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La abdicación

El momento elegido para la abdicación, cuyas consecuencias pueden ser, y todo indica que así será, el final del régimen de 1978, es el peor de cuantos podría haber elegido Zarzuela
Almudena Negro
lunes, 2 de junio de 2014, 10:22 h (CET)
No se lo esperaba nadie: el Rey Don Juan Carlos abdica en su hijo, quien pronto será Felipe VI. Letizia Ortiz, republicana de familia antimonárquica, al fin reinará. Hace tiempo que lo persigue con ahínco. Está convencida que ella puede salvar la institución. No entiende el régimen establecido en 1978, cuyo acta de defunción ha sido anunciado esta misma mañana por el presidente del gobierno, Mariano Rajoy. La abdicación será también comunicada al pueblo español por el propio monarca a lo largo del día de hoy. Don Juan Carlos ha tirado la toalla. Hace pocos meses, no quería ni oír hablar de abdicación. No confía en lo que pueda venir. Lo que ha motivado la decisión que acelerará el devenir de la historia de España sin duda lo iremos conociendo en los próximos días.

El régimen español, que más que monárquico ha sido juancarlista desde sus inicios, como bien señala en “El fracaso de la Monarquía” el jurista, periodista y escritor Javier Castro-Villacañas, acaba de perder la cabeza que lo sustentaba. Algo que, dicen algunos, se veía venir desde que se rompió el silencio mediático, la autocensura, que se había erigido silentemente alrededor de Zarzuela desde el inicio de la Transición, como consecuencia del principio del fin del sistema. Empero, sucede que los regímenes o poderes sustentados en una cabeza suelen acabar como el rosario de la aurora tras la desaparición de ésta. Piensen en el Grupo PRISA antes y después de Polanco, el PSOE (el gran partido del juancarlismo) después de Felipe, el PP (no paró hasta ser admitido en el consenso) después de Aznar o si quieren en esa familia que todos conocemos cuyos miembros acaban a bofetada limpia después de la desaparición de la madre o el padre. De ahí que algunos pensáramos que el Rey moriría siendo Rey. Lo de la inviolabilidad de la figura del Rey también tiene su aquél. Compañeros de prensa como Enric Sopena no han tardado ni media hora, desde que se conocía la noticia, en aludir a tal extremo.

El momento elegido para la abdicación, cuyas consecuencias pueden ser, y todo indica que así será, el final del régimen de 1978, es el peor de cuantos podría haber elegido Zarzuela. No sorprende. Hace tiempo que en Casa Real parecen seguir un guión elaborado por republicanos.

Por una parte, el juez Castro sigue estudiando la posible imputación de la Infanta Cristina, lo que podría suceder -o quizá ya no- coincidiendo con los festejos de coronación con los que los medios de comunicación, literalmente, nos van a torturar. Por otra parte, la desafección del pueblo hacia el sistema, que no hacia los dos grandes partidos, quedaba patente el 25 de mayo en las urnas. Podemos, poco más que un espejismo cuyo artífice podría cometer el terrible error de creerse que es, no está preparado, por mucho que la izquierda más sectaria sueñe con Caracas.

Posiblemente sea imposible entender el paso dado por Don Juan Carlos sin tener en cuenta que el PSOE es un partido muerto y el PP (aún puede sobrevivir) a punto está de ser deshauciado. El consenso hace aguas.

Larga vida a Felipe VI. Y a la reina republicana.

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