Hace una década, el candidato Demócrata oficioso a presidente John Kerry se despachó a gusto contra "los consejeros delegados Benedict Arnold”. Era su término para referirse a los ejecutivos estadounidenses que mudaban las sedes de sus empresas al extranjero. Equiparar la deslocalización con algo tan perverso como la traición es exagerado hasta para los extravagantes estándares del electoralismo político, pero oye, “Todo vale…”, ¿no? Bueno, no exactamente. Resulta que las mismas empresas que criticaba Kerry están abandonando Estados Unidos debido a las políticas adoptadas o perpetuadas por la misma cámara baja de la que formaba parte Kerry.
Véase, por ejemplo, el caso del icónico fabricante de caramelos Lifesavers y su venerable competencia, Brach’s. Ambas empresas se habían marchado al extranjero (Lifesavers hasta Montreal, Brach’s a México) no mucho antes de las incendiarias declaraciones de Kerry. No hicieron esto con el objetivo de perjudicar a América, sino para mejorar sus probabilidades de supervivencia en un mercado global muy competitivo.
Estas empresas decidieron abandonar Estados Unidos porque el precio nacional del azúcar era el doble del precio de mercado, debido a las políticas proteccionistas del Congreso. Es difícil que una empresa sobreviva si tiene que pagar un importe significativamente más elevado que sus rivales por uno de sus principales ingredientes de producción. Estoy seguro de que los directivos hubieran preferido quedarse en Holland, Michigan (Lifesavers) o Chicago (Brach’s) antes que acometer los gastos y el trauma de mudarse, pero la desventaja competitiva sobre el precio impuesta a nivel legislativo a la que se enfrentaban les empujaba a marcharse. Que Kerry y el resto de los políticos oportunistas condenen a estos directivos por marcharse después de ser ellos los que les expulsan exige bastante desvergüenza. ¿No es eso lo que los progres llaman "culpar a la víctima"?
Pasamos a julio de 2014: El Secretario del Tesoro Jack Lew reanuda la táctica retórica de Kerry. En una formulación a un pelo de anunciar el traidor más famoso de América, Lew ha cuestionado el patriotismo de los directivos estadounidenses que contemplan realizar "adquisiciones domiciliarias" — comprar grupos más pequeños con domicilio fiscal en el extranjero y luego mudar la sede fiscal corporativa al país del grupo adquirido. Lew decía que los líderes empresariales estadounidenses deben mostrar "patriotismo económico" quedándose aquí, y seguir pagando el tipo impositivo de América sobre los beneficios del 35 por ciento, el más elevado del mundo desarrollado.
Una vez más, mudar la sede fiscal al extranjero no es cuestión de que los directivos sean antiamericanos, sino de viabilidad económica simplemente. Esperar que una empresa compita con una significativa desventaja a nivel de precios en un mercado global competitivo es pedir demasiado. Las empresas que hacen lo que los mercados les empujan a hacer — léase rebajar costes — están en mejor posición a la hora de ampliar la plantilla, recompensar al inversor y rebajar los precios al consumo.
Obviamente, como responsable del Tesoro del gobierno federal, fuertemente endeudado, Lew busca liquidez como loco hasta debajo de las piedras. Podemos comprender que lleve a cabo todos los esfuerzos por convencer a las empresas de que permanezcan en los Estados Unidos. Pero póngase usted en el lugar del directivo: ¿Proteger los intereses de su plantilla y sus accionistas va antes que financiar el derroche y el manirrotismo del gasto legislativo — chapuzas como la del fabricante de placas solares Solyndra, burocracias monstruosamente ineficaces, enchufismo y electoralismo clientelar entre las patronales? En lugar de solicitar a los directivos que se salten sus responsabilidades fiduciarias, Lew debería de instar a la Casa Blanca y al Congreso a poner de manifiesto su patriotismo económico renunciando al irresponsable gasto público crónico superior a los ingresos que pone en peligro el futuro de nuestro país.
En lugar de aullar como depredadores carroñeros que pretenden zamparse los beneficios de las empresas, es hora de que los responsables del Estado adopten un enfoque diferente. Deben de hacer una pregunta sencilla: ¿Por qué están mudando al extranjero sus sedes fiscales las empresas norteamericanas? La razón mayoritaria es para ser más competitivas prescindiendo de una desventaja comparativa — a saber, los tipos impositivos más elevados de Estados Unidos con respecto al extranjero. Washington puede invertir la tendencia adoptando tipos más bajos que los demás países.
Igual que los fabricantes compiten por el consumidor ofreciendo precios más bajos, los gobiernos compiten por las empresas ofreciendo precios más económicos (es decir, tipos fiscales). Por supuesto, todo hijo de vecino, desde el Presidente Obama al Fondo Monetario Internacional o la OCDE, pasando por el nuevo astro progre, el economista Thomas Piketty, rechaza la idea de que los países compitan entre sí, pero ¿por qué vamos a poner trabas a la competencia? Después de todo, fue la competencia económica de siempre lo que ha ayudado a hacer de los Estados Unidos el país más rico del mundo. En lugar de tratar de evitar la competencia, aceptemos el reto y vayamos a ganar. Ése es el estilo americano de hacer las cosas. Ése es el verdadero patriotismo económico, al estilo americano.
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