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República o monarquía

Existe miedo a la libertad en la sociedad española contemporánea
Francisco Morales Lomas
viernes, 6 de junio de 2014, 08:56 h (CET)
Como bien dijo Erich Fromm en un ensayo del mismo título, nuestra cultura fomenta estas tendencias hacia el conformismo y se reprimen los sentimientos espontáneos y, por lo tanto, el desarrollo de una personalidad genuina. En nuestra sociedad se desaprueban las emociones. Ser emotivo se ha vuelto ser enfermizo o desequilibrado. Y en estos momentos dejar que los sans culottes expresen si quieren una monarquía o una república es una forma de encender esa antorcha del sentimiento que se trata de reprimir.

La huida hacia delante de la monarquía, con el próximo enrocamiento del nuevo rey Felipe VI, es un claro síntoma de que su mengua ha alcanzado unos límites peligrosos. De diez ciudadanos ni cuatro la apoyaban. El rey se ha tenido que ir, no ha tenido otro remedio. No ha abdicado, las encuestas “lo han abdicado”. La sustitución veloz por un nuevo monarca es una forma de evitar la metástasis. El patrimonio sentimental y afectivo recogido durante la transición y el golpe militar se han dilapidado inútilmente.

España no es monárquica. Nunca lo ha sido. Si acaso, ha sido juancarlista. Pero ha sido juancarlista porque ha creído sinceramente que el artificio de la paz y la prosperidad de estos cuarenta años ha sido imputable a él. Axioma que evidentemente no es cierto, aunque tenga su parte alícuota: sin el concurso del PCE, CC.OO, U.G.T., PSOE y de la sociedad española en general no hubiera sido posible. Las medallas hay que colgarlas equitativamente.

Juan Carlos I, al marcharse, ha abierto el melón de la república. Un melón que siempre está ahí y ahora llega de nuevo. Los españoles tendrán todos los defectos del mundo, pero son de ideas fijas: y una de estas es que no quieren la monarquía. Por este motivo no se quiere referéndum. Si se produjera el resultado está muy claro: los españoles votarían república y, al día siguiente, el rey tendría que marcharse como lo hizo Alfonso XIII, y entraríamos de nuevo en un proceso constituyente hacia la III República. Estos cambios producen miedo al vacío.

Este imprevisible río revuelto en tiempos de crisis, con una tasa de paro de seis millones, con un retroceso de la clase media que se ha empobrecido y una caída en la exclusión de las clase populares ha aconsejado a los dirigentes del PSOE echarle un capote a la monarquía (no porque crean en ella) como un síntoma de que un futuro inconsistente no arreglaría la crisis actual e introduciría una incertidumbre atroz.

Es evidente el miedo a la libertad y, sobre todo, el miedo al pasado: un miedo que huele a ceniza.

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