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No puedes hacer nunca daño a nadie, el pasado siempre vuelve a sorprenderte

Relato corto
Esther Videgain
miércoles, 28 de mayo de 2014, 06:15 h (CET)
A la salida de la carretera que lleva a la gran ciudad, hay un pequeño pueblo de sierra. A las afueras se encuentra un cementerio. A veinte minutos andando por la calle estrecha que da con el centro de la pequeña ciudad, está situada una comisaría de policía.

Era habitual que la gente denunciara a los agentes un extraño suceso que sucedía entrando la noche, sobre las ocho y media de la tarde, en las inmediaciones del cementerio. Una niña aparecía y decía al presente que la acompañase a su casa porque tenía miedo.

Una tarde, cuando ya estaba empezando a oscurecer, se apeó del autobús un hombre de constitución fuerte. De la verja de las tumbas, una niñita de unos diez años se acercó a él y le dijo con voz asustada y tenebrosa:

- Hola. Me llamo Melissa. Vivo al otro lado de la colina. ¿Me puedes acompañar? Me da miedo ir sola.

- Claro hija – la contestó el chico con voz muy suave - No te preocupes. ¿No te vienen a recoger tus padres?

- Están trabajando - contestó Melissa.

Empezaron los dos a caminar y se metieron por el sendero que da a la baja ladera. En medio del terreno de arena la criatura empezó a recitar:

- “Tris, tras, un, dos, tres,
alguien viene detrás.
Vigila tu espaldaaa.
Tris, tras, un, dos, tres,
se oyen ramas partidas,
por las pisadas, se acerca a tiiii....
Tris, tras, un, dos, tres,
lo tienes detrás.
Ten cuidado aquí,
aquí, aquí fue...
Tris, tras, un, dos, tres,
no vengas sólo jamás...”


- ¿Quién,... quién eres? - dijo el rudo hombre dándose la vuelta muy sorprendido.

Ante sus propios ojos, la niña Melissa, se desvaneció y desapareció. Completamente pálido, se acercó muy rápidamente acelerando mucho el paso a la policía a denunciar el suceso.

- ¿Qué le ha sucedido? - preguntó el agente – Está usted completamente blanco, parece que ha visto un fantasma.

- Eso es lo que acabo de presenciar - contestó el denunciante con voz entrecortada - es el de una niña que dice que se llama Melissa.

- Pase usted a esta mesa. Lo acompaño – lo indicó el policía acercándose a otro. Le dijo éste mismo al comisario al oído:

- Es otro caso del espíritu de la tal Melissa. Son ya muchos comisarios, es ya mucha casualidad. Tómele usted declaración y si es el mismo sistema de acción, mandaré a un agente al cementerio de guardia para ver si ve algo extraño en las instalaciones o en los nichos y tumbas.

Tomó declaración y era exactamente lo mismo que las tantas otras. Mandaron un policía al cementerio y se quedó vigilando toda la tarde. Aproximadamente a las nueve, una mano pequeña le rozó el brazo. Se dio la vuelta de un brinco. Ahí estaba, era la niña. Coincidía claramente con las descripciones físicas de las denuncias. La pequeña chica dijo:

- Hola. Me llamo Melissa. Vivo al otro lado de la colina. ¿Me puedes acompañar? Me da miedo ir sola.

- Claro, hija. No te asustes, yo soy policía – la contestó - ¿Cómo te apellidas?

- Jiménez – contestó la criatura con voz misteriosa.

Empezaron andar por el sendero. Al llegar al punto marcado del terreno, Melissa empezó a decir su ritual:

- “Tris, tras, un, dos, tres,
alguien viene detrás.
Vigila tu espaldaaa.
Tris, tras, un, dos, tres,
Se oyen ramas partidas,
por las pisadas, se acerca a tiiii....
Tris, tras, un, dos, tres,
lo tienes detrás.
Ten cuidado aquí,
aquí, aquí fue...
Tris, tras, un, dos, tres,
no vengas sólo jamás...”

- Te puedo ayudar niña - comentó el agente rápidamente - tengo un arma. Conmigo estarás protegida. Cuéntame, ¿qué te pasó aquí?

- Vino un hombre - continuó Melissa - me agarró fuerte del brazo y me llevó a la cabaña del otro lado de la arboleda. ¿Quieres que te lleve? Te indico el camino.

- ¡Claro! – exclamó el agente de policía – te sigo. ¿Qué te hizo el que te secuestró?

- Me descuartizó con un hacha y me tiró a su piscina llena de ácido para que mi cuerpo se desintegrase y que no quedase ni rastro de mí.

Llegaron a la cabaña, el agente llamó al portón y un rudo hombre con mala presencia le abrió.

- ¿Quién es? – preguntó el propietario – está usted loco. Está hablando sólo.

Melissa le susurró al oído al agente:

- Es él. Es el que me asesinó. Repite conmigo. Él no me puede ver.

El agente empezó a repetir palabra a palabra lo que le decía la pequeña víctima: - “Tris, tras, un, dos, tres,
el hacha lo tienes detrás de tu puerta.
Sobre tu cama, suena los hierros del somier.
Tris, tras, un, dos, tres,
un escondite tienes detrássss...
detrás del reloj de cuco.
Tris, tras, un, dos, tres,
el reloj va a marcar las tressss...”

De improviso, la campana del cuco sonó tres veces. El asesino se derrumbó de rodillas en el suelo y pidió suplicando a Dios que no le hicieran nada. El policía desenfundó su pistola y detuvo al malicioso poniéndole las esposas y leyéndole sus derechos penales. El agente, movió el gran reloj de pié y encontró una puerta que llevaba a un pequeño zulo. Llamó por walkie-talkie a la policía científica para que sacasen huellas y pruebas con sus láseres. Llegaron y también se llevaron el hacha a analizarla.

- Un momento, agentes, por favor - interrumpió la marcha de la científica el policía- se me ha olvidado comentarles que analicen con los luminosos el fondo de la piscina para encontrar restos humanos.

- Está lleno de ácido el fondo – dijo uno de ellos – no podremos encontrar nada. Apuntaremos el suceso del hallazgo de líquido corrosivo abrasivo como prueba circunstancial de supuestos asesinatos.

Regresaron todos a sus lugares de trabajo. A las dos semanas, dieron los resultados. Fueron desastrosos. Había restos de orina y heces. Mucha cantidad de sangre tanto en el zulo como en el hacha. El asesino fue condenado a veinte años de cárcel. Había descuartizado a medio centenar de criaturitas. Por desgracia, no se podían sacar sus identidades. No había restos de sus cuerpos y era completamente imposible. Cincuenta niños que no podían descansar en paz. Se dieron cincuenta misas por cada uno de ellos, incluida una para Melissa.

Volvieron a la normalidad en el pequeño pueblo de la sierra. El autobús se paró en la parada del cementerio. Se apeó un chico estudiante. Empezó andar y una niña pequeña le comentó:

- Hola. Me llamo Melissa. Vivo al otro lado de la colina. ¿Me puedes acompañar? Me da miedo ir sola.

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