Los institutos demoscópicos, incluido el CIS, no supieron, o tal vez no quisieron, darse cuenta con anterioridad a la celebración de las Elecciones Europeas del pasado mes de mayo, de que el descontento social existente en España ya tenía una vía de canalización política. El pueblo votó, poco, pero Podemos irrumpió con fuerza, para desasosiego de casi todas las fuerzas políticas. Del PP, que se asustó al ver que buena parte de sus electores huían y al detectar un preocupante principio de giro del voto hacia la izquierda. La turbación también se extendió al resto de partidos: PSOE, IU y UPyD, que aún hoy no han superado el shock inicial.
Las urnas se llevaron por delante a Alfredo Pérez Rubalcaba, y su recambio, Pedro Sánchez, no ha podido hasta la fecha mejorar la intención de voto socialista en los distintos sondeos publicados. No se encuentra mejor IU, fuerza ampliamente sobrepasada por la izquierda por los pupilos de Pablo Iglesias. Ni tampoco UPyD, cuyas expectativas electorales se han visto sensiblemente mermadas, lo que ha degenerado en un desagradable enfrentamiento entre la dueña y señora del partido, Rosa Díez, y la persona que encabezó la lista al Parlamento Europeo, Sosa Wagner.
Han pasado ya más de tres meses desde la celebración de las Elecciones Europeas y el efecto Podemos parece lejos de diluirse. Todas las encuestas reservan a esta formación una principalísima posición mientras el CIS, cocina mediante, la convierte en la tercera fuerza política. Obviando la cocina y atendiendo únicamente a lo que cada encuestado dice que piensa votar, resulta que la ventaja del PP sobre Podemos es pírrica, de apenas unas décimas, y que el de Pablo Iglesias se ha convertido en el segundo partido en intención de voto. Además cuenta con 100.000 militantes de pago que han formalizado la afiliación de forma voluntaria a través de Internet.
El viento sopla a favor de Podemos y por el momento parece que no va a rolar. Hasta aquí hemos llegado por la crisis, la corrupción y la incapacidad de los partidos tradicionales de dar respuesta a los gravísimos problemas por los que está atravesando la ciudadanía. Y por si faltaba algo, en plena canícula estival irrumpió Pujol, para que el descrédito de la ‘vieja política’ fuera total. El anciano President, que mantenía intacto su prestigio, nos ha endilgado una vergonzosa nota informativa con la que nos notifica su condición de gran defraudador. Todos los partidos parecen trabajar a destajo para que el número de votos de Pablo Iglesias sea cada día mayor.
Principalmente el PP, que una vez superada la etapa inicial de demonización de Podemos e Iglesias, se muestra decidido a perpetrar un pucherazo electoral cambiando de forma unilateral el sistema de elección de alcaldes. Es el fruto del pánico que provoca la cercanía del desempleo, porque una cosa es saber que en España hay muchos parados, y otra bien distinta que el gran ejército de concejales, alcaldes y asesores del PP pasen a formar parte de las listas del Servicio Público de Empleo Estatal, el antiguo INEM. La intención del Gobierno de cambiar la ley electoral ya es conocida, aunque me cuesta creer que Rajoy se atreva finalmente a cometer semejante fechoría electoral. Diría muy poco de él como dirigente democrático y seguramente resultaría electoralmente contraproducente para su partido, porque la ciudadanía no está dispuesta a pasar ni una más. Por eso está en la cárcel Jaume Matas y pronto pueden estarlo el exconseller valenciano, Rafael Blasco, y quien fuera todopoderoso presidente provincial del PP y de la Diputación de Castellón, Carlos Fabra. Por no atreverse, quienes gobiernan ya no se atreven ni a salvar a los suyos.
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