Estoy convencido de que cada reconocimiento que recibimos es un compromiso consigo mismo, con los demás y con el entorno.
Sé que cada distinción es una especie de cebo para nuestro ego, si mordemos el anzuelo caemos en un inexorable retroceso, pero si conscientes de este riesgo avanzamos de manera honesta y sincera, entonces, habremos dado un paso más en nuestro desarrollo.
No es necesario que los reconocimientos que recibimos se formalicen para que provoquen sus efectos, pero concretarlos y dejar evidencia de ello, da la posibilidad de ser evaluados y autoevaluarse a la vista de todos.
Creo que con el paso del tiempo vamos encarando la vida con mayor madurez, claro que edad no es sinónimo de sabiduría, pero sí, al menos, tenemos mayores posibilidades de echar mano de nuestra experiencia previa para encarar el presente. Esto aplica en el caso de los reconocimientos.
También me queda claro que las “medallas en el pecho” no dan valor ni integridad, pero sí sirven para visibilizar nuestra labor, y si ésta es para bien, entonces, puede ser útil para inspirar a otros, sobre todo a los más jóvenes.
Si inspiramos hacia el bien, de alguna manera estamos contribuyendo en sentido inverso a toda la negatividad, violencia y corrupción de la que tanto nos quejamos.
Los reconocimientos bien merecidos suelen ser una especie de marca en el camino, son sólo un breve corte transversal para tomar respiro, porque detrás de esos momentos hay mucho trabajo y esfuerzo que de otra manera sólo serían conocidos por cada quien y su círculo más cercano.
Poco o nada valen los reconocimientos que detrás no son respaldados por trabajo y disciplina.
Los reconocimientos antecedidos por amor al prójimo tienen carga didáctica, mejor dicho, son energía pura en el contexto de la filosofía de la educación permanente.
Es una decisión enfocar los reconocimientos como compromisos.
Yo así lo pienso.
Pienso sobre todo esto y mucho más unos días previos a la inauguración de la biblioteca del Centro Cultural D’Los que llevará mi nombre.
Hace cerca de un año María Anger me notificó la decisión de que la biblioteca del Centro Cultural D’Los se llamara Abel Pérez Rojas.
Por una u otra circunstancia el evento respectivo se fue postergando hasta el día de hoy.
He tenido muchos días para reflexionar al respecto.
Claro que se siente muy agradable tal deferencia.
Recordé que hace como ocho años recibí un comunicado referente a que una escuela primaria de Veracruz llamaría con mi nombre a su biblioteca.
No pude acudir al acto y perdí el seguimiento a la evolución de la biblioteca.
Hoy me queda claro que la biblioteca Abel Pérez Rojas del Centro Cultural D’Los es una deferencia que me compromete a convocar esfuerzos, a tratar de aterrizar lo que he estudiado en torno a la evolución de las bibliotecas en el mundo.
En próximas entregas estaré reflexionando sobre los desafíos de las bibliotecas en el siglo XXI y la ruta que pueden seguir.
Me quedo por ahora con lo que significa un reconocimiento en la vida de quien lo recibe.
Acepto el compromiso y sé que no estaré solo en dicha encomienda.
Sé que muchos estarán gustosos de compartir su saber y sus obras en la biblioteca Abel Pérez Rojas.
Trataremos de que así sea.
Así será.
Nos vemos la próxima semana. Te espero.
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