En un futuro cercano, Theodore Twombly (Joaquin Phoenix), tipo solitario que se dedica a escribir cartas para otros, y que acaba de separarse de su novia (Rooney Mara), inicia una singular relación con Samantha (la voz de Scarlett Johansson), un innovador sistema operativo que se comporta como si fuese alguien real.
 Her, la nueva y maravillosa película de Spike Jonze (Cómo ser John Malkovich, Adaptation, Donde viven los monstruos), es una sutil, tierna, delicada e inteligente fantasía romántica que reflexiona acerca de la soledad del individuo, la naturaleza inaprensible del amor y la necesidad que todos tenemos de amar y ser amados. Su trama, articulada mediante un delicioso guión escrito por el propio Jonze, se sustenta sobre algunas de las paradojas que definen a la sociedad en la que vivimos: incomunicación en un contexto alto-tecnológico de infinitas telecomunicaciones, personas que actúan y funcionan como máquinas, y máquinas que sienten y se comportan como personas. El perfecto reflejo del mundo que nos rodea(rá).
Aunque el filme ha sido rodado a caballo entre las ciudades de Los Ángeles y Shanghái, Jonze acierta al otorgar a su puesta en escena un carácter abstracto, con enormes rascacielos, espacios amplios y edificios acristalados que bien podrían identificarse con cualquier gran urbe de un futuro próximo. La textura luminosa, casi translúcida, de la etérea fotografía de Hoyte Van Hoytema, contrasta adecuadamente con los tonos rosáceos, amarillos y rojizos que predominan tanto en el vestuario del personaje principal (inmenso, una vez más, Joaquin Phoenix), como en el entorno mobiliario por donde se mueve. No obstante, al margen de tales hallazgos visuales, lo que en verdad eleva a Her a una categoría próxima a la de obra maestra, no es otra cosa que su calidad emocional. Con esta película aprendemos que uno puede enamorarse de alguien a quien nunca ha visto ni verá, de alguien a quien no se puede besar ni acariciar, de alguien que, aun estando, nunca está ni estará. Es el amor en su más pura expresión, pese a que no se pueda consumar. El que se entrega sin esperar nada a cambio. Las conversaciones entre Theodore y Samantha, la cual percibe el mundo desde la perspectiva de una pequeña cámara de móvil, son íntimas, hermosas y divertidas, siempre barnizadas con el brillo de la ilusión amorosa. Jonze consigue dotar de complejidad y evolución psicológica a un personaje que ni tan siquiera es real (qué dulce voz la de Scarlett Johansson). O tal vez sí, y ahí radica precisamente su drama, su irresoluble tragedia.
Una escena para recordar: la relación sexual entre los amantes resuelta con un simple fundido en negro. No había “visto” tanta pasión en una pantalla de cine desde el mítico montaje en paralelo con el que Jean Vigo ilustraba el coito a distancia de la pareja protagonista de L´Atalante (ídem, 1934).
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