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Una noche de fiesta y alcohol, después de pelear a puñetazos con otros intelectuales como él, concretamente con Jason Epstein y George Plimpton, volvió a casa con un ojo amoratado, un labio hinchado y la camisa ensangrentada. Su segunda esposa, Adele Morales, le regañó. Él sacó una navaja con una hoja de seis centímetros y la apuñaló en el abdomen y en la espalda. Tuvo suerte de no morir.
Resulta sugestiva la emergencia de las religiones no teístas. No me refiero al budismo o al taoísmo, sino a esas otras creencias que proliferan en nuestros días. Ciertas teorías de la conspiración funcionan como religiones, pero, además, se van conformando otras, entre las que cabría destacar la denominada “ecolatría”, por utilizar el nombre que le dio Fernando Savater hace ya tres décadas.
La antipolítica ha encontrado su mayor triunfo: un apoliticismo político que encarna un rechazo consciente a la política tradicional. Y aquí es precisamente donde la paradoja se vuelve elocuente. La falta de propuestas, los escándalos recurrentes, la constante guerra entre bandos, empuja a un desinterés de la política con nombre y apellidos que desemboca en un afán antipolítico visceral, construido alrededor del rechazo.
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