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Homosexualidad. De no ser discriminados a apabullar con sus orgías callejeras

Es en España donde las leyes, gracias a los socialistas, se han convertido en los avales más extremos, generosos y liberales
Miguel Massanet
lunes, 7 de julio de 2014, 07:01 h (CET)

Libre es aquel que no está esclavizado por ninguna torpeza
Cicerón

Por desgracia la cuestión de la homosexualidad se está convirtiendo en un tema recurrente y, todo hay que decirlo, no tanto por los casos, que es cierto que los sigue habiendo, en los que se los anatematiza sino, y esto es a lo que voy a referirme, a la forma en la que muchos de los ciudadanos que pertenecen a esta modalidad de la homosexualidad o los definidos como del tercer sexo, viene interpretando el que las leyes los hayan ido equiparando en derechos, pero también en obligaciones, al resto de las personas heterosexuales. No se trata de un retroceso que pretenda implantar ningún tipo de discriminación o prejuicio en detrimento de estas personas, tampoco se intenta prejuzgar sobre su sexualidad o la forma en la que es entendida por ellos, simplemente, los que se pide y entendemos que está dentro de lo que el sentido común y la razón nos indican, que estos nuevos derechos adquirido por los colectivos gay, lesbiano o transexual, no signifiquen que se puedan entender como una limitación a los derechos o una especie de patente de corso para que, los que han sido rehabilitados por la ley, pretendan cobrarse los años en los que fueron excluidos de la sociedad, por medio de manifestaciones, demostraciones externas que, en la mayoría de los casos, pueden entenderse como procaces, irreverentes, pornográficas y en muchos casos obscenas.

Estamos de acuerdo, hasta un cierto punto, en que haya personas a las que, no se sabe por que especial cambio hormonal, el sexo que les ha sido asignado por la naturaleza no se corresponda con sus sentimientos, sus tendencias sexuales o sus apetitos humanos; sin embargo, por muchas leyes que se promulguen, por mucho que determinadas tendencias políticas lo mantengan a capa y espada y los más librepensadores lo sigan defendiendo; tendremos que reconocer que, si la raza humana hubiera dependido de ellos para crecer y multiplicarse ¡aviados hubiéramos estado!

Por supuesto que renegamos de todos aquellos que intentan que sea en la niñez cuando, como dicen pretendidos psicólogos o supuestos expertos, se pueda decidir sobre las futuras tendencia sexuales del niño y, mucho menos, que se pueda permitir que, sólo basándose en distintas apariencias, comportamientos, actitudes, hábitos o querencias del infante, ya se les proporcione una orientación sexual que induzca a adoptar un sexo que no se corresponda con el asignado por la naturaleza. Estos intentos de intervenir tempranamente en la sexualidad de los niños nos parece un atentado con sus derechos como ciudadano y un grave error que sean otros los que se anticipen a unas decisiones que, en todo caso, debería ser el afectado en cuestión quien deba tomarlas a su debido tiempo. El que puedan aparentar, en la niñez, algún desvío de tendencia, en realidad se debe en la mayoría de los casos a la innata curiosidad de los niños, que les impulsa a indagar cualquier aspecto del otro y del mismo sexo o, incluso, recoveco anatómico en el que puedan sentir placer o encontrar un medio de satisfacer su infinita ansia de sensaciones nuevas; sin que ello pueda considerarse como una evidencia o una señal determinante de su futura tendencia sexual.

Resulta que precisamente es en España donde las leyes, gracias a los socialistas, se han convertido en los avales más extremos, generosos y liberales respecto a los llamados derechos de homosexuales y lesbianas y, por consiguiente, es también en España donde este espíritu reivindicativo que esgrimen estos grupos tiene menos razón de ser, menos justificación y, si me apuran, carecen otra motivación que convertir sus alardes, todo lo coloristas que se quieran, en algo más que una expansión, en verdaderas muestras del libertinaje sexual en las que se muestran cuerpos desnudos, posturas procaces, carteles libidinosos y expresiones ofensivas hacia la religión y sus ministros; todo ello con una implicación revanchista en contra de los heterosexuales.

A diferencia que lo que ocurre con otro tipo de huelgas, reclamaciones políticas o sociales, estas pretendidas fiestas de gays y lesbianas no hacen otra cosa que desprestigiar a aquellas personas que pudieran sentir esta tendencia sexual pero que, en modo alguno, pretenden convertirla en un espectáculo pornográfico o en una burda escena de la más cutre exhibición de los vicios sexuales, que nada tienen que ver con el tipo de sexualidad que cada uno haya escogido, sino con la depravación y obscenidad que, en todo caso pueden compartir heterosexuales y homosexuales, sólo que en, este último, parece que se tienen interés en hacerlas públicas.

Lo que sí es evidente es que, el número de personas que parece que, por un motivo u otro, han decidido optar por la unión entre personas del mismo sexo, cada día va en aumento y que, el poder que van adquiriendo dentro de la sociedad de los distintos países, se hace más evidente a medida que uno va conociendo a las personalidades de la política, la judicatura, las artes, la farándula y las distintas capas de la sociedad, incluidos los profesionales de las TV, el cine, teatro y los deportes, que han escogido tal modalidad sexual. La influencia de este nuevo lobby no sólo se va reforzando, a medida se dan a conocer los nombres de los personajes influyentes que forman parte de él, sino que ha sentado sus reales en organismos como la ONU , los ejércitos, la propia iglesia, los partidos políticos y en los mismos órganos de representación pública de los ciudadanos; de modo que podríamos decir que, su poder, se va acrecentando del mismo modo que la masonería se ha convertido en uno de los motores de los cambios sociales que tienen lugar en la Humanidad.

Si existe un “orgullo” gay, si estas personas que se han sentido discriminadas e incomprendidas durante siglos, lo que, en realidad deberían intentar conseguir es no destacarse de los demás, como ocurre dentro de los heterosexuales, que no van por ahí presumiendo de serlo ni manifestándose impúdicamente por las calles manoseándose y exhibiéndose, para que el resto de la ciudadanía sepa que lo son. Es más, estoy convencido de que, a muchos de estos señores y señoras, no les complace que, aquellos que, como existen en toda comunidad, se caracterizan por su zafiedad, tosquedad, ordinariez e incultura den la nota, se muestren como payasos depravados por las calles de las ciudades y den a los que los ven una impresión equivocada de lo que, en realidad, supone una unión que aspira a obtener el reconocimiento de la sociedad en la que vive y que, por supuesto, no pertenece a tal ralea de personajes.

Mención aparte merecen las autoridades, que deberían controlar que todas esta manifestaciones, por muy legales y autorizadas que sean, no se salgan de los cauces de moralidad que exige la sociedad, no constituyan un motivo de incomodidad, de molestia, de escándalo o, incluso, de temor; al ver como las calles por donde transitan están invadidas por una multitud de personas que se expresan con un lenguaje escatológico y soez, se muestran en paños menores, dejando a la vista aquellas partes del cuerpo que la más elemental decencia recomendaría que se mantuviesen ocultas. El efecto que en los menores pueden hacer semejante espectáculos, no parece que sea ejemplarizante y puede llegar a confundir mentes todavía no suficientemente formadas para entender tal tipo de demostraciones.

En fin, muchos somos incapaces de comprender hacia dónde nos llevan estas nuevas generaciones pero, en todo caso, no creo que sea esto lo que la mayoría silenciosa espera de sus gobernantes. O así es como, señores, vemos aturdidos los arco iris de esta nueva tormenta sobre España.

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