este sentido es reinterpretable el panteísmo desde la manifestación de lo divino en la cotidianidad. Una filósofa española como María Zambrano cree en el retorno del hombre a lo divino. Y es que la religión y la vía del bien y de la santidad son fuentes de la moral, ya que escribe Jesús Conill: «Taylor defiende una ontología moral moderna que reflexione sobre los «hiperbienes» capaces de ofrecernos el significado de la vida, de recuperar las fuentes de la vida, los bienes constitutivos, aquellos ideales que nos ilusionan y por los que realmente vale la pena vivir». Ciertamente, a lo largo de los siglos se han dado numerosas definiciones de lo santo. Para William James la santidad universal ofrece varias acepciones y una de ellas es: «inmenso júbilo y libertad». Considero que la influencia de los santos supera el ámbito religioso ya que promueven, en cierta manera, una moralidad universal de la que pueden participar también las personas agnósticas y ateas. Ejemplos de vida como los de Ghandi o Teresa de Calcuta son muestras de la posibilidad de acercarse a una perfección o bondad plena que aunque, inalcanzable de modo absoluto, debe inspirar, al menos, la conducta de los individuos.
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